30| La secuoya al final del camino

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Cuando acabó el miércoles, Harper se bajó en su parada de siempre. Cogió aire, sonrió a Félix, y se marchó caminando y sin mirar atrás, hacia su casa. Durante el instituto había fingido como siempre lo hacía. Con maquillaje en el ojo y jerséis de manga larga.

El viernes era el último día antes de las vacaciones de Navidad. Prácticamente no hubo clases ese día. La mitad de los profesores decidieron dar la hora libre. La otra mitad pusieran una película.

La nieve se había derretido un poco, aunque las calles seguían teniendo esa pinta de postal de Navidad.

—¿No estáis emocionados? —preguntó Lia. Estaban los cuatro en la sala del periódico escolar, dando los últimos toques a la edición del último periódico del año—: ¡Se acaban las clases!

Por raro que pareciera, Félix asintió con una sonrisa.

Nix le pasó a Harper el dibujo de la portada, y ella se levantó y lo llevó a la impresora para fotocopiarlo. Lia observó cómo Nix se inclinaba sobre su silla y se balanceaba, mientras cogía su lápiz negro y lo tamborileaba entre su pulgar y su dedo corazón. Recordó su retrato, que había guardado detrás de un cuadro de su habitación, lo suficientemente lejos como para no tener que ver esa versión siniestra de su rostro cada vez que se levantaba.

En cambio, no quería recordar lo que había pasado después de encontrarlo.

A lo lejos y a través del túnel de escaleras, sonó la campana que anunciaba que era la hora de comer.

—¿Vamos a comer?

—¿Y si nos saltamos hoy la comida y hacemos otra cosa? —propuso Lia, ganándose la atención de otros tres pares de ojos.

—¿Cómo qué?

—Cómo escaparnos al bosque de al lado del instituto.

—No se puede —dijo Félix—. Está vallado y no podemos salir del recinto porque está cerrado con llave. ¿Qué pretendes? ¿Qué subamos a la azotea y saltemos?

—Te equivocas. Justo detrás del instituto hay un agujero en la valla, lo suficientemente grande como para caber todos. Podemos escaquearnos por ahí y volver antes de que se acabe la hora de la comida y alguien nos eche en falta. Aunque, sinceramente y sin ofender, no creo que nadie nos eche en falta a ninguno. No es que tengamos muchos más amigos que los que hay en esta sala.

Nix, Harper y Félix se quedaron mirándola, intentando comprender si hablaba en serio o si era una broma.

—¿Sabes qué? Sí, ¿por qué no? —aceptó Harper.

—Te das cuenta de que si nos pillan tu madre es la subdirectora, ¿verdad? —preguntó Félix.

—Sí.

—Y aun así quieres hacerlo.

—Sí.

—Y no te importan las consecuencias.

—No.

Félix se llevó la lengua al paladar, chasqueó y asintió. Finalmente, todos aceptaron.

Nix lideró la marcha por las escaleras. Salieron al patio sin que nadie se lo impidiera, y siguiendo a Lia, que había adelantado a Nix y se había puesto delante, llegaron hasta el agujero de la valla. Al otro lado estaba el bosque, o algo parecido. La nieve se derretía gradualmente ha medida que se espesaban los árboles.

Lia se agachó y pasó sin problemas por el agujero de la valla.

—¿Quién es el siguiente? —preguntó al llegar.

—Creo que Harper. Es la segunda más bajita —contestó Félix, haciéndole burla con la sonrisa. Harper le sacó la lengua, pero se puso en cuclillas, se agarró con una mano enguantada a la parte más alta del agujero y pasó tirando primero las piernas y después el resto del cuerpo, con los brazos los últimos. Una vez se puso de pie se sacudió la tierra de los pantalones y sonrió.

A 5 centímetros de distanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora