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Keigo

Vi a Toya dejar el cuerpo de Toga con mucho cuidado sobre el suelo. Y salió corriendo luego de voltear a verme.

Suspirando guardé el arma de dardos tranquilizantes detrás de mi espalda, acercándome para esposarla.
Un grupo de policías rodearon el lugar en menos de cinco minutos, y dos mujeres levantaron su cuerpo inconsciente; llevándola dentro de un vehículo blindado.

—Keigo.

Levanté la mirada encontrándome con Rumi.

—Toga estará inconsciente unas horas —avisé sin más—, así que... creo que te dejaré todo por aquí.

—Lamento haberte involucrado, pero Dabi es...

Toya es mi esposo —corregí—. Y sé que no tiene nada que ver con la Liga. Él no estaba aquí cuando la atrape.

—De acuerdo —se acercó sólo para chocar nuestros puños—. Gracias por tu trabajo, entonces

Fue extraño que lo aceptara. Quizá el tono firme de mi voz la convencio. Y sin esperar ni un minuto más: me fui rápidamente del lugar.

Al llegar a casa dejé de contener el aire, pasándome las manos por el rostro.

—Debo hablar con Toya...

—¡Papi!

La dulce e infantil voz de Tomiko me hizo sonreír involuntariamente, viéndola correr hacia mí para que la alzará. Y así lo hice.

—Mi bebé —llené sus mejillas de besos, provocándole pequeñas risitas—. ¿Estás bien?

—¡Sí! —su sonrisa decayó—, pero Papi Toya no.

—¿Cómo?

Mis sentidos de alarma se activaron, dejando a mi pequeña en el suelo, y me agaché a su altura; invitándola a continuar.

—Susu-ojisan y yo estábamos jugando cuando él volvió muy alterado y llorando... no sé qué pudo haber pasado —comentó preocupada—. Pero tú harás que sonría otra vez, ¿no es así?

Suspirando acaricié sus cabellos y le di un abrazo. Ella no tardó ni un segundo en corresponder la muestra de afecto.

—Claro que sí, amor. Ya no debes preocuparte, todo estará bien —besó su frente—. ¿Dónde está Papi Toya?

Tomiko señaló con su dedito la habitación de ambos y él se puso de pie.

—Koko, ¿me ayudas con los vegetales? —Fuyumi hizo acto de presencia y Keigo le agradeció con la mirada.

—¡Sí! —corrió hacia ella.

Fuyumi le sonrió a su cuñado antes de devolverse a la cocina.

Keigo suspiró una vez más, poniéndose de pie y caminando hacia la habitación.
Se tomó unos minutos antes de girar el pomo de la puerta y entrar.

Toya estaba de espaldas, pero al oír la puerta ser abierta: volteó, dejando que el aire se escapara de sus pulmones, agachando la mirada.

—Keigo...

—¿Quieres explicarme?

—Yo no estaba con Himiko, Keigo. Ella intentó contactarme hace días, pero en el instante en que escuché su voz colgué y... cuando vio que eso no iba a servir: vino a buscarme. Pero te juro, Keigo, que yo no tenía idea de que estaría allí...

El rubio no soportó ver aquellas gotas de sangre rodar por sus mejillas, así que sin dudarlo le dio un abrazo.
El problema es que a Toya le duele hacerlo, porque cada vez que veía su espalda sin sus hermosas alas... las ganas de llorar se multiplicaban. Las hermosas alas que él mismo destruyó.

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