Punto y aparte

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~ África ~

Llevábamos un mes en Colombia y no había sido tan feliz en mi vida. Vivir lejos de comodidades, olvidándose de una misma en pro de los derechos de la infancia era algo que no quería dejar de hacer en lo que me quedaba de vida. Se podría decir que había encontrado mi lugar en el mundo.

Echaba de menos familia y amistades, aunque estábamos en contacto, pero cada día tenía decenas de abrazos fuertes y auténticos de los pelaítos (así llaman a los peques en Colombia). Afecto me sobraba y trabajo no me faltaba. Pasaba gran parte del tiempo con los estudiantes y eso me daba una información de primera mano para el proyecto. Me contaban sus historias. Historias de abandonos paternos, de falta de vínculo materno, de maltrato, de reclutamiento por las FARC, de carencia y violencia excesivamente explícita para criaturas tan pequeñas. Y sin embargo, demostraban una alegría y una capacidad de resiliencia envidiables. Desde Benposta, se les motivaba para que fueran líderes dentro de la propia comunidad, se les daba voz y se les escuchaba tanto o más que a los profesionales.

- A usted le gustaría quedarse con nosotras- me descubrió un día la joven Wendy, cuando pasábamos un tiempo de charla en uno de los grupos de adolescentes- Quédese. Nosotras hablamos con los coordinadores para que le ofrezcan trabajo acá.
- Acá os tenéis que quedar vosotras. Prepararos y proteged a las generaciones futuras. Nadie las a entender mejor que vosotras.

Una mañana de sábado, desayunábamos más tarde de lo habitual, todos juntos. Miguel, el coordinador más veterano, nos interrumpió para darnos unos avisos. Habíamos recibido un cargamento de comida para la fiesta y había que ordenarla. También habían donado material. Habría diversos concursos ese día y los chavales se podían ir inscribiendo a lo largo de la semana.
- Y, por último, les tengo una sorpresa preparada en la puerta. Hoy viene a pasar el día con nosotros... ¡Juan Pablo Villamil, banjista de Morat!

Hubo una ovación general cuando Villa entró por la puerta y saludaba tímidamente.

No podría decir qué sentimientos tuve en ese momento. Estaba tan sorprendida que creo que no sentí nada más. Y desde luego, no me puse nerviosa. Jugaba en casa, rodeada por mi gente y no tenía miedo. Era increíble que fuera donde fuera me lo acabara juntando. El destino se reía de mí descaradamente.

Tenía mucho que hacer, así que ni siquiera me acerqué a saludarle. Pasé por su lado hacia la cocina, llevando el carro con platos y vasos. Él me miró, pero estaba absolutamente rodeado por mis pelaítos.

Sabía que en algún momento me lo cruzaría, pero contra todo pronóstico, no me inquietaba. Tenía demasiadas cosas en las que pensar y preparar, como para dejar que su presencia me supusiera un despiste.

- ¡Afri! ¡Mire! Le presento a Juan Pablo. Él es un cantante famoso acá en Colombia.- Yurleidis arrastraba de la mano a Villa y parecía orgullosa de presentármelo. Se dirigió a él- Ella no te conoce porque es española. Ha venido desde tan lejos sólo para estar con nosotros y querernos.- le explicó.
- Encantada de saludarte, Juan Pablo- no le quise desmentir a la niña y le tendí la mano a Villa.
- Igualmente, Afri- siguió el juego él.

Pasé la mañana centrada en uno de los artículos que tenía que mandar a la revista, mientras gran parte de los internos disfrutaban de aprender a tocar instrumentos improvisados con barriles, latas, cajas y otros artilugios con Villa, quien les enseñaba ritmos y de vez en cuanto, les cantaba alguna canción.

En algún momento, que salí a hacer algún recado, le vi con niños colgados por todas partes y él estaba apunto de caerse al suelo entre risas. Me daba mucha ternura verle así. Y mis niños eran tan felices... Necesitaban tan poco... Tuve que apartar la mirada porque él también me vio al pasar, pero no pude reprimir la sonrisa.

A la hora de la comida, vi que Yurleidis volvía a arrastrar a Villa hasta nuestra mesa.

- Buen provecho- nos deseó mientras yo me metía un trozo de arepa en la boca.
- Se ha apropiado de ti- le dije refiriéndome a Yurleidis- Oiga, no se puede apropiar de las personas así, que hay otros niños.- le regañé medio en broma medio en serio a la pequeña.
Ella mostró su sonrisa desdentada.
- No importa. A mí me gusta esta mesa y estar con mi nueva amiga ¿verdad, parcerita?- dijo Villa y se chocaron las manos con un saludo especial.

Les sonreí. Villa me devolvió la sonrisa. Pero entonces, el niño que tenía al lado y que no paraba quieto, hizo un movimiento brusco y me tiró el zumo por toda la mesa hasta empapar mis pantalones.
- ¡Lo siento!- exclamó al instante.
- No pasa nada. Tranquilo- le disculpé sin perder la calma. No era la primera vez que sucedía un acontecimiento de este tipo y prefería que se derramase el zumo que el sancocho.

Villa me tendió varias servilletas para quitarme lo mayor, mientras Yurleidis y Lezni limpiaban la mesa.
- ¡Eres un bobo, Moisés!- le espetó enfadada Yurleidis al pequeño que se encontraba paralizado por el susto.
- No le digas eso. Moisés, no pasa nada ¿ves? Ya estoy practicamente limpia. Además, ¿sabes qué? Tenía mucho calor. Y así, me he refrescado.- el niño sonrió avergonzado.

Moisés era de los últimos que habían entrado y me daba mucha pena verlo así.
- Sí. De hecho, me has dado una idea, parce- dijo Villa llenando su vaso de agua. Y ante el asombro de toda la mesa, se lo echó por encima. - Hace mucho calor. Ahora me siento mejor.

No sabía lo que se le venía encima a causa de esas declaraciones. Los niños y niñas que tenían más cerca comenzaron a titarle sus vasos con agua por encima. Afortunadamente, quienes tenían jugos, se contuvieron. Toda la mesa se llenó de risas ante la curiosidad del resto de mesas. Hasta que acudió una de las cuidadoras a poner orden

- Ustedes vayan a secarse y a cambiarse de ropa- nos pidió con cara de poca broma a Villa y a mí.

Salimos del comedor conteniendo la risa hasta que una vez fuera, explotamos.
- ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?- pregunté entre risas.
- Lo hice para que el pelaíto no se sintiera mal. No pensé que el resto iban a reaccionar así...

Nos reímos hasta que llegamos a mi casita. Le presté una toalla limpia a falta de secador. Entró al lavabo y aproveché para cambiarme. Salió antes de que me pusiera los pantalones.
- Ay, disculpa.
- No, no te preocupes. Me imagino que le habrás visto las piernas a una chica alguna vez- le quité importancia.- ¿Vamos?- pregunté cuando terminé de vestirme.
- Tienes...- me hizo un gesto para que me quitara algo del pelo.

Le hice caso y varios granos de arroz cayeron al suelo.
- ¿Pero esto qué es?

Le entró la risa de nuevo y me la contagió, hasta que se nos pasó y entonces el silencio se hizo más abrumador.
- Será mejor que volvamos.
- Sí, claro.- aceptó él.

Y nos encaminamos de nuevo hacia el comedor.

Al otro lado del banjoWhere stories live. Discover now