Causa perdida

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El domingo, Villa también pasó el día en la Ciudad de los Muchachos. Era entrañable verle con los críos. Había que reconocerle que tenía buena mano. Era cariñoso, atento, divertido e ingenioso.

Él y yo continuamos como el primer día, como si no nos conociéramos. Eso me daba mucha libertad, aunque sabía que en algún momento deberíamos finalizar con aquella farsa.

Por la tarde, salimos con los niños de Primaria hasta lo alto de una colina para que hicieran volar sus cometas. Después de repartir la merienda, me senté alejada del resto para inmortalizar aquel atardecer de fuego con mi cámara. Villa se sentó a mi lado sin pronunciar palabra mientras yo me concentraba en mi objetivo.

Finalmente, cuando me quedé satisfecha, apagué la cámara y seguí mirando el horizonte.
- ¿Cómo están mis amigos?- me atreví a preguntar. Me refería a Isaza, Martín y Simón.
- Están bien.- contestó él sin necesidad de que le aclarara nada- Isa y Marto vendrán el sábado para la fiesta. Es una sorpresa.
- ¿Y Monchi?
- Él... Él no puede- dijo, pero por el tono que lo había dicho supe que había algo más, aunque no quise preguntar.
- Qué lástima. Aquí, la mayoría de adolescentes, están enamoradas de él. - comenté- Yo también lo estaría. De él o de Isaza- añadí con malicia.
- ¿Ah sí? ¿Y por qué de ellos dos?- preguntó también con picardía.

Me miraba, pero yo continuaba con la vista clavada en el paisaje.

- Es evidente. Simón es el bohemio, el intelectual... Se puede hablar con él de cualquier tema. Isaza es el caballero, todo corazón, divertido...
- Y según usted, ¿dónde quedamos Marto y yo?
- Bueno... Martín es como un osito de peluche al que siempre tienes ganas de abrazar. Como un hermanito. Con quien te ríes todo el tiempo.
- Entonces, quedamos en que Villamil es el que menos puntos tiene.
- Tampoco te pongas triste. Tú besas bien. Y ese aspecto siempre hay que valorarlo.

No podía creer que estuviéramos hablando como si nada. En tono de broma... Y que yo le hubiera soltado semejantes cosas.

Villa me miraba sin articular palabra. Sentía su mirada recorriéndome.
- Deja de mirarme así- le pedí con una sonrisa.
- ¿Así, cómo?
- ¡Así!- reí.

- ¡Vamos recogiendo, muchachos! ¡Hora de marcharse!- oímos el grito de una coordinadora.

Villa se puso en pie y me dio la mano para ayudarme.
- Espero que Monchito venga un día a verme- le dije.
- Yo también lo espero.- contestó con ojos tristes.

Al otro lado del banjoWhere stories live. Discover now