~ XLVII ~ PAMPLONA

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Estuve tres días en la capital, no podía retrasarme más. Me encantaba estar con mis amigos, pero tu ausencia me quemaba. Sabía que no estaría del todo bien hasta que no volviese a verte. Mis amigos lo entendieron y me dejaron marchar a Pamplona. Sin embargo, antes de irme, decidí hacer algo que me descargó un poco el peso que llevaba emocionalmente. Sabía que estabas en casa de tus padres y que era posible que no me lo cogieras, pero, aún así, quise llamarte desde Madrid.

Me lo cogiste a la cuarta. 

- ¿Alba?

- Hola, Natalia. - ibas a decir algo pero no te dejé. - Sé que es posible que no quieras hablar conmigo y que no quieras saber nada de mí. Pero te prometo que yo también te lo demostraré. Esta vez no volveré a huir ni a cerrarte la puerta en las narices. No tardaré. 

Y colgué. Quise que dijeras algo más pero prefería decírtelo todo cuando te viese y temía que si te dejaba hablar, no iba a poder callarme. Suspiré. Acabé la maleta y salí del hotel. Mis amigos me esperaban fuera. Nos despedimos, sabiendo que esta vez volvería en poco tiempo y no tardaría tanto como cuando me fui a Elche. Y, después, me encaminé sola hacia la estación. Esta vez con un destino diferente: Pamplona. 

Estuve las tres horas y media que duró el viaje temblando. Estaba muy nerviosa, pero, sobretodo, tenía muchísimas ganas de verte. Se me hizo eterno. Calmaba mis ansias de llegar mirando el paisaje, pero no veía nada; estaba concentrada en mis propios pensamientos. ¿Te habías dejado crecer el cabello o seguías teniéndolo corto? ¿Me sonreirías? ¿Me quedaría en blanco al verte o hablaríamos? ¿De qué hablaríamos, después? ¿Cómo reaccionarías? Las dudas me carcomían de nuevo y las ansias conseguían que mis ojos saltaran por el paraje que vislumbraba a través de la ventanilla. 

Llegué a Pamplona y al bajar del tren y poner los pies en la estación dejé escapar todo el aire que había estado conteniendo, sin darme cuenta, durante todo el trayecto. Noté mi corazón latir con fuerza y suspiré. Me quedé parada durante varios minutos, pensando en lo que tenía que hacer a continuación. Y finalmente, empecé a caminar. Comí en la estación y me estuve un rato sentada, con la mirada perdida en el suelo de aquel lugar por el que pasaba mucha gente con un destino en mente y una razón para viajar. Me fijé en la gente, llevando sus maletas consigo, guardando trocitos de sus vidas en ellas.  

Llegué a un hotel en el que me alojaría el tiempo necesario y subí a mi habitación. Observé el lugar, dejé las maletas y me tumbé en la cama. Llamé a mi familia y luego a Miki, Joan, Julia y Sabela para decirles que ya había llegado. No llamé a nadie más porque me dijeron que ellos ya se encargaban de repartir la información. Así que apagué el móvil y pensé en qué hacer y cómo hacer lo que tenía pensado. Pero acabé dormida encima de la cama, totalmente vestida y con los zapatos puestos. Desperté a las ocho menos veintidós minutos de la tarde y decidí que iría al día siguiente. Bajé para dar una vuelta y estuve deambulando hasta la hora de cenar y mucho rato después. No tenía sueño y me apetecía perderme por aquellas calles iluminadas de Pamplona.  

Volví al hotel tarde, muy tarde. Me duché, me puse el pijama y me metí en la cama. Me dormí pensando en que te vería a la mañana siguiente.

Desperté con energía renovada y con una sonrisa en los labios. Me vestí y bajé a desayunar. Deambulé de nuevo durante unos minutos sin rumbo hasta que me decidí a ir a buscarte. Dirigí mis pasos a la casa de tus padres, lugar al que mis pies ya sabían llegar desde casi cualquier punto de aquella ciudad. Estuve más o menos una hora caminando, pero al final llegué. 

Me quedé parada delante de la puerta, sabiendo que tu estabas en algún lugar en el interior de aquella casa. Dejé pasar unos minutos. Respiré y me permití cerrar los ojos para calmarme. Creo que pasó una eternidad hasta que conseguí levantar la mano y llamar. Silencio. Los latidos de mi desbocado corazón rompían el silencio y desataban mis impacientes nervios. Una suave voz que reconocí al instante como la voz de tu hermana Elena me preguntó quién era y yo callé. Hasta que encontré mi propia voz y respondí:

- Soy Alba Reche. ¿Puedo pasar, porfi?

- Sí, claro. Sube.

Me abrió y subí. Me encontré con Elena en la puerta y nos abrazamos. 

- ¿Qué tal, Alba?

- Muy bien, ¿tu cómo estás?  

- Genial. Contenta de verte. - una enorme sonrisa se le dibujó en el rostro y fundió mi corazón. No podía evitar pensar en ti cuando tenía delante a tu hermana. - Pasa, Alba. 

Y entré. Todo seguía como lo recordaba. 

Tu madre estaba sentada en el sofá y se levantó para recibirme cuando me vio aparecer en el salón. Tu padre no estaba en casa. De ti no me dijeron nada, pero supuse que estarías en tu habitación y no querías que te molestasen. Hablé con tu madre y tu hermana durante un buen rato. Después apareció Santi y se unió a la conversación. Hablamos de todo y de nada, pasando el rato. Tu no apareciste y tu padre tampoco llegó en ningún momento. Estuve esperando, pensando que quizás te dignarías a aparecer o pensando que quizás yo me atrevería en algún momento a ir hacia tu habitación para hablar contigo. Pero parecía que el momento no llegaba.

Hasta que me digné a preguntar por ti a tu madre y tus hermanos. Su respuesta me heló. Se disculparon diciendo que pensaban que ya lo sabía, pero ¿cómo lo iba a saber? Yo había ido a Pamplona expresamente, buscándote. Y es cierto que no me arrepentía de la charla con tu familia, pero yo te buscaba a ti. Yo quería hablar contigo. Y no estabas allí. Te habías marchado varias semanas atrás. Me disculpé y les expliqué la razón por la que estaba allí. Y salí de aquella casa tras dar varios abrazos y decir palabras bonitas. 

Llegué a la calle. Estaba en Pamplona, buscándote. Te buscaba en el lugar equivocado. Hacía ya semanas que no estabas allí, joder. Yo en Pamplona y tu no. Tu ahora estabas en Madrid. Madrid, joder, la ciudad de la que yo venía.

Volví al hotel y hice mi maleta tan rápido como pude. Necesitaba volver a Madrid cuanto antes posible, mejor. Bajé rápidamente y regresé a la estación. Miré los trenes que salían hacía la capital. Había uno, dentro de veinte minutos, que tenía billetes disponibles. Compré uno, esperé y subí. Me senté cerca de una ventanilla y me perdí en mis pensamientos. No entendía por qué nadie me había dicho que tu estabas en Madrid cuando yo había estado allí. Muchas más de siete horas casi perdidas.

Tres horas y media más tarde estaba de vuelta en la capital, preparada para ir a buscarte y encontrarte.

¿Nuestra relación solo es en OT?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora