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Shoto

Todavía no podía dejar de pensar en la palabra que Izuku me dijo con tanto cariño, a pesar de la timidez que lo caracteriza.
Me dijo que me quiere. Ambos lo hicimos en realidad; ya que no dude en confesar al instante lo mucho que yo también lo hago.

Incontables son las veces que sentí el impulso de decirle aquella palabra, cargada de tantos sentimientos, pero callé por miedo a estar apresurando las cosas, aunque es la única y pura verdad que quiero muchísimo a Izuku.

Me gusta cada pequeño aspecto de él, desde su personalidad hasta sus creencias, valores o simplemente su manera de actuar y expresarse; como cuando sus ojitos brillan emocionados al hablar de su trabajo o sobre cualquiera cosa relacionada a Héroes.

También he sentido ese mismo impulso —de decirle cuánto lo quiero— cada vez que lo veo sonreír o cuando su rostro pacífico descansa sobre mi pecho mientras le escucho llamarme entre sueños, buscando mi calor solo para cerciorarse de que aún estoy allí con él. Y esas solo son algunas de las muchas veces que quise decirle tal palabra, pero en ninguna de aquellas oportunidades había tenido el valor para hacerlo.

Ahora mismo nos encontramos en el hogar del chico que se adueña constantemente de mis pensamientos y el causante de los acelerados latidos de mi corazón la mayor parte del tiempo. Izuku. Durmiendo entre mis brazos completamente preso del cansancio.
Después de todo lo que vivimos en una sola noche, me parecía comprensible que quisiera seguir dormitando unas horas más durante la tarde.

Eijiro y yo habíamos demorado mucho dando nuestros testimonios a la policía —lo cual terminó en nada debido a que, después de explicarles la situación y que ellos entendieran, sólo tuvimos que pagar una multa por los daños ocasionados— y por esa razón ni Katsuki ni Izuku pudieron dormir bien ese día.
Pero no quería seguir comiéndome la cabeza con aquel tema, porque me duele recordar aquella expresión de terror en el rostro de Izuku. Duele muchísimo. Así que cerré mis ojos acercándome más hasta pegar una de mis mejillas contra sus cabellos ondulados de aromas frutales que lograron relajarme los músculos y alejar los malos pensamientos; invitándome a acompañarle en el mundo de los sueños, pero el leve quejido que soltó Izuku, al mismo tiempo que se movía un tanto inquieto entre mis brazos, me quitó el sueño de inmediato y me quedé observando cómo despertaba lentamente.

—¿Sho-chan? —llamó somnoliento y él sonrió, sintiendo cómo volvía a acurrucarse en sus brazos.

—Estoy aquí, Izu.

—¿Qué hora es?

Shoto volteó a ver el reloj sobre la mesa de noche y las manecillas del mismo marcaban las siete de la tarde.

—Son las siete.

El médico se levantó de golpe, muy bruscamente, al oírlo.

—¡¿Es tan tarde?!

—Calma, Izu. Es lunes, no trabajas los lunes —le recordó su nuevo cambio de días laborales.

El alma de Izuku volvió a su cuerpo, dejándose caer como una bolsa de papas una vez más en aquella suave superficie, con una pequeña sonrisita en sus labios.

—Lo olvidé... —murmuró, avergonzado, haciéndole reír y rozar su nariz con la contraria.

Volvieron al departamentos de Izuku alrededor de las cuatro de la tarde tras recibir una llamada de una de las vecinas del mismo, avisándole que ya podían regresar a sus hogares porque la fuga de gas había sido una falsa alarma.

Claro que primero almorzaron con los Bakugo, y les agradecieron por todo a Mitsuki y Masaru.
El matrimonio les abrazo muy fuerte, tanto a ellos como a Eijiro y a Katsuki —el fin de semana acabó, así que volverían a su hogar—, diciéndoles que podían visitarlos cuando quisieran.
Al finalizar las despedidas, Shoto junto a Izuku, llevaron a Inko de vuelta a su departamento. Y cuando por fin llegaron al propio: el peliverde cayó rendido con sólo poner un pie dentro de su habitación.

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