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Hitoshi

Un dolor en la espalda me despertó, y al abrir los ojos, todo estaba oscuro.

—Uhg... ¿Eijiro? —llamé, alzando levemente la voz, poniéndome de pie al sentir que algo se movió debajo mío.

—M-Me estás aplastando —se quejó, y al instante me moví, encendiendo después las luces de mi máscara.

—¿Estás bien?

—Sí... —aceptó mi mano para levantarse, soltando varios quejidos al mismo tiempo que desactivaba la dureza en su piel.

—¿Estamos en el primer piso? —cuestionó, tosiendo por el polvo y quitándose los pedazos de escombro de encima. Yo lo imite.

—No, más abajo. Si no hubieras activado tu kosei, ahora mismo, seríamos abono para plantas.

—No quiero ni imaginar que será del niño y su madre, tenemos que encontrarlos —dijo angustiado.

Yo asentí, notando que del auricular dentro de mi oído solo brotaba una insoportable interferencia, por lo que lo tomé y lo guardé en mi bolsillo.

—Parece que se cortó la comunicación... estamos solos —Eijiro frunció sus labios—. Pero no deben estar lejos, los encontraremos.

Eso pareció devolverle la esperanza.

—Ten cuidado, mira por donde vas.

Ambos héroes comenzaron a caminar en línea recta, tosiendo de vez en cuando y apartando el polvo con un movimiento de sus manos.

—¿Puedes ver algo? —preguntó el pelirrojo, ya llevaban varios minutos avanzando y todavía no habían dado con ambos. El silencio de Hitoshi le desconcertó, así que volteó la mirada para verlo y solo consiguió chocarse contra su espalda, casi perdiendo el equilibrio por un momento—. Oye, ¿qué pasa? ¿Por qué te detienes?

Una vez más, su amigo no le contestó. Confundido miró por sobre su hombro... deseando al instante jamás haberlo hecho.

Eijiro, ni bien observó el suelo cubierto de sangre y un pie descalzo sobresaliendo por entre los escombros, volteó la mirada. Llegaron tarde.

—¿Qué... —aclaró su garganta—, qué hacemos?

—Les llevamos a la superficie. ¿Crees poder hacer una abertura en algún lugar?

El pelirrojo asintió lentamente, sorbiendo su nariz y apartando las lágrimas de sus ojos.

No era la primera vez que, como héroes, veían a una o más personas perder la vida justo frente a sus ojos. La mayoría fueron incluso más duras y escalofriantes de ver. Pero el dolor, la impotencia y la pena son siempre los mismos sentimientos que invaden sus corazones, todas y cada una de esas veces.

Con un viento helado recorriendo su pecho en el interior, Eijiro comenzó a quitar los escombros sin esfuerzo alguno, tratando de controlar sus lágrimas. Y cuando el cuerpo de la mujer quedó completamente al descubierto, nuevamente tuvo que apartar la mirada. Estaba desfigurada, por completo.

—¿L-Lo ves? —preguntó refiriéndose al niño.

—No. Quizá acabó deb-... —su voz se vio interrumpida por un débil sonido, el sonido de un llanto. Eijiro actuó primero.

Desesperado, pero con cuidado, quitó el cuerpo de la mujer —dejándolo en brazos de Hitoshi, quien lentamente lo depositó en el suelo y cubrió con su chaqueta— y cuando lo hizo observó con puro alivio plasmado en sus ojos el cuerpo tembloroso e inconsciente del niño cuya particularidad, involuntariamente, había provocado todo ese desastre.

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