LSELL | Charlotte Swan es una adolescente conocida por su corazón bondadoso y su actitud alegre.
Jamás ha creído realmente en el amor de pareja, sin embargo, su vida se pone patas arriba cuando conoce al nuevo miembro de la manada Quileute.
Seth Cl...
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—¡Hora de los regalos! —canturreó el jefe Swan después de que se acabaran las dos pizzas.
Puso dos regalos sobre la mesa y Bella puso uno.
—Ábrelos. —animó la mayor.
Charlotte rasgó el papel de regalo con rapidez y se levantó de la silla chillando de emoción.
Frente a ella había tres libros, todos y cada uno de ellos eran romances.
—Tu madre envió uno de esos. —aclaró su padre.
—Esto es perfecto, puedo adivinar cuál fue el que ella envió. —murmuró con gracia con los ojos cristalizados. —Gracias.
Abrazó a ambos con fuerza y se separó después de unos segundos.
—Es hora del maratón.
Estuvieron viendo películas por un largo rato hasta que dieron las cuatro de la tarde y el jefe tuvo que ir a la comisaría.
Justo unos cinco minutos después de eso, tocaron la puerta. Bella se levantó para atender y regresó a la sala siendo seguida por Alice, Rosalie y Emmett.
—Aquí está mi preciosa niña graduada.
El grandulon se sentó a su lado en el sofá y le dio una pequeña y elegante caja de regalo.
—Ábrelo, Charlie. —pidió Rose sentándose en el sillón individual.
La pequeña obedeció y abrió los ojos en grande al ver el regalo. Era un hermoso brazalete de oro.
—Son dieciocho quilates, es de origen francés. —alardeó Emmett. —De principios del siglo veinte, te gustan las cosas francesas, ¿no?
—Yo lo escogí. —aclaró Rose con orgullo. —¿Te gustó?
—¡¿Que si me gustó?!, ¡Claro que sí! —respondió atónita. —Pero es demasiado, no puedo aceptarlo.
—Si no lo aceptas lloraré. —advirtió el chico.
—Emmett, tú no puedes llorar. —le recordó alzando una ceja.
—Me sentiría... Nos sentiríamos muy mal si rechazas nuestro regalo. —dijo Rose. —Nos hacía mucha ilusión que tuvieras esto.
Pasaron segundos en los que Charlotte mantuvo la mirada fija en Rosalie, quien no dio su brazo a torcer.
—Está bien. —se rindió la menor. —Muchas gracias, creo que lo guardaré en una vitrina por siempre.
—De hecho no. —intervino Alice. —Y aquí está el mío.
Le dio una caja pequeña y alargada, casi tan elegante como la otra.
