CAPÍTULO VIII

139 28 2
                                    

Tenía muchas cosas por explicar... Pero, ¿cómo se explica lo inexplicable?

Los débiles rayos de sol acariciaron mi rostro. Abrí los ojos y examiné el estudio donde vivía; todo estaba fuera de lugar. Alguien entró en busca de pistas sobre mi paradero.

«¿Quién habrá sido?» esta pregunta permaneció poco tiempo en mi mente, pues comencé a formular una buena excusa sobre mi desaparición.

— Fuiste a una fiesta muy alocada, conociste a alguien y ese alguien te invitó a Ibiza y estabas tan cansada y aburrida de esta mierda que decidiste irte sin decirle a nadie y sin detenerte a pensarlo tan sólo un poco dijiste que al carajo la escuela, al carajo Berlín y al carajo el bloqueo creativo — me dije en voz alta. Era una buena historia.

Estiré los brazos y las piernas aún estando acostada y hasta que escuché el crujir de mis huesos me puse en pie. Bostecé mientras iba hacia el pequeño refrigerador.

«Christoph Schneider, el baterista de Rammstein, un hombre treinta años mayor que tú, te tomó de la mano siendo veinticinco años más joven y te dedicó varias sonrisas, lavó tu ropa, te sacó de aquel basurero y estuviste varios meses obsesionada con él cuando todavía eras una adolescente. Tu sueño se hizo realidad, bueno, en parte» mi cabeza quería darme un consuelo que no necesitaba. La experiencia fue... Buena, pero no era para tanto, jamás volvería a viajar al pasado sólo para encontrarme con un hombre que en estos momentos debía estar gastándose su dinero en unas vacaciones en Santorini y preocupándose por el fútbol.

Pero conocí a Rammstein de los 90s... Un verdadero sueño hecho realidad arruinado por mis malditos sentimientos y mis estúpidas lágrimas.

Abrí la puertita de la nevera, pero algo no concordaba, no supe qué, pero no concordaba. Todo se veía igual, pero algo no encajaba en aquel lugar. No estaba como lo dejé tras hacerme aquel emparedado en la noche, en serio que las cosas cambiaron. Mi atención se centró sobre el galón de leche; estaba lleno y antes de dormir sólo le quedaban dos tragos. Sentía que el vello se me erizaba. ¿De verdad que le prestaría tanta importancia a una botella que se llenó? Debería estar agradecida con el universo por hacerlo.

Cerré el refrigerador.

Hubo un silencio espectral en el ambiente, no se escuchaban los autos ni la terrible música que mi vecino siempre solía poner durante las mañanas. Se me fue el apetito de repente. Tenía cosas por arreglar y mi ser cobarde no me creía capaz de hacerlo.

Fui a vestirme con nada muy extravagante. Busqué mi celular entre las cobijas y miré la hora. Estaba en el momento perfecto para irme y llegar a tiempo a clase de audiovisuales. Mordí mi labio inferior, indecisa. ¿Debía aparecerme así sin más? Pues sí, era lo más lógico, pero, ¿qué iba a decir? Bueno, no debería de pensarlo más, acabo de acordarlo. ¿Tendré que ir con la policía a informar que no fui secuestrada ni asesinada por algún loco? Y los más importante, ¿le habrán dicho a mi familia?

Me cepillé los dientes y al lavarme la cara y ver mi reflejo en el espejo, reparé que mi cabello había cambiado. Ahora estaba largo, muy por debajo de los hombros. Desde los quince que no me dejo el cabello crecer. Fruncí el ceño, ¿estaba en la realidad de siempre? ¿Qué? ¿Un efecto mariposa? ¿Un error en la Matrix? No tardé en humedecer mi pelo y fui rápidamente por unas tijeras – que eran para cortar papel – y comencé a tuzarme la cabeza. Los negros mechones cayendo sobre el lavabo de mármol.

¿Qué más habría cambiado?

Tras masacrar mi cabello me volví a echar un vistazo. Un pequeño fleco irregular sobre mi frente. Patillas cortas. Más mechones mal cortados. Más preguntas sin respuesta.

TRAUM [ Christoph Schneider ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora