Capítulo 1

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South Bronx, N. Y. Agosto de 1965.

Esa mañana se despertó gracias a los insufribles gritos de su madre. Posiblemente ya no tenía ni una gota de alcohol en su organismo y por eso estaba de mal humor. Detestaba que prácticamente todos los días fueran así, pocos eran los días en los que Donna estaba en silencio.

—¡¿No piensas levantarte, maldita holgazana?!—su madre gritó desde abajo y  Shandi apretó los puños con molestia e instintivamente se sacó las cobijas de encima.

¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué no podía tener una mamá normal como todas sus demás compañeras? Todos los días se preguntaba lo mismo, a veces deseaba que su madre la abrazara y le dijera algunas palabras cariñosas.

Pero no todos tenían esa suerte, quizás algunos niños tenían el mismo destino que ella.

Una niña de diez años, no podía comprender por que la persona que le había dado la vida podía llegar a ser tan hiriente.

—¡Ya voy! —gritó para que su madre no fuera a buscarla.

Se vistió con lo primero que encontró, un viejo pantalón de pana con un agujero en la rodilla y una playera que fue de su hermano hace unos años. Se puso su abrigo y un par de tenis malolientes y viejos. Amarró su cabello en una coleta baja y buscó sus anteojos.

Frente al espejo, no era nada agraciada. Gracias al cristal de fondo de botella de sus lentes, sus ojos se veían pequeños y graciosos, sus frenillos provocaban que su boca estuviera inflamada la mayor parte del tiempo y su palidez no ayudaba mucho.

Ante su madre era un adefesio engendrado por Luzbel.

Cuando sus pies tocaron el último escalón que conectaba a la sala de estar la figura imponente de su madre ya la estaba esperando con ese gesto tan conocido, lleno de molestia y aversión.

—¡Vaya! ¡Hasta qué la mocosa decidió despertar! —exclamó Donna de mala gana. Llevando a sus labios resecos un cigarrillo y la vio darle una profunda calada, sin ninguna consideración, le echó el humo en la cara—. Necesito que vayas a la licorería por una botella de aguardiente y cigarrillos—sacó de sus viejos pantalones de mezclilla un billete que le aventó a las manos.

—¿No crees que es muy temprano para eso, mamá? —preguntó intentando calmar la ira de su madre.

Segundos después, sintió que la mejilla le ardió y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡No estoy pidiendo tu opinión! ¡Ve a comprar lo qué te ordené! ¡Imbécil! —cada que Donna la insultaba, sentía como el corazón se le oprimía fuertemente. Y antes de recibir otro golpe de su madre, salió por la puerta de ese viejo departamento.

Durante agosto y septiembre, las lluvias habían llegado a la ciudad. Y esa mañana era fría, el cielo estaba oscuro lleno de nubarrones espesos que dejaban caer con furia las gotas sobre las cabezas de todos los neoyorkinos, incluyéndola.

Se sobó con tristeza la mejilla en dónde había recibido la bofetada y con el antebrazo se limpió las lágrimas que salían de sus ojos tristones.

—No me tardo—susurró para sí misma, mientras bajaba por las escaleras del edificio departamental. Notó que el portero de la recepción le miraba con lastima, pero decidió no mirarlo, no quería preguntas acerca del enrojecimiento de su mejilla.

Para una pequeña niña, era sumamente peligroso andar en las calles de ese barrio. Siempre en las noticias aparecían reportajes acerca de un asesinato en alguna esquina o callejón. Las casas en ese lugar eran muy viejas, sobre todo, la pobreza se respiraba por todos lados. La mayor parte de su población eran personas indocumentadas que migraban de México y países latinos, y muchas de ellas estaban desempleadas.

Broken Heart| Paul StanleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora