39| Deber, tener, querer: esa es la cuestión

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Terminó de leerlo con las manos sudorosas, el corazón pendiendo de un hilo y un extraño cúmulo de escalofríos y calor en su cabeza. No podía pensar en lo que debía hacer, en lo que tenía que hacer, ni siquiera en lo que quería hacer. Cogió el periódico y lo guardó en su mochila, arrugado y doblado de mala manera entre los libros de texto. Acabó con algunos trozos rotos entre los nudillos.

En el tiempo en el que le había llevado leer las cinco páginas del ejemplar el instituto se había quedado casi vacío. Solo pululaban por los pasillos apagados algún que otro profesor que retrasaba la hora de irse a casa lo máximo posible, estirando las excusas.

A Félix se le atascó el pecho. Era como si hubiera tantos sentimientos queriendo traspasar la puerta que se hubieran quedado atascados todos juntos, y ahora formaban un embudo enorme del que ninguno podía salir. Sentía que era cuestión de tiempo que se precipitaran fuera, todos a una, pero en ese mismo instante, no sentía nada. Nada.

Ni ansias por hablar con Harper, ni ganas de llorar, ni ninguna necesidad.

Giró sobre sus talones y salió del instituto. Esperó en la parada de autobús a que llegara y se montó en él. Se sentó en su sitio de siempre, junto a la ventanilla, y se puso a leer.

Llovía y no le importó. Las gotas salpicaban contra el cristal. El libro estaba interesante. Llegó a casa y se sentó a hacer los deberes. ¿Qué día era? Había perdido la cuenta. Merendó una tostada.

Alguien tocó a su puerta.

—Adelante.

Entró Ginny mordiendo una manzana. Félix giró la cabeza hacia ella.

—Ey, Félix, ¿has visto mi...?

No llegó a terminar la pregunta. En ese momento el embudo de Félix se deshizo y el exceso de sentimientos se desbordó y Félix Garber empezó a llorar.

Ginny se quedó quieta y asustada, con el pomo de la puerta en la mano y un bocado de manzana a medio masticar.

Se tragó el trozo de manzana.

—Eh, eh, eh, ¿qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?

Félix intentó tragarse las lágrimas y le miró a la cara.

—¿Recuerdas a Harper?

—¿Tu novia? Claro, ¿qué pasa con ella?

Félix decidió pasar por alto el apelativo de "novia".

—Bueno. Nuestra amistad era una farsa. Bueno, o eso creía. O sea, creía que no era falsa, pero luego averigüé que sí y ahora ya no sé qué pensar porque el periódico...

—Oye, hermanito. Más despacio. ¿Qué ha pasado?

Félix miró a su hermana con las pestañas mojadas, los ojos rojos y alguna que otra gota opaca resbalando por sus mejillas.

—Cierra la puerta.

Ginny lo hizo y se aupó de un salto sobre la cama.

—Cuéntamelo.

Félix suspiró y se limpió las lágrimas que se habían quedado aferradas a sus pestañas.

—Harper me acosó hasta que acepté ser su amigo porque un estúpido contrato de su madre la obligaba a ello. Creía que nada era de verdad hasta que... Leí esto en el periódico.

Abrió la mochila y sacó las páginas de papel, arrugadas en el fondo. Las estiró lo mejor que pudo y se las tendió a Ginny para que las leyera.

Tardó diez minutos.

—Félix —tartamudeó Ginny al terminar. Trago saliva y se frotó los ojos. Los cerró. Inspiró hondo y expiró hondo—. Tú... ¿tú que sientes? —preguntó, con sus cuerdas vocales haciendo temblar las palabras.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora