Yo contigo, tú conmigo

289 19 5
                                    

El inicio de la semana comenzó con toda la actividad propia de un lunes por la mañana. A mis compañeros y a mí nos propusieron salir a las calles de Bogotá, mientras las clases, para conocer la problemática de los niños de la calle para completar el reportaje. Hasta ahora, mis compañeros habían salido más para entrevistar a personajes públicos y especialistas en la desprotección infantil en Colombia debido al conflicto armado. Yo había permanecido en Benposta, en el trabajo directo con los chavales.

Lo que vimos aquella mañana nos dejó con el corazón en un puño. Casi al final de la mañana conocimos a Manuel.

Manuel tenía diez años, pero parecía mayor. Estaba sucio, demacrado y desnutrido. Vivía en una alcantarilla con otros como él. Quedaban pocos "gamines" (así les llamaban a los niños de la calle) en las aceras de Bogotá, pero los había.
- ¿Por qué no los recogen y se los llevan?- pregunté a uno de los responsables de Benposta.
- Eso hacíamos al principio. Pero no quieren. Acaban robando y escapando. Los enganchan al bazuco y al pegamento. Es la manera de tenerlos controlados y que vuelvan a las calles.
- ¿Controlados por quién?- preguntó Guillermo.
- Sicarios, ladrones, narcos, proxenetas... Cualquiera puede abusar de estos niños.
- ¿Y sus familias?
- La mayoría han huido de ellas por maltrato o abuso. Sólo se tienen a ellos mismos y al grupo. Les cuesta confiar. Por eso, lo que hacemos es venir a visitarlos. Les traemos comida, mantas, algo de ropa, tabaco... Les informamos de donde estamos y de que podemos acogerlos. Pero es difícil. Están amenazados. Y si de algo saben estos niños es de supervivencia. La mayoría no alcanza los dieciocho años.
- ¿Y las niñas?- pregunté.
- Apenas verá niñas en las calles. Enseguida las raptan para clubes.

- Hola Manuel- saludé al niño que estaba dentro de la cloaca. Olía fatal.- Me llamo África. ¿Quieres salir para que te conozcamos?
- No. Estoy bien. Déjenme.
- ¿Puedo bajar ahí contigo?- pregunté. El responsable me agarró del brazo y negó con la cabeza.
- Venga si se atreve.- me retó el gamín.

Se oyeron risas de otros gamines. Estaba oscuro y no veía con claridad.
- Tengo que bajar- le dije.
- Yo te acompaño- secundó Guillermo.

Descendimos por una pequeña escalera vertical. El olor putrefacto me dejó sin respiración. Contamos cuatro gamines más. Manuel era el mayor. En la mano sostenía una bolsa de pegamento. Tenía una herida en el labio que no tenía muy buen aspecto, pero todo en ese niño parecía enfermo. Tenía las pupilas dilatadas, pero su mirada era la de un niño que había vivido más de lo que la mayoría de adultos podríamos soportar.
- Tomad, os hemos traído algo de comida. También chocolates. - ofrecí.

El resto de niños agarraron lo que les ofrecíamos y comenzaron a comer, pero Manuel no. Lo dejó a un lado.
- Para luego.
- ¿Puedo ponerte la mano en la frente?
No contestó, así que lo hice. Estaba ardiendo.
- Manuel, necesitas un médico. Vente con nosotros. Sólo hasta que te cures.
- Tengo que cuidar de ellos- dijo, señalando a los más pequeños.
- Se pueden venir también.
- Luego, me marcharé- afirmó con decisión.

Quiso ponerse de pie, pero no pudo, así que Guillermo lo cogió en brazos, mientras yo me encargaba del resto.

La bolsa de pegamento se le cayó en aquel agujero y luego, Manuel perdió el conocimiento.

Aquella tarde, Villa vino a visitarme a la habitación donde habían aislado a Manuel para su recuperación. La doctora que le había revisado había diagnosticado diversas infecciones por las heridas mal curadas, desnutrición y anemia.
- Me han contado lo que ha sucedido esta mañana- me dijo, colocándose de cuclillas frente a mí.
- Ha sido horrible, Villa- contesté con un hilo de voz, al recordar.- Ahora lo ves aquí, limpio, en una cama... Pero aquel lugar era horrible... Y su mirada... Pedía auxilio sin necesidad de palabras.
- Es usted una valiente por estar aquí y hacer lo que hace.
- Nada de eso. Lo hubiese hecho cualquiera. Si hubieses visto su mirada, Villa... Aquel lugar...- me volví hacia Manuel, que seguía dormido. Le habían cortado el pelo. Podría pasar por un niño cualquiera si no fuera por las enormes ojeras. Me pregunté cuánto tiempo llevaba sin dormir. Le acaricié el pelo y le toqué la cara. Le había bajado la fiebre.
- Necesita desconectar. Salga a pasear. Éstese con los otros niños. La andan extrañando y no ha pasado ni un día que no se ven. Yo me quedaré con él.
- Mejor que os vayais los dos- abrió la puerta Sandra- Dejadme un rato con el pequeño Manuel, anda.

Accedí a regañadientes. Sandra, que era de temperamento fría y distante, me llenó de besos antes de salir. A todas nos había afectado mucho lo vivido esa mañana.

Salimos. A lo lejos, vi a Alejandro Posadas jugando con los niños. Villa y yo caminamos en silencio por los caminos de la Ciudad de los Muchachos.
- La he apuntado al concurso de música del sábado- me anunció de repente.
- Ahora mismo no me apetece nada.
- Lo sé. Pero necesita animarse. El resto la necesita. Yo la necesito.

Le miré y le sonreí como pude.
- Pídame lo que quiera. Haré cualquier cosa porque se sienta mejor. No puedo verla así de triste.
- Necesito un abrazo- pedí sin dudar.
- Claro. Venga.

Nos detuvimos en medio del camino, junto a las canchas de fútbol y baloncesto. Y nos abrazamos. Nunca hubiera imaginado que un abrazo pudiera resultar tan sanador, pero claro, era de Villa. Siempre había sido un experto.
- Puede contar conmigo siempre que lo necesite.
- Gracias.
- Afri... No puede cambiar el mundo usted sola, lo sabe ¿verdad? El paso adelante que ha conseguido que den hoy esos gamines, mañana pueden ser dos hacia atrás.
- No lo consentiré. Tengo esperanza en que no quieran volver a la calle, después de estar aquí.
- Prométame que no hará nada peligroso.
- ¿A qué te refieres?
- La próxima semana me voy con la banda a grabar a Los Ángeles. Asegúreme que, pase lo que pase, se va a cuidar.
- Te lo prometo, papá- bromeé.
- Me ha parecido percibir que ha retornado su sarcasmo. Y me alegro. Pero se lo digo en serio.

Se separó de mí para mirarme fijamente a los ojos.
- Que sííí... Que te lo prometo. Nada de conductas de riesgo.

Cuando Villa dio un paso atrás y el resto del mundo volvió a aparecer a mi alrededor, me di cuenta que Wendy y unas cuantas chicas más, nos observaban desde la pista de deporte como si estuvieran enganchadas a algún capítulo de su telenovela favorita.
- Chicas, venid aquí. ¿Ya habéis conocido en persona a vuestro enamorado?

Le guiñé un ojo a Villa mientras las chicas se aproximaban tímidamente.
- ¿No era que Simón era el favorito?- me susurró Villa.
- Las hay también que tienen peor gusto- contesté con sorna- Oye... Gracias por todo. Por estar aquí. Por querer tanto a los niños. Por escucharme y cuidarme.
- Es que a los niños no son a los únicos que quiero en este lugar- dijo mirándome con una sonrisa antes de saludar a sus fans.

Al otro lado del banjoWhere stories live. Discover now