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—¡Ah, mierda! ¡¿Cuánto tiempo más me tendrán aquí?! —gritó Katsuki, ya cansado y adolorido de estar dando vueltas por la habitación como un León enjaulado.

—Hasta que termines de dilatar bien, Blasty —recordó suavemente, y por quinta vez, su esposo; sentado sobre un banquillo junto a la camilla, en la que se suponía debería estar el cenizo recostado, atando sus largos cabellos rojizos con una liga.

Llegaron al hospital a las tres de la madrugada, y ahora mismo son las dos de la tarde, y Akane, apodada la sabandija, sigue dentro del vientre de su padre sin poder salir.

—Y una mierda. Estoy más abierto que un puto pavo en navidad, solo quiero que me saquen esta cosa de una vez —gruñó irritado, con pequeñas lagrimitas a los costados de sus ojos producto del dolor que le provocan las contracciones.

Eijiro suspiró poniéndose de pie, y a paso relajado caminó a él para tomarle en brazos; llevándolo a la fuerza hasta la camilla.

—Blasty, debes intentar relajarte, ¿sí? Cuando todo esté en su lugar, Akane saldrá —acostó su cuerpo, dejando pequeños besos en su mejilla izquierda. Borrando así algunas de sus lágrimas.

—Pues que se apresure porque yo mismo la sacaré si sigue así, pero a patadas —contestó en el mismo tono de voz bajo, aferrándose a sus manos entrelazadas con las suyas.

Es la primera vez que Katsuki puede tocarlo sin miedo a que una explosión aparezca por el sudor que las cubre, y es gracias a que le inyectaron algo así como un tónico que anulará su kosei por aproximadamente cuarenta y ocho horas, ya que el esfuerzo que requería el parto le haría sudar mucho; y sin aquel tónico acabaría reventando todo el hospital.

—No puedo ni imaginar el dolor que estás sintiendo, pero solo debes aguantar un poco más, amor. Cuando menos te lo esperes, tendrás a nuestra niña en tus brazos.

Las mejillas del cenizo se cubrieron de un tierno color rosado e inevitablemente comenzó a pensar en las imágenes, que ya tenía desde hace meses, de una pequeña personita acurrucada entre sus brazos. Tal y como le dijo su esposo. Pero aquello dejaría de ser una fantasía y se volvería una realidad en unas cuantas horas más, y pensar en ello logró dispersar cualquier rastro de enojo en su cuerpo.

Aunque las contracciones siguen, y duelen como la mierda, Katsuki se obligó a soportar. Después de todo, Eijiro está a su lado; y el simple hecho de tener sus labios besando la piel de su rostro, una de sus manos acariciando su vientre mientras que con la otra mantiene firmemente el agarre en una de las suyas —permitiéndole apretarla cuando las punzadas aparecen— y el dulce sonido de su voz al murmurar palabras de apoyo en su oído, le devuelven la calma.

Puede afrontar lo que sea siempre y cuando Eijiro esté a su lado.

—Hola... —la cabeza llena de rizos de Izuku se asomó por la puerta con cautela—. ¿Puedo pasar?

—Eres el médico, ¿por qué pides permiso?

Izuku contuvo una risita nerviosa, adentrándose en la habitación.

—Pues porque aprecio mi vida —respondió simple.

Su amigo chasqueó la lengua, apretando sus labios y cerrando sus ojos después cuando una nueva corriente de dolor atravesó su cuerpo.

—Izuku, dime que ya está li-listo porque te juro que me la sacaré yo solo.

El peliverde volvió a reír nervioso, y Eijiro le imitó.

Suavemente le pidió abrir sus piernas, y elevando la bata de hospital le revisó con extremo cuidado verificando que le faltaban algunas horas más.

—Me temo que deberemos esperar de dos a tres horas más, Katchan.

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