CAPÍTULO IX

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Tragué saliva. Me era difícil procesar las cosas. Leí el testimonio de Christoph por segunda vez, luego le dí una tercer releída, luego una cuarta, una quinta... En medio de aquel pasillo lo leí hasta que me lo aprendí.

Regresé al aula. Sentía que me daban pequeñas descargas eléctricas en el cuerpo, mi corazón latía con fuerza. Rammstein había hecho una canción sobre mí y lo peor era que no podía presumirlo. En un parpadeo reviví la primera vez que vi la sonrisa de Christoph y fue algo involuntario, lo juro que sí. Su recuerdo me hizo sonreír, sin embargo, la imagen de un Christoph más viejo invadió mi mente y sólo provocó que me sintiera mal; mal porque no hacía ni un día que le vi tan joven y radiante y ahora él era mayor, podía ser mi padre, estaba casado, tenía hijos, dinero, fama mundial... Se le perdió una esencia, esencia que el Christoph Schneider de hace veinticinco años poseía.

Arranqué los audífonos de mi celular. La música se detuvo. Observé mi alrededor y todo era tan aburrido. La blancura de las paredes me abrumó. Comencé a sentirme atrapada. ¿En serio era esto lo que quería? Arrugué la nariz y apreté la mandíbula. No, no, no, ¡no! ¡No el arrepentimiento, por favor!

Miré los jardines del campus a través del enorme ventanal.

«No puedes regir tu vida si eres tan indecisa, maldita sea»

— Quisiste huir, Rose. Pasó lo que querías que pasara — dije en voz alta —. Allá anhelabas acá. En esta época está tu familia, están tus amigos, está todo lo que quieres. Tienes una beca en Alemania, una beca que muchos luchan por tener, tienes que esmerarte en tus estudios, no puedes andar por la vida saltando líneas temporales e irrumpiendo en la vida de gente famosa.

«¿Y dónde está tu familia? ¿Y dónde están tus amigos?»

Pensar eso fue como si me cayera un cubo de agua fría. En Alemania estaba sola, yo no era nada para nadie en esta ciudad y Christoph Schneider me sujetó la mano y me sonrió y sé que suena como esas mierdas de dependencia emocional, pero allá las cosas fueron divertidas, claro, si quitamos mi preocupación. Simplemente, uno no aprecia las cosas cuando las tiene.

Conocí a Christoph Schneider y me sonrió y me encontró en un contenedor de basura y me derramó café caliente encima y me tomó de la mano y lo escuché gritar mi nombre antes de regresar. Conocí a Richard Kruspe y me llamó loca. Conocí a Oliver Riedel y bebí de su botella de agua y le rasqué la espalda. Conocí a Paul Landers y también me llamó loca. Escuché a Till Lindemann cantar. Flake Lorenz me miró con indiferencia.

— Rose, fue bueno mientras duró — Me repetí.

— ¿Qué fue bueno? — preguntó alguien desde la entrada al salón; era Avan, otro compañero de intercambio —. Espera, ¿te cortaste el cabello? Se te ve bien.

— Gracias — respondí en voz baja, dejándome caer sobre mi silla.

No tardaron en llegar mis demás compañeros que me saludaron de una manera muy cálida. No es que yo tuviera una mala relación con ellos, sólo que yo me encargaba de ser olvidable.

«Que bueno que estás mejor», «en serio, si necesitas ayuda, por favor, no dudes en hablarme», «en serio te extrañamos», «nos tuviste muy preocupados»

Mi profesora también fue muy amable, todos se estaban comportando tan bien y por primera vez en un mes, disfruté las clases. Ese momento en el que todo mundo tiene la atención puesta sobre ti y te das cuenta de lo cerrada que eras y no te diste la oportunidad de conocer a gente tan cool. Las siguientes dos horas me olvidé de mi viaje en el tiempo y de Christoph.



Al inició de nuestro primer receso, el grupito de Avan me invitó a almorzar con ellos. Acepté sin pensármelo mucho y mientras bajábamos las escaleras del edificio, me sentí tremendamente mareada. Mi estómago estaba revolviéndose, si no me apresuraba terminaría vomitando. Me sujeté el estómago y fui corriendo hacia los baños.

TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now