34| Función de títeres

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Nix y Lia habían decidido no volver a tirarse cuesta abajo.

—¿Ya te has aburrido de recordar tu infancia? —cuestionó él.

—Todo tiene un límite.

Lia se apartó del borde de la ladera y se tumbó sobre la hierba, mirando el ocaso. Nix se sentó a su lado, con las piernas estiradas hacia delante y los brazos hacia atrás. El viento hacía ondear su gabardina negra, y seguía pareciendo un espía del siglo diecinueve recorriendo los tejados de las ciudades. Sus rizos caían despreocupados sobre su frente, y él los dejaba estar.

—Nix.

Él no contestó.

—Lo que pasó en la habitación de los retratos...

—No hace falta que hablemos de eso —le interrumpió él, apagando toda la ráfaga de valor que había conseguido reunir.

—Pero quiero saber qué significó —replicó ella, bajando la voz.

Nix la miró de reojo, y casi pareció emitir una sonrisa triste, como si se arrepintiera de lo que había dicho. De alguna forma su mano acabó sobre la de Lia, y a ella le recorrió un pequeño escalofrío, pero no hizo nada al respecto. Comprendió que era su forma de disculparse, y de decir que no había sido un error. En el lenguaje de Nix, eso era todo lo que necesitaba saber.

Dejaron que el tiempo pasara, mientras el sol caía. Lia quería seguir preguntando sobre ese día. Sobre él. Sobre qué había significado. Pero también estaba cansada y se sentía demasiado a gusto como para complicar las cosas. Quería dormirse sobre la hierba.

La piel de los brazos se le puso de gallina, y se acercó más a Nix hasta apoyar la cabeza en su pecho, formando una T humana. Quería que la transmitiera su calor. Él no hizo nada por apartarla, ni siquiera le soltó la mano. Lia notaba cómo su pecho subía y bajaba con cada inhalación y exhalación, y los latidos constantes de su corazón. Cerró los ojos y respiró hondo, pensando en ese día, en ese beso.

Había sido después de que encontrara su retrato, ese día de nieve. Entró corriendo dentro del edificio hasta llegar a la habitación de los retratos. Dudaba entre si entrar o no. Al final lo hizo, y Nix giró la cabeza. No parecía sorprendido. Nunca lo estaba.

—¿Qué significa esto? —había preguntado ella, tendiéndole el retrato. Pero no lo estaba mirando, le miraba a él. No obstante, Nix rehuía su mirada. Prestó más atención al dibujo que a ella.

—Depende —contestó, despacio, después de un rato—. ¿Qué quieres que signifique?

—¿Por qué me has dibujado así? ¿Cómo si fuera a saltar del papel y matar a alguien?

Nix la miró por fin. Lia había dado un paso adelante, y Nix había dado otro. Había sido casi involuntario, como si alguien les tirara de unas cuerdas. Como títeres de teatro a los que empujaban, o que tiraban uno del otro.

Pero al ver que Nix no contestaba, Lia volvió a la carga.

—Tú no dibujas a la gente disfrazada. Les dibujas fiel a la realidad. No les haces parecer vampiros sangrientos.

—Eres una excepción.

—¿Por qué?

La temperatura de la sala empezó a caldearse. Hacía más calor. O quizás Lia tenía más calor. Y cuando Nix la besó, fue como si todo estallara. En los bordes de su visión comidos por los ojos cerrados y la suavidad de sus labios, todo se volvió más rojo, más naranja, más pasional. Y ella se dejaba besar, tiraba el retrato al suelo y le correspondía el beso. No sabía en qué momento había empezado a desear que ocurriera ese momento. Si había sido cuando le miró por primera vez los nudillos pelados en el despacho de la madre de Harper o si había sido cuando le seguía por los pasillos en un intento de darle espacio a sus amigos. Solo sabía que en ese momento se estaba abandonando a algo a lo que había arrastrado su relación durante semanas.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora