23. Pecado

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DareWidow

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—Natasha, háblame —Matt insistió por quinta vez—, ¿Qué fue lo que pasó?

Natasha piso a fondo el acelerador mientras el cigarrillo en su mano se consumía lentamente. La ventanilla de su lado estaba completamente abierta y deja que los pocos cabellos que se escapan de su moño bajo le vuelen totalmente, además de que hace que los cabellos peinados de Matt se desordenen. Tal vez en algún otro buen momento Nat bromearía sobre que así luce su cabello cuando ella tira de él en el sexo.

Pero efectivamente, ese no es ningún buen momento.

—Natasha-

—¡Cierra la boca!

—¿A dónde vamos?

—¡No lo sé, Matthew! ¡No lo sé!

—¿¡Dime entonces por qué mierda tenemos un cuerpo en el maletero!?

—¡No fue mi culpa!

—¿Qué pasó?

Matt estaba totalmente nervioso, las manos sobre su regazo estaban totalmente sudadas y su corazón estaba acelerado. No dejaba de empujar sobre el puente de su nariz las gafas de sol que normalmente utiliza para cubrir su ceguera.

En la mañana, cuando iba saliendo de sus clases de la universidad, se encontró con Natasha, quién lo esperaba en el auto. Le sorprendió no habérsela encontrado en alguno de los recesos entre clases, porque Nat no es una chica a la que le guste tener faltas. De hecho, ella es muy ordenada y puntual respecto a todo.

Cuando Matt se había acercado a la ventanilla de su lado, en el asiento del conductor y la encontró sollozando; cuando él intentó preguntar sobre lo que ocurría, ella solamente atinó a decirle que había alguien en el maletero y que no podía dar muchas explicaciones. Ella nunca lo obligó a subirse, él fue solo a rodear el auto y montarse a su lado y luego, Natasha comenzó a llorar más fuerte y Matt sin saber qué sucedió, la abrazó hasta que Nat despejo su mente, tomó aire y encendió el auto.

—Había una tipa en mi club de danza —empezó ella—, siempre trataba de estropear todo lo que hacía. Inventó cosas sobre mí, yo estaba muy enojada, Matt... Estaba muy enojada, la agarre sola en un callejón.

Pero Matt no decía nada, solamente estaba estático limitándose a escuchar.

—Matt, yo no hice nada... Yo no quería, Matt, estaba muy enojada. Matt yo no soy una asesina.

Su mano sobre el volante temblaba notoriamente mientras la otra llevaba a su boca el cigarrillo. Había rastro de lágrimas secas en sus mejillas y no paraba de tiritar.

Matt no sabía muy bien qué es lo que debía hacer o qué decir. Es decir, Nat estaba en problemas -muy grandes problemas-, y aparentemente él era con lo único que contaba en esos momentos; pero apoyarla significaría ser testigo del asesinato y posible desaparición de esa chica.

—Deten el auto, Nat.

Matt era católico, su madre y su padre lo llevaron a la iglesia cada domingo. Ponía ante Dios su alma y oraba todos los días por personas como Natasha, para que pudieran encontrar su camino. Pero Matt amaba a esa chica, quizás más de lo que se amaba a si mismo. Y ella lo sabía. No hay cosa que Matthew no haga por ella, incluso huir si era necesario y mentir, sucumbir y preferir el pecado.

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