Capítulo 8

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Capítulo dedicado a @LouCandice

Me siento tan nerviosa que me tiemblan las piernas al caminar, y no, no es a causa del frío. Éste se volvió mi estado de ánimo habitual cada vez que vengo a la oficina, cada vez que tengo que subir hasta el décimo primer piso y pasar el día entero sentada junto a Emir.

Las puertas del ascensor se abren haciendo un estrepitoso sonido, uno que logra ponerme los nervios de punta. Obligando a mis piernas a moverse me dispongo a entrar, presiono los botones y la puerta se sella dejándome en un silencio que a su vez logra aturdir mis oídos, es como si un pitido zumbara dentro de mi cabeza, y no es más que el sonido del mecanismo que hace ascender y bajar a la caja metálica en la que me encuentro.

Tomo una bocanada profunda de aire y lo libero lentamente, suelto el aire de mis pulmones a medida que el ascensor se abre y comienzo a caminar, subo las pocas escaleras del vestíbulo para llegar hasta mi escritorio. Cierta incertidumbre se instala en mí, al ver su lugar vacío, veo el reloj en mi muñeca y todavía faltan diez minutos.

A pasos pesados camino hasta la puerta doble color madera y doy dos golpes suaves, el sonido que la madera produce hace eco retumbando en el lugar. No sé si es cosa mía o estoy comenzando a delirar.

-Cariño, que hermoso verte- dice Osmar al abrir la enorme puerta y hacerse a un lado para dejarme pasar -entra, no te quedes ahí-

Con una sonrisa fabricada entro a la gran oficina, camino hasta los cómodos sillones frente a su escritorio y dejo caer mi cuerpo sobre éste. Siento sus grandes y cálidas manos tomar ambos lados de mi rostro, tirando hacia arriba para plantar un suave y tierno beso en mis labios.

-Buen día- dice contra mis labios, las comisuras de estos se tiran formándome una pequeña sonrisa -tu rostro está congelado-

-Hola, buen día- devuelvo su saludo y deposito un beso en sus labios -pensé que aún no llegaban- digo un poco dudosa pero las palabras salieron sin que las pensara mucho.

-¿Cuándo falto yo al trabajo?- bromea pero es verdad, nunca ha faltado así sea un solo día y ni hablar de llegar tarde.

-Es que cuando entre no vi a Emir- suelto arrastrando las palabras -como siempre vienen juntos, pensé que no llegaron-

-Él no vendrá hoy, la noche no le sentó muy bien- habla y la resolución de que estuvo bebiendo viene a mí -bebió más de la cuenta- es como si me hubiera leído la mente y confirma lo que pensaba.

Para cuando estoy en mi silla, en mi escritorio y la habitación entera sola para mí, me siento como antes, como cuando nada había pasado y no estaba el hermano de mi jefe, aquí, trabajando conmigo y perturbando mi paz. Comienzo el día con una llamada a cada delegación de la empresa para pedirle los informes bimestrales, como de costumbre, llamo al banco para informarme de que no se esté perdiendo un solo centavo. Para media mañana ya estoy leyendo los informes, y pasándolas de modo que queden todos en un mismo archivo, las paso por la impresora y archivo en las carpetas que corresponden.

Llamo al teléfono de la oficina de mi jefe para informarle que voy a bajar un momento por una taza de café, y sin más me dispongo a salir. Con abrigo en mano y la cartera en la otra bajo, Alfredo me saluda con la misma alegría de siempre, al igual que los de seguridad, el viento frio pega en mi rostro haciéndome dar un estremecimiento y liberar un pequeño bufido. A comparación de la mañana hace mucho menos frio, al menos puedo salir a la calle sin ponerme el tapado, únicamente con el saquito de lana que traigo puesto y la camisa de mangas largas. Camino no muy rápido, con la idea de respirar aire fresco y espabilarme de tanto papeleo.

-Un café clásico y otro con leche, por favor- pido al pecoso chico que atiende la cafetería -los dos para llevar- termino de hacer mi pedido.

El chico me cobra por lo que pedí y se gira a preparar mi encargo, el lugar no está lleno, así que me siento en uno de los taburetes junto al mostrador a esperar, una señora mayor de edad llega y me saluda con una amplia sonrisa, a la que contesto de igual manera, es encantador que en una ciudad tan grande las personas sigan teniendo la costumbre de la amabilidad, de que te saluden como si no hubiera problemas en sus vidas, siempre con una sonrisa en el rostro.

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