05| El deportista macizorro vs El tío gótico

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Cuando Félix llegó a casa, ignoró las preguntas de su madre y se fue directo a su habitación. Después de vomitar la comida en el retrete de su baño se tendió en su cama, cerrando los ojos. Se sumió en un sueño turbulento en el que la protagonista era la sonrisa del gato de Cheshire en boca de una adolescente de pelo castaño y ojos marrones cuyo rostro se desdibujaba cada vez que creía estar a punto de averiguar quién era.

Cuando despertó, rodeado de oscuridad, con las ojeras moradas más pronunciadas que el día anterior y con la misma ropa que cuando había salido por la mañana para ir al instituto, en su cuerpo no quedaba más recuerdo de la pesadilla que la desagradable sensación de estar olvidando algo importante, y un gran vacío de confusión en el centro de su pecho.

La mañana del martes amaneció con una niebla espesa que ocultaba el sol y todo lo que no estuviera a dos metros de la cara de Félix. Salió de casa antes de que nadie más se levantara y se encaminó a la parada del autobús escuchando su playlist más deprimente. Estaba tan distraído con los sucesos del día anterior que no se le ocurrió coger el siguiente bus, y no se dio cuenta de su error hasta que por el rabillo del ojo vio un manchurrón marrón que se sentaba a su lado.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Harper con un tono de voz ahogado. Estaba rompiendo su trato, pero Félix no había contado con que notara la ligera torcedura de su nariz y el cardenal verde que había empezado a salirle en la mejilla izquierda, y no pudiera contener sus preguntas.

Félix no contestó. Solo quería cerrar los ojos y olvidarse del mundo durante un tiempo, en silencio. Para siempre, a ser posible.

—Félix... —Harper pronunció su nombre como un lamento piadoso, y extendió una mano para rozar con las yemas de sus dedos el cardenal de su mejilla, pero él apartó la cabeza con brusquedad antes de que llegara a hacerlo—. ¿Quién te ha pegado?

—Nadie —contestó con brusquedad—. Choqué contra una puerta.

Levantó una ceja, escéptica.

—¿Y la puerta tiene nombre?

—Claro que no.

—Ya. No me lo creo. ¿Qué te ha pasado? Quiero la verdad.

—No me importa que no te lo creas, esa es la verdad. Y ahora déjame en paz. No puedes hablarme durante el trayecto en el autobús.

Harper se quedó mirándole unos segundos más antes de contestar.

—Como quieras. Pero que sepas que pienso averiguar quién te ha pegado, y lo va a lamentar —prometió, cogiendo su mochila y cambiándose de asiento. Félix la siguió con la mirada hasta que se sentó en la última fila del lado contrario, mirando por la ventana las cosas que no podía ver por culpa de la niebla, que era del mismo color que sus ojos en ese momento.

🌞🌙

Cuando entraron en el instituto, había una chica rubia y bajita esperándolos en la entrada. O más bien a Harper, porque ni siquiera miró a Félix.

—¡Lia! Buenos días —saludó Harper. Así que se llamaba Lia, no Linda. No había estado tan desencaminado.

—¿Qué tal ayer en el descampado? —preguntó, con alegría. Félix se tensó. Empezó a caminar hacia su taquilla, pero Lia y Harper se colocaron a su lado, por lo que le era imposible no escuchar su cháchara, aunque subiera el volumen de su música. Sonaba Bones, de OneRepublic y Galantis.

Siguieron hablando de lo bien que se lo había pasado, y cada palabra hacía que la paliza del día anterior se le clavara un poco más en sus pulmones. Las patadas le golpeaban el costado, retumbando como el eco de unos tambores en su cuerpo, hasta que Félix no pudo más y decidió explotar.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora