Capítulo 29

257 16 10
                                    

Esa fría mañana dolía más que cualquieras. Observo la figura frente a mí, perdida tras unos vacíos y oscuros ojos, carentes de luz. A decir verdad, me aterra y entristece en partes iguales el retrato reflejado en el inerte espejo colgado ante mí —esa no soy yo —dice la voz dentro de mi cabeza; cabello enmarañado, ojeras con protuberantes bolsas descansando debajo de mis ojos, todo ese aspecto desaliñado me asquea, nada de lo que veo es propio de mí.

Por un momento me siento enferma, repulsiva, siento la vista perder el foco, al tiempo, que van agolpándose inquietas lagrimas a punto de drenarse, mi garganta se vuelve rasposa y quema, quema mucho, carraspeo y aprieto los ojos con fuerza para disipar las incipientes gotitas que se formaron. Impotencia y odio pululan en torno a mi ser.

A decir verdad, en este momento, no se si siento odio o tristeza hacia mí misma, a estas alturas tengo tantos sentimientos encontrados librando una batalla interna que, no estoy segura de querer romper en llanto, salir a correr o golpear a alguien. No soy capaz siquiera de pensar por mí misma, me siento perdida dentro de mí.

Por un momento, el pensamiento de desaparecer totalmente toma protagonismo ante todos los demas, y es que, me consumí tanto, que no logro saber quién soy ahora, no logro encontrarme.

El estruendoroso sonido en la puerta logra ensordecerme, Sacudo la cabeza para espabilar mis pensamientos y obligo a mi cuerpo a salir de la cama para ir hacia la puerta.

—Traje lo que me pediste —la radiante figura de Fran inunda mi campo de visión— ¡pero cariño!—se detiene en seco, inspecciona, da un paneo rápido a mi apartamento.

—Ni siquiera un mendigo viviría así —camina en dirección a la cocina y haciéndose de una bolsa de residuos comienza a juntar la basura.

No es hasta este momento que me permito barrer la vista por toda la estancia; cajas, bandejas y bolsas de comida rápida amontonadas por donde sea que haya lugar, ropa esparcidas por el suelo y los sillones. Llevo las manos al rostro, presionando con fuerza mis hinchados ojos, como intentando impedirme llorar. Es inútil, aunque lo intento, las lágrimas hace semanas que dominan mis días, eclipsan mis horas, la vida entera se siente en pausa.

—¿En que momento? —finalmente me quiebro cayendo al suelo de rodillas.

—Tranquila cariño —los brazos de mi amigo no tardan en rodear mi cuerpo— saldremos de esto juntos—besa la parte alta de mi cabeza— solo respira y deja salir todo.

No basta nada más, ni una sola palabra más para que rompa en llanto. Las lágrimas brotan de mis ojos sin control alguno, barriéndose a lo largo de mis mejillas, me permito deshacerme tanto en lágrimas que siento mi cabeza latir detrás de mis orejas, como si el corazón estuvieras detrás de mis orejas.

De pronto, todo aquello en lo que estuve pensando durante días, ni hace más que convertirse en rabia, toda la tristeza que he estado sintiendo se convierte en odio. Nadie debería de tener el poder de hacerme sentir así, no puedo permitirme más estar a orillas del abismo.

De una vez al fin, sorbo mi nariz al tiempo que con las manos trato, inútilmente, de secar mis lágrimas, mis hombros tiemblan en un aquejado sollozo que va disminuyendo.

—Soy tu mejor amigo

Tu pañuelo de lagrimas

De amores perdidos...

Fran se desaparece en el baño cantando y tarareando esa vieja canción, para luego, aparecer con un poco de papel.

—Ya, ya no llores —toma de nuevo la bolsa que tenía antes para continuar recogiendo basura— tú te darás una ducha e iremos por un café.

Entre Cuatro ParedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora