Historia en el parque

331 21 0
                                    

Capítulo trece.

Después de pasar el día entero evitando cualquier contacto físico con quien fuera y levitando de un salón a otro sin decir nada decido caminar camino a casa y hacer una parada en el parque al que solía ir con mi madre cuando era pequeña.

En este momento mi idea favorita no es, precisamente, estar sola; pero necesito un poco de esto sí quiero procesar todo lo que está pasando de una vez por todas.

Con un batido de mora en mis manos, me siento en uno de los columpios del parque. No hay muchos niños a esta hora, está anocheciendo y apenas quedan algunos rayos de sol en el cielo, la mayoría de niños están en sus casas o de camino a ellas.

Es el mejor momento para estar en el parque sola.

Se que suena mal y es que ¿Quién en su sano juicio decide estar sola, al anochecer, después de ser atacada en su propia casa? Pues yo.

Las imágenes del tipo sobre mi se repiten una y mil veces en mi cabeza; como un viejo caset, pero desde hace un rato atrás empecé a recordar más cosas que anoche. Tal vez por el miedo del momento mi cerebro estaba omitiendo cierta información sobre el ataque, pero ya no más.

Uno de esos detalles posiblemente insignificantes es la voz. La voz de quién haya sido de reproduce con más detalle a cada segundo, junto con sus palabras.

–¿Qué es lo que quieres? – pregunta el hombre frente a mí. Estoy en el sofá con una cuerda alrededor mis muñecas y pies, haciendo imposible moverme.

–Que me sueltes, jodido idiota.

–Eso no pasará hasta que respondas – dice – ¿Qué quieres para alejarte? Sólo necesito una cosa de ti, linda; vete, empieza una vida en otra ciudad. No es tan difícil.

Un sonido a mi lado me devuelve a la realidad. Me sobresalto un poco e intento ocultarme tomando un poco del batido en mis manos.

–¿Que hace una niña como tú sola en el parque a esta hora? – reconozco la voz al instante y un escalofrío me recorre la espalda.

Jostin me mira de lado y se deja caer en el columpio junto a mí. Estira sus largas piernas frente a él y pone sus manos sobre ellas.

No respondo nada, ni siquiera lo miro. Sólo tomo más de mi batido con la vista fija en los únicos dos pequeños que corren uno tras otro frente a mí.

–¿En qué piensas? – dice después de un rato de silencio.

–Muchas cosas, pero nada que te importe.

Suelta una risa seca.

–¿Quién dice que no lo hace? – por primera vez en la noche lo miro, sus manos están formando puños y una pizca de decepción cruza su mirada.

Lleva una camisa negra que deja al descubierto sus brazos y unos jeans, también negros, con rotos en sus rodillas. Con las pocas interacciones que hemos tenido he dejado de sentir el cosquilleo por su presencia, solo uno que otro escalofrío por culpa de la sensación de conocerlo.

La sensación de familiaridad que siento cada vez que estoy a su alrededor es jodidamente escalofriante, como si de verdad fuera alguien con quien he compartido más que solo algunos encuentros nada casuales en el campus.

Eso pasa por que no quieres a nadie cerca de ti. Estas sola, sólo alejas a todos y cuando alguien llega dudas de él. Mi conciencia habla y hace que las lágrimas se apresuren a mis ojos, atribuyo mi sensibilidad a todo lo ocurrido la noche anterior.

Antes de siquiera darme cuenta estoy llorando a cantaros. Las lágrimas ruedan por mis mejillas y caen sobre mis manos y mi regazo mojando las mangas de mi sudadera y mis jeans sin compasión.

Entre Tu Y Yo  © [Completa ✔️]Where stories live. Discover now