Capítulo 28

1K 77 25
                                    

Lo único de lo que soy consciente es del sonido de los cristales haciéndose añicos al dar de lleno contra la pared, la montaña de ropa esparcidas por el suelo sin decoro alguno, la habitación puesta de cabeza. Mi respiración entrecortada me impide respirar hábilmente, el pecho sube y baja sin control alguno. El corazón late tan fuerte que, por un segundo pareciera como si fuese a salir por mi boca, tengo que hacer presión con la mano para intentar aplacarlo.

Un grito desgarrador sale escabulléndose y rasgando mi garganta, los ojos pican y las manos tiemblan tanto que me impiden seguir tomando cosas para arrojarlas contra las paredes.

Como si de una mala película se tratara, el recuerdo de haber visto a Oriana y Emir besándose, provoca en mí tanta rabia que cualquier razón alguna en mí se nubla, me impide pensar con claridad, tan siquiera meditar un segundo. La idea de los dos entrelazando sus cuerpos, rozando su piel desnuda asquea mi ser, la bilis amenaza con salir de solo pensar esa escena, tengo que obligarme a pensar en otra cosa, pero no puedo, no puedo.

El asco se apodera de mí, invade todo mi ser. El sabor amargo no tarda en llegar, el recuerdo de sus manos tatuadas en mi piel, el agujero que dejo en mi alma duele, quema, lastima. Decepción y alcohol tiñen mi cuerpo, quemando todo a su paso, incendiando llamas de desesperación y rencor y, aun así, no logro apagar todo esto que siento, por más alcohol que beba, el agujero en mí no se llena.

El frio estremece mis rodillas, un leve picor en la zona me hace apretar los puños con fuerza, para cuando logro darme cuenta, estoy echado en el suelo, el impacto de mis rodillas contra el suelo me trajo a la realidad.

No sé cuánto tiempo he permanecido en este estado, pero, para cuando logro caer en cuenta, mi vista clavada en un punto cualquiera, me centro, logro verlo allí, arrojado bajo un sinfín de cosas casi cubriéndolo. La pajarita que alguna vez me regalo, esa que representa el inició de esta maldita historia.

Sujeto entre mis manos el pedazo inerte de tela. Cierro los ojos y maldigo, el tacto de la seda no se compara a la suavidad de su piel, por más que lo niegue, su espina dorsal era una pista de baile para el encanto de mis manos, su belleza hechizante hacía caer cada pisca de compostura en mí. Perdía los papeles con solo verla.

Haciendo acopio de la poca fuerza que queda en mí, obligo a mis piernas a ponerse en pie para así, a regañadientes ir hasta la cama. La solemne soledad de la misma golpea cada fibra sensible en mí. La sensación, como era de esperarse no tardó en llegar, deshecho empujo la idea de tenerla descansando sobre mi pecho, la empujo tan hondo que intento guardarlo en un baúl en lo más profundo de mi ser.

La repentina idea de que el niño que llevaba en su vientre pudiera ser mío abruma mi mente. Como una escena aletargada comienzo a recordar, en cámara lenta, el sin fin de palabras duras e hirientes que salieron disparadas de mi boca, como si de puñales repletos de desprecio se trataran.

¿En qué momento me convertí en esto?

Por un segundo, preguntas vienen a mi cabeza.

¿Cómo tan solo pude perder la prioridad de dibujar sonrisas en sus labios?

La mera idea de no volver a dormir a su lado me aterra y entristece en partes iguales. De repente, el despertar en las madrugadas y no aplacar el insomnio con su piel pegada a la mía se hace más tangible, me niego, me niego a perder todo lo que ella significa para mí.

Busco las llaves del auto y corro, corro en su búsqueda. Lo único en lo que logro pensar ahora mismo es en tomar sus manos juntos a las mías y hacerle saber que no está sola, que todo debe tener una explicación, que actué como un canalla, pero fue por dolor, por desespero y rabia.

Sus ojos bañados por inminentes lagrimas se dibujan mi subconsciente, aprisionando mi corazón y rasgándolo de arrepentimiento. Los semáforos en rojo amenazan con sobresaltar mi paciencia, cualquier segundo perdido es una disculpa perdida, es una caricia que no volverá. Para estas alturas creo haberme saltado un par de semáforos, cuando por fin llego al hospital me dirijo a toda prisa hacia la recepción,

-Buenos días -me dirijo a la joven al otro lado del mostrador- necesito ir a la habitación de la señorita Dobrev.

-Aguarde un segundo -asiento con la cabeza. La mujer busca en su laptop- me temo que no tenemos ningún paciente con ese apellido en el sistema señor.

No dice nada más y se dispone a contestar el teléfono que, convenientemente comienza a sonar. Debe estar equivocada, yo mismo he venido el día de ayer con ella hasta aquí.

-Debe haber sacado mal -sin aviso alguno las palabras salen sobresaltadas de mí. Levanta un dedo en señal de silencio, mientras continua con la llamada- debe estar aquí, ¿Con quién debo hablar? Algún superior.

A lo lejos veo al doctor que nos había recibido, el mismo que la atendió. De semblante sereno se dirijo hacia mi.

-¿En qué puedo ayudarlo señor? -dice esto en mi dirección.

-Busco a la señorita Dobrev -me tomo un segundo para intentar calmarme- ha ingresado ayer, pero la joven en recepción me informa que no está aquí -lo observo un momento- debe haber un error.

-Me temo que no hay ningún error, señor -su semblante y seriedad hacen mi sangre bullir de impaciencia- me temo que la señorita a la que busca ha solicitado un traslado -junta sus manos sobre su prominente barriga y se dispone a continuar- y me temo también que ha pedido completa discreción.

Como anticipándose a mi pregunta dice esto último. ¿Cómo que discreción? ¿A que estamos jugando? Debe de ser una broma. Me niego a creer en lo que acaba de decir, Oriana no se marcharía sin decirme nada antes, no me dejaría con la incertidumbre de saber dónde está y, sobre todo, de cómo se encuentra.

¿Dónde la busco ahora?

Me apresuro a buscar mi teléfono celular y teclear números rápidamente, aguardo un momento mientras me toman la llamada.

-Quiero un listado de todos los sanatorios privados de la ciudad -finalizo la llamada.

Entre Cuatro ParedesWhere stories live. Discover now