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La noche transcurrió en completa calma, y sería mentira decir que no repitieron el acto porque sí lo hicieron, durante algunas horas más, simplemente queriendo alargar ese momento tan especial que ambos decidieron compartir juntos. Amándose en todos los sentidos de la palabra hasta que sus cuerpos se rindieron.

Si bien ambos se encontraban cansados, se sentían más ligeros y tranquilos; misma razón por la que no pudieron dormirse de inmediato, quedándose despiertos en la madrugada.

Hablaron de muchas cosas, riendo entre ellos ante sus anécdotas o cualquier pensamiento que invadiera sus mentes en esos momentos —como tantas otras veces habían hecho— porque siempre encontraban algo más de lo que hablar, para seguir conociendo cada aspecto del otro por más pequeño que este fuera.
También tocaron temas más sencillos, como sus familias, sus gustos o sus trabajos, y se quedaron tan metidos en el otro que nisiquiera notaron cuando los primeros rayos solares empezaron a entrar, atravesando las cortinas que cubrían la ventana, iluminando levemente la habitación. Pero lo ignoraron olímpicamente.

Shoto le contó sobre la nueva pasante que tendría a su cargo, una joven llamaba Akayama Yuki que poseía un kosei de hielo igual que él, e Izuku se mostró completamente feliz a diferencia de él; que si bien está emocionado por ello también se encuentra un tanto asustado por la idea de tener una vida tan joven a su cargo y no hacer un buen trabajo como maestro. Pero cualquier pensamiento de ese estilo se desvaneció gracias a que su dulce médico le sonrió, asegurándole que lograría llevar a Yuki por un buen camino y que se convertiría en una heroína increíble al igual que él. Agregando que los dos, no solamente Shoto, estarían orgullosos ese día.

El reloj marcó las seis de la mañana y en ese momento fue cuando por fin se quedaron dormidos, en brazos del otro. Completamente rendidos.

Izuku despertó primero cuatro horas después. Y con mucho pesar apartó cuidadosamente las manos del héroe, que rodeaban firme y cariñosamente su cintura, para ponerse de pie.
No pudo evitar quejarse por la punzada que sintió en su espalda baja, pero decidió ignorarla; vistiéndose únicamente con su ropa interior para luego devolver su mirada al bicolor.

Shoto, frunciendo el ceño, tanteaba con una de sus manos el lugar de la cama que él había dejado. Y eso le hizo sonreír, tomando asiento a su lado para besar su frente y acariciar sus cabellos, haciéndole saber que seguía a su lado.

—Sho-chan —sacudió su hombro delicadamente—, ya son las diez de la mañana. Debemos ir a trabajar.

El héroe suspiró antes de entreabrir sus ojos, y sonrió involuntariamente ante las caricias en sus cabellos.

—¿Tenemos que ir?

—Sip. Anda, arriba —riendo lo obligó a ponerse de pie.

Decidieron tomar una ducha juntos porque, además de ahorrar tiempo, no pudieron evitar el querer pasar un pequeño momento juntos más antes de tener que separarse por unas cuantas horas hasta que la noche llegará y pudieran verse de nuevo.

—¿Tienes todo? —preguntó Izuku con una tostada en su boca.

Una vez que los dos se encontraron aseados y vestidos, tomaron un pequeño desayuno que constó en unas frutas para Shoto y unas tostadas acompañadas de un poco de café para Izuku.

—Sí, será mejor que nos demos prisa —limpió los restos de migas en sus mejillas.

El médico asintió tomando su bolso, que se encontraba colgado en un perchero al costado de la entrada, y su celular; el cual nisiquiera quiso mirar por la cantidad de notificaciones que tenía.

Antes de caminar fuera del hogar del héroe para iniciar sus días, ambos compartieron un pequeño beso e inevitablemente sonrieron por la calidez que invadía sus cuerpos y aceleraba sus corazones cada vez que sus labios tocaban los contrarios. La mejor sensación del mundo.

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