Aprender a quererte

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La sensación de deja vu de las siguientes semanas fue grande. Ese dolor, esa impotencia, la tristeza... Ya había pasado por eso. La última coversación con Villa resonaba en mi recuerdo como un eco permanente. Era una hipócrita. Le había pedido que olvidase, ¿acaso era capaz de hacerlo yo?

Pero cuando crees que nunca vas a poder salir del pozo sin fondo en que te estás hundiendo, porque nada parece tener sentido y no encuentras alternativas al abismo, entonces, la vida te tiende una soga para sacarte y ayudarte a respirar.

Mi soga tenía nombre de amiga. Fati trabajaba en una revista bastante conocida en la que se redactan artículos sobre política, cooperación y derechos humanos. Una mañana, me llamó por sorpresa para proponerme un proyecto que no pude rechazar.

La revista quería conocer la situación de los niños y niñas de la calle en Colombia y cómo el conflicto armado continuaba afectando a la desprotección de la infancia. La cuestión es que tenían todo apalabrado con diferentes personas allá y también con la organización que acogería a las profesionales españolas. Pero una de ellas se había rajado a última hora. Las funciones eran de investigación, recogida de información, redacción y fotografía.
- Me quiere sonar que tienes algún título de fotografía y maquetación ¿verdad? Siempre se te dio bien escribir. Y tienes alma aventurera. Así que eres la candidata perfecta. Si quieres, el puesto sería tuyo hasta fin de proyecto. Nuestro responsable está bastante nervioso con este tema, así que serías su salvación.
- ¿Para cuándo sería y para cuánto tiempo?
- Os iríais en quince días. Para un mínimo de tres meses. Es algo precipitado.
- Mándame toda la información. Lo cojo- accedí- Es justo lo que necesito.

Las paradojas de la vida. Nunca fui a Colombia con Villa y ahora viajaba a lo desconocido con personas extrañas, mientras él vivía en Madrid.

Iniciaríamos el proyecto en Bogotá, en una institución dedicada al cuidado de las infancias, llamada Benposta - Ciudad de los Muchachos. Sabía que Bogotá era una ciudad enorme y que allí estaríamos un poco apartadas del resto de civilización.

En mi trabajo no aceptaron precisamente bien que los dejara tirados, pero tendrían facilidad para buscarme sustituta y yo necesitaba mirar por mí.

Mi familia tampoco lo aceptó. La estabilidad económica que tenía en esos momentos y la trayectoria que podía llegar a tener, nunca antes había sido tan buenas. Además, ¿ir a Colombia? Salían todos los prejuicios. Narcotráfico, tráfico de órganos, la violencia, Pablo Escobar...

- Es un pueblo que se está trabajando a sí mismo desde dentro para superar las consecuencias de la violencia y la corrupción. Un pueblo alegre, con una gran cultura musical y literaria. Además, estaré protegida. Y me cuidaré, os lo prometo.

Álex me felicitó y prometió ir a visitarme.
- Podríamos ir juntos a visitar el eje cafetero. Y Cartagena. Guatapé... Dicen que es precioso.
- Álex, que voy a trabajar, no de turismo.
- ¿Y en tres meses no te van a sacar de excursión? ¡No me lo creo!

También fue Álex quien me dio unas clases exprés sobre contexto cultural, expresiones y gastronomía.
- Agua siempre embotellada. "No des papaya", que quiere decir... Por ejemplo, que no luzcas un reloj de lujo o un móvil último modelo por la calle. Y paciencia. Porque los colombianos son las personas más agradables del planeta, pero la cultura general es terriblemente machista. No te líes con un colombiano, a no ser que sea un tipo que haya viajado y tenga un mínimo de sustancia gris en su cerebro como para cuestionarse y saber adaptarse.

Cuando llegué a Madrid para pasar los días de preparativos con la familia, Clau me recomendó todo lo contrario:
- Y a ver si te echas un novio de esos morenazos, bien torneados, que siempre van enseñando su cuerpo serrano en tirantes y camisas de leñador.
- Me parece que has visto mucho Pasión de Gavilanes, amiga. Y esa novela es mexicana. Además, voy a estar con niños y niñas. Mi trabajo es conocer su situación.
- En tres meses hay tiempo para todo. Imagina que tienen un profesor, un cuidador...
- Bueno, ya te contaré.
Me abrazó exultante.
- Me alegro tantísimo por ti. Esta experiencia la recordarás toda tu vida. Si pudiera me iba contigo. Aunque yo me iría contigo al fin del mundo, ya lo sabes. Escríbeme ¿vale? Los primeros días serán un poco más difíciles. El periodo de adaptación. Pero tú eres camaleónica y es la oportunidad de tu vida.

Al despedirme de Clau, volví a llorar y me dije que sería la última vez que lloraría en mucho tiempo.

Llegamos a Bogotá. Sandra era periodista veterana, curtida en este tipo de aventuras. No era la primera vez que pisaba suelo colombiano y Guillermo, también periodista, especializado en todo lo que tenía que ver con grabación, fotografía. Nos habíamos visto varias veces en Madrid, donde me entregaron documentación y la calendarización del proyecto.

Tal y como había imaginado, Benposta era una pequeña ciudad dentro de la capital colombiana. Una ciudad llena de luz con casitas donde residían los y las menores de edad y otros edificios como el comedor, escuela, salas comunes y recreativas... Y alrededor, todo era césped y caminos de tierra.

Todos dormían cuando llegamos y estábamos agotadas, así que no pudimos conocer a nadie hasta el día siguiente. La encargada de nuestro bienestar era una de las trabajadoras sociales que dinamizaban los grupos de chavales. Se llamaba Olga.

Nuestra casita era pequeña. Con dos habitaciones y un baño, del que nos advirtieron que a veces no salía agua, por lo que debíamos tener preparadas unas tinajas por si acaso.

El primer día por la mañana nos dedicamos a instalar nuestro equipo y hablar con responables de la ciudad, quienes nos enseñaron las instalaciones. Hasta la tarde no conocimos a los niños y niñas, porque estaban en clase.

El primer impacto llegó entonces. Una niña pequeña, no superaría los seis años, salió corriendo del grupo y se abrazó a mí. Le devolví el abrazo y le pregunté cómo se llamaba. Yuleidis llevaba tan sólo dos días allí. Era morena, de ojos vivarachos y cabello rizado. Su madre la había internado ante la imposibilidad de cuidarla. No se apartó de mí en lo que quedaba de jornada.

Poco a poco, fuimos conociendo la dinámica, a los internos e internas, profesionales. Las condiciones no eran las mejores, pero cubrían las necesidades básicas y se brindaba a la infancia desprotegida un entorno seguro para estudiar y jugar.

El corazón se fue liberando de apegos y seguridades.
- ¿Por qué han venido hasta acá desde España?- me preguntó una tarde Yurleidis mientras le ayudaba con unas tareas de matemáticas.

Lo pensé. Aquella oportunidad era para algo más que para una investigación periodística. Era también un proyecto personal. La niña aguardaba mi respuesta con esos enormes ojos oscuros y esa sonrisa pillina.

- Hemos venido para aprender a quererte.- le dije al final.

Pareció convencerle aquella respuesta. Echó una risita y volvió a sus deberes escolares.

Al otro lado del banjoWhere stories live. Discover now