Capítulo 13

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Osmar Friedman

Tengo que reconocer que me embargó una oleada de algo tan agradable en el pecho, algo que se sintió reconfortante. Todo, por el simple hecho de oír su voz, podría apostar lo que fuera, a que mientras hablaba, tenía pincelada una radiante sonrisa en esos hipnóticos labios, lo sé por el tono que adquirió su voz una vez que se enterara que era yo, quien estaba al teléfono.

La dulce melodía de su voz, al otro lado de la línea, asegurándome que extrañaba mi presencia, provoco que anhelara tenerla entre mis brazos, estrechándola con cierta posesión. El saber que me echaba de menos, tanto como yo a ella, me dio la fuerza suficiente para terminar, más rápido, con lo que vine a hacer, simplemente para poder volver cuanto antes.

Esta mañana amanecí con un humor bastante bueno y ameno, dado claro, a comparación del que siempre tengo, no necesito indagar demasiado en los por qué, basta con saber que es porque hoy volveré.

No logro pensar en otra cosa que no sea en lo mágico que se siente, el roce de su piel con la mía, la manera en la que quema sentir su tacto, sus pequeñas y suaves manos explorándome. Doy un pequeño sorbo a la taza de café, y automáticamente mi rostro se contrae, no me había dado cuenta de hace cuánto está reposando sobre la mesa, de que ya a estas alturas está lo suficientemente frío como para ser ingerido. Lo hago a un lado.

—Los papeles ya fueron firmados señor Friedman— Luc, un viejo amigo de la familia me trae al presente con lo que dice -su abuelo dice que no necesita quedarse más tiempo, a no ser que usted quiera.

No es necesario siquiera decir la rapidez con la que mis maletas estuvieron listas, más allá de que aún es temprano, y que lo boletos de avión ya están comprados, tenerlo todo listo libero cierta tensión en mí.

Ansioso y tenso, espero a que los minutos pasen, solo tengo que esperar sentado para que llegue el horario estipulado para abordar. Volviendo los días hacia atrás, la despedida no fue como la espera, y es que, no tendría que haber existido despedida alguna, la única y principal idea, desde un inicio, fue la de traerla conmigo... en fin, el reencuentro será memorable, esos en los que no te bastan las palabras, tienes que demostrarlo con acciones. Se me altera los sentidos, pierdo los estribos de solo imaginarla cerca de mí.

Aunque se hace eterna la espera, tengo que buscar con qué entretenerme en las horas de vuelo, a lo largo de muchas horas, éstas por fin pasan, lo próximo que siento es la sacudida al descender, cuando tocamos tierra firme. una vez que bajo y ya en el aeropuerto, para cuando voy al área de estacionamientos, Robert ya está allí, esperándome.

—Señor, bienvenido— habla el hombre de mediana edad.

—Gracias Robert— contesto con un asentimiento de cabeza a modo de saludo, antes de montarme en la parte trasera del auto —a casa, rápido por favor.

Lo primero que hago, ni bien poner un pie en casa, es hacerle saber que en una hora estaré en su apartamento. La sangre me hierve y circula por todo mi torrente sanguíneo a mil por horas, por el simple hecho de pensar en verla, el corazón me palpita tan rápido que lo siento saltar dentro de mi caja torácica. Tomo la ducha lo más rápido que puedo, un jean negro y camisa celeste me parece un tanto menos formal, así que de este modo termino de vestirme para hacerle saber a Robert dónde llevarme.

No me pasa desapercibido el hecho de ver su silueta a contra luz, a hurtadillas, escondida y expectante detrás de las cortinas, una sonrisa se dibuja en mis labios antes de verla perderse en la penumbra de la tenue luz que se filtra en la habitación, en fin, sin mayores miramientos comienzo a dirigirme hacia el interior del edificio.

No me lleva más de un minuto llegar hasta la puerta de su apartamento. La puerta entreabierta y una nota pegada en ella son como lo que me doy de lleno.

Entre Cuatro ParedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora