CAPÍTULO XVIII

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— Rose — Christoph me miró con desesperada intensidad —. Por favor.

Yo no me pude imaginar qué era lo que nos esperaba al otro lado del vórtice. No estaba segura sobre si él podría atravesar el portal o si éste seguiría ahí esperando por un último salto antes de desplazarse por la ciudad. La explicación del profesor Schmidt fue deslavazada, casi sin sentido. Tenía miedo de lo que le pudiese pasar, después de todo, él era el mismísimo Christoph Schneider. ¿Y yo? Yo no importaba, sólo era una fracasada estudiante de artes, nada relevante, en cambio él...

Apretó mi mano.

— Créeme que he desaparecido por tu bien, pero mi estupidez me obliga buscarte una y otra vez — dije —. Esa canción de Herzeleid que habla sobre mí jamás debió existir.

— ¿Por qué? No me digas que estás metida en cosas de la mafia o algo así — aquello se escuchaba como la salida más viable, pero igual le iba a perder, ¿cómo lo supe? Porque me soltó la mano.

— No y no puedo explicártelo con palabras, debes verlo por ti mismo — volví a tomar su mano y corrimos hasta la avenida.

Cuando chocamos con un sujeto, fue que me pregunté si nadie se llegó a percatar cuando atravesaba los vórtices y desaparecía. De repente sentí como si el suelo desapareciese, se me debilitaron las rodillas y sentí el cuerpo de Christoph chocar contra el mío. Clavé las uñas en su piel y él alcanzó a agarrarme del cuello de la camisa, queriendo detener su caída. La fricción de la tela contra mi piel resultó en una quemadura y cuando cerré los ojos por el dolor, vi aquellas figuras de colores extraños.

Entonces, caímos. Por primera vez el aterrizaje fue doloroso, mis rodillas y las palmas de mis manos se habían raspado al impactar contra el concreto. A mi costado estaba Christoph, todavía sujetándose de la playera e inconsciente. Alcé la mirada al cielo, parecía de madrugada. Nos encontrábamos en medio de la avenida, donde ambos sentidos pasaban muy cerca de nosotros. La brisa que hacían los automóviles le despertaron. Él se quejó, pero, cuando miró a su alrededor se quedó sin aliento.

— ¿Qué pasó? — se puso en pie de un salto —. ¿Por qué nadie nos ayudó? ¿Por qué todos se fueron? ¿Acaso no vieron lo que nos pasó?

— ¿Ves el Palacio de la Unión? — contesté con otra pregunta.

En su rostro pude leer el miedo; estaba pasando por lo que yo pasé la primera vez. Sus ojos se posaron donde se suponía debía estar el edificio, pero no; éste había sido demolido hacía ya un tiempo.

— ¿Qué pasó con..?

— Aquí está la respuesta a mi desaparición — dije con voz temblorosa.

Me miró atónito, moviendo negativamente la cabeza una y otra vez. Lo entendía, todo esto era una pendejada.

— ¿En dónde estamos?

— En Berlín — le tomé del brazo, queriendo reconfortarlo.

— No, no puede ser — replicó —. Esto no es Berlín.

— Lo es, sólo que aún no lo conoces.

No dijo nada, sólo me miró con incredulidad.

— Si todavía no me crees... Ven, te mostraré algo — le di una pequeña sonrisa.

Le invité a que tomáramos algo, pero dijo que no. Caminamos y el casi no dijo nada, se le quedaba viendo a la gente que pasaba a nuestro lado y cada que daba un paso parecía más y más confundido.

— ¿En qué año estamos? — quiso saber.

Me paré, metí la mano en mi bolso y saqué mi celular que, también le confundió más.

— 2019 — le acerqué la pantalla, mostrándole el calendario.

— ¿Eso quiere decir que tengo..?

— Vas a cumplir cincuenta y tres.

Nada más le dije eso, le entró vergüenza.

— Soy un viejo — soltó, pero, rápidamente una de sus manos se posó sobre una de mis mejillas —. Si éste es tu año, entonces... ¿Cuándo naciste?

— En 1997.

Mi respuesta hizo que se sumiera en la aflicción.

— Cuando nos conocimos se suponía que tú todavía no nacías y en nuestro segundo encuentro faltaba sólo un año para... En el 2001 tenías cuatro años. Me siento como un enfermo, eres una niña.

— Tengo veintidós — repliqué.

— No, no puedo creerlo.

— Cuando nos encontramos y quise arrojarme a las vías fue porque pensé que estaba en un sueño y quería despertar — dije con la voz más dulce que pude hacer.

—... ¿Tengo una buena vida?

Apreté la mandíbula. Sentí una punzada en el pecho, no quería decírselo porque me dolía darle a conocer que tenía una linda esposa y unos lindos hijos, pero tampoco podía quedarme callada.

— Sí — dije en un hilo de voz.

— ¿Estoy casado?

— Sí — lágrimas asomaron por mis ojos.

— ¿Tengo hijos?

— Sí.

Hubo un largo silencio.

— ¿Y tú?

— Me has dicho que te deje en paz — no pude evitar soltar una carcajada mientras me eniugaba los ojos —. Te conté lo del viaje, bueno, algo así, pero no me creíste y... Ahora no sé si joderé la línea temporal por traerte aquí. Lo siento mucho.

— ¿Cómo soy yo ahora?

Asentí, encendí mi celular de nuevo y le busqué en Google.

Mierda, ¿de cuándo es esta foto? — apuntó una donde tenía el cabello largo.

— 2009.

— ¿En qué estaba pensando?

— Es lo que nos preguntamos todos — le enseñé una foto de la actualidad y pude ver una pequeñísima sonrisa alzarse en las comisuras de sus labios.

— El bigote — susurró.

Pasó un momento antes de que me preguntase por Rammstein. Yo busqué a la banda y soltó una carcajada al ver a Richard tan «viejo».

— Entonces sigue pintándose las uñas — dijo y luego fue a Oliver —. Sigue igual a como hace... ¿Dieciocho años?

— Sí, es el que mejor se ve de ustedes seis — admití, encongiéndome de hombros —. No sé si se ha hecho algo en la cara o es como Jared Leto o... — callé.

— Y Till cada vez más — se quedó pensativo — Till.

De Paul y Flake no dijo nada, sólo se limitó a sonreír, pero el silencio más doloroso fue cuando se vio de nuevo; como si no se conociera.

— ¿Y qué pasará contigo? ¿Qué pasará con lo que siento por ti? — sus dudas me tomaron por sorpresa.

— ¿No quieres ver a tu esposa? Es muy linda — contesté en su lugar, pero me quitó el celular de las manos.

— ¿Qué pasará con nosotros? — insistió.

— Nada — exclamó alguien a nuestras espaldas —. Entre ustedes no pasará nada — era el profesor Schmidt.







TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now