Capítulo 27

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Siento el pausado e intranquilo mecer de mi cuerpo, al compás del que, parece ser un automóvil.

Los ojos me pesan tanto, que por más que quiera no puedo abrirlos, el cuerpo duele a mas no poder, tal como si me hubiera caído de algún precipicio. Manos sujetan mi cabeza, tal parece evitando que se mueva bruscamente, mientras colocan un collar inmovilizador en mi cuello.

El gélido ventarrón da de golpe sobre mi rostro. Al bajar no hago más que oír el silbido del viento que, trae consigo el cantar de las sirenas de ambulancias.

Una vez que intento y, a regañadientes logro abrir los ojos, queman, queman tanto que intento parpadear un par de veces antes de abrirlos por completo. Con tintes borrosos alcanzo a leer el cartel de "emergencias" que titila en la puerta.

Lo oscuro comienza a teñirse lentamente de blanco; inmaculadas paredes y, una fría y cegadora luz. No tardo en divisar a mi lado a mis padres, con destellos de preocupación observan mi magullado cuerpo, tumbado casi inerte sobre la dura cama del hospital.

Los ojos de Osmar están clavados en mí. Tristeza, rabia y enojo le inundan las cuencas en este momento, su ceño duramente fruncido no deja terminar de leer su rostro. Muy a su pesar, intenta esbozar una sonrisa, la cual de todas formas está apagada.

—Cariño —mi madre es la primera en romper el sepulcral silencio— ¿Cómo te siente? —toma mi mano entre las suyas.

No escucho nada de lo que dicen, mamá tiene los ojos hinchados, los cuales delatan horas de lágrimas.

—¿Puedo hablar con ella un momento? —Osmar se dirige a mis padres— en privado, por favor.

Mis padres dudan, mi madre con tan solo la mirada busca mi aprobación, la cual se la doy con un leve asentimiento.

Una vez a solas, el imponente hombre toma asiento a mi lado, duda, busca las palabras correctas.

—Oriana —su voz tiembla, como amenazando romper en llanto en cualquier momento. Nunca había oído antes su voz así, débil y temblorosa, como un niño asustado— saliste corriendo despavorida, en medio de la discusión me cegué por la rabia —traga saliva al tiempo que guarda silencio un momento— para cuando caí en cuenta, un auto te había atropellado.

Levanto un poco la cabeza, un yeso blanco se divisa sobre mi pierna derecha, vendajes decoran mis brazos. Busco con la mirada una explicación, no logro moverme mucho más, el intenso dolor no me lo permite.

—Lo lamento, no quise distraerte mientras cruzabas la calle —toma mis manos— lo lamento en verdad.

Sus ojos se vuelven cristalinos, un manantial de lágrimas amenazan con colarse a través de ellos.

La puerta de la habitación se abre, luego de un golpe en ella, la figura de un doctor aparece inmediatamente. Lleva una carpeta en sus manos, camina hasta colocarse de pie junto a la cama.

—Señorita Dobrev —se aclara la garganta, su andar es intranquilo y nervioso— como vera, tiene un yeso en la pierna, debido a una fuerte fractura en el fémur. Afortunadamente hemos podido insertar cuatro clavos y no ha sido necesaria una prótesis.

Yo, sin poder soltar palabra alguna, me quedo atónita nada más pensar, las imágenes vienen sobre mi como una película. El miedo palpita dentro de mí, puedo sentir lo que sigue a este abrumador silencio, solo está buscando las palabras correctas.

—¿Cuándo le darán el alta? —Osmar interrumpe al doctor antes de que pueda continuar con su diagnóstico— ¿alguna indicación médica?

—Sí, bueno hay algo mas —carraspea al tiempo que desvía su mirada hacia Osmar y, de nuevo hacia mí— lamento informarle que hay un daño irreparable —las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos— la pérdida del bebe en gestación ha escapado de nuestras manos.

Niego con la cabeza, inconscientemente busco mi abdomen, acaricio al bebé que lleve dentro apenas unos días. No sé exactamente cuánto tiempo de embarazo llevaba, pero duele, duele inmensamente. Ahora mismo podría perderlo todo en la vida y quizá, no sería tan siquiera una parte del agujero que siento en el pecho.

—Ahora solo resta recuperarse —tiende un papel pequeño, lo que parece ser una prescripción médica y, Osmar la toma en sus manos— le he prescrito analgésico cada 12 horas y reposo por 72 horas, luego podrán irse a casa.

Mi corazón da un vuelco en el momento en que las palabras del doctor llegan a mis oídos. Mi mundo entero se apaga, lo único de lo que puedo percatarme es, de la mirada repleta de odio clavada en mí. Los ojos del hombre parado junto a mí, ya no tienen el brillo que solía tener antes.

El doctor se va, dejándonos solos.

Su mirada acusadora y expectante, busca en silencio una explicación. Sus ojos ni siquiera parpadean, están clavados en mí, los míos por otro lado recorren la habitación, en busca del sonido marcando mi frecuencia cardíaca en aumento.

Intento hablar, pero no puedo, el nudo en mi garganta quema tanto que quiero arrancarlo con las uñas, mi pecho sube y baja de forma acelerada, cuesta respirar y, sin darme cuenta mis manos toman la fina sabana con fuerza entre mis puños.

—¿Cuándo pensabas decírmelo —la acusadora voz retumba en mis oídos— ¡Oriana mírame!

Yo por otra parte, observo una pequeña mancha en la pared, sumergida en mi dolor, naufragando en mares de desilusión; mi balsa es la tristeza y mis remos el desconsuelo. Una retahíla de cosas que escupe inquisitivamente Osmar llega apenas a mis oídos, lo escucho como si estuviera a miles de kilómetros, gritando. Grandes manos rodean mi brazo, como llamando mi atención.

—¡Oriana estoy hablándote! —no, estas gritándome, pienso dentro de mí— o es que acaso ya se lo habías dicho al padre.

Nunca pensé sentir esto por alguien, mucho menos por él, pero, en este momento hay nada más que odio palpitante en mi ser. Racimos de injurias deben de hilarse ahora mismo en su cabeza. No respondo.

—¿Es así verdad? —camina por la habitación —es mi hermano, ¡el padre era Emir!

Ya no está preguntando, está afirmándolo. Por más que quiera defenderme no puedo, mi cuerpo y mi mente están desconectados, siento el cuerpo tan cansado que no hago más que hundirme en las sabanas, tomando con fuerza la almohada para romper por fin en llanto.

Un portazo es lo siguiente que escucho, Osmar ya no está, se fue, dejándome sola con la pena de haber perdido nuestro bebé

Mi madre, seguida por un enfermero se apresuran a entrar. El enfermero se abalanza a monitorear mis signos vitales. Papá es quien entra ahora, toma mi rostro dulcemente entre sus manos, dibujando círculos limpia la cascada de lagrimas que nublan mi vista.

—Cielo, ¿Qué ocurre? —mi padre intenta llamar mi atención.

—Quiero hablar con el medico —fina y sin vida mi voz logra salir, sollozos se cuelan entre las palabras— necesito hablar con él.

el enfermero asiente, al tiempo que casi corriendo sale de la habitación, en busca del medico. no pasa mucho tiempo antes de que vuelva, ahora acompañado del mismo portador de las malas noticias de hace un momento.

—Dígame señorita —el medico intenta calmarme al tiempo que habla.

—Necesito un traslado —todos me observan— necesito ir a algún sanatorio y que nadie sepa donde estoy —a estas alturas nadie entiende nada de lo que pido— mucho menos Osmar Friedman. Solo mis padres.





Entre Cuatro ParedesWhere stories live. Discover now