FINAL

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— Abrázame, nunca me dejes ir — susurré presionándome fuertemente contra su cuerpo mientras aspiraba su aroma. Quería grabarme bien todo lo que le caracterizaba: su rostro, su cabello, su voz, su olor, su sonrisa —. No importa que pierda el año, no quiero regresar nunca a mi época. Quiero estar contigo siempre, siempre...

— ¿Pero..? 

Alcé la mirada, encontrándome con sus hermosos ojos azules. 

— No quiero que te vaya mal por mi culpa, no quiero cambiar el destino. Quiero lo mejor para ti — respondí.

Estábamos en la misma estación donde nos conocimos, esperando el metro. Encajé las uñas sobre su espalda, pero ni siquiera se percató por la chaqueta. Sentí su boca besar mi frente. No, no podía ser egoísta. Era incapaz de verlo fracasar, él se merecía lo mejor. 

— ¿Qué vamos a hacer? — preguntó.

No dijo nada. Le sujeté por el cuello de la chaqueta y le besé la mejilla. El viento me revolvió el cabello, sentí en la brisa repentina que el tren estaba por llegar y lo arrojé a las vías. No supe realmente cómo es que adiviné que habría un portal raro, pero en cuanto cayó desapareció. Él regresaría a su línea y yo no podría arruinarla. Di media vuelta y me encontré con mi profesor. Me miraba con molestia, pero también con orgullo, me palmeó el hombro. 

– Hiciste lo que debías hacer – dijo –. Yo también me enamoré de una mujer, pero fui incapaz de dejarla fracasar sólo por quedarme con ella.

– ¿Algún personaje histórico? – quise saber. 

– Claudia Schiffer – contestó.

– Oh...

– Si me quedaba con ella, tarde o temprano se volvería adicta a la cocaína y su carrera estaría acabada al inicio de los años dos mil. 

– Oh... 

Asintió y me invitó a tomar un café. Mientras nos alejábamos no pude evitar mirar atrás. Lo iba a extrañar con todo mi corazón. 


Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y yo decidí quedarme en Alemania. Casi había superado a Christoph, ahora tenía más amigos y muchas más tareas, comenzaba a conectarme de nuevo con el arte. Todo parecía miel sobre hojuelas hasta que un día, mientras caminaba por el centro, me encontré con una enorme fila en una tienda de discos. La mayoría de gente usaba playeras con logos y saltaban de emoción mientras sostenían sus discos y pósters. Miré el anuncio en paste-up y anunciaba a Rammstein. El estómago se me revolvió. Me mordí los labios y busqué el cómo incorporarme a la fila. intenté meterme pero un hombre me empujó:

– ¡Hey, fórmate! – exclamó.

– Por favor, por favor – susurré desesperada –. Déjeme pasar, tengo que hacerlo. Le pago, pero déjeme entrar. Necesito hacerlo. 

– Pues yo también necesito entrar – contestó fríamente. Lo entendía, yo tampoco cedería tan fácil. 

– Se lo suplico, por favor, por favor... – junté las manos en plegaria. 

– No.

– Se lo ruego... – saqué mi cartera y le entregué todo mi dinero. 

Él lo contó y mi escasez de riqueza no le sorprendió, pero aquello lo conmovió y me permitió meterme en la fila. En eso caí en cuanto de que no llevaba nada para que me lo firmaran, miré de nuevo al hombre y le pregunté si podría prestarme algo para que se lo firmaran. El sujeto puso los ojos en blanco y me tendió un póster. 

Conforme la fila avanzaba, yo sudaba más y más. Quería verlo por última vez. Esperaba que Christoph alzara la cabeza en busca de alguna cara, pero jamás lo hizo. Estaba a punto de tirar la toalla cuando finalmente me tocó que firmaran el póster. Till, Flake, Richard, Oliver y Paul fruncieron el ceño al verme, como si fueran víctimas de un dejavú. Respiré profundo cuando me tocó Christoph. No levantó la mirada, parecía listo para firmar nada más. 

– ¿Para quién es el disco? – preguntó.

– Para Rose, la chica que conociste en Berlín hace más de veinte años – dije.

Él alzó la mirada. Sus ojos examinaron mi rostro, pero él negó con la cabeza. 

– Lo siento – dijo –. No recuerdo a ninguna Rose en Berlín.

Se me hizo un nudo en la garganta. Asentí. Autografió el póster. 

– Gracias – dije con voz entrecortada. 

Di la media vuelta, pero algo me detuvo, el peso de una mano sobre mi hombro. 

– Dime... ¿Era tu madre? 

Me miró inquisitivamente. Moví la cabeza de lado al lado. 

Regresé el póster al sujeto que estaba detrás de mío y abandoné la tienda de discos. Iba a llorar, pero no lo haría frente a todos, así que doblé la esquina de la tienda y me dejé caer en llanto. Quién diría que la puerta se abriría y en el umbral estaría Christoph Schneider. Nos miramos varios segundos. Nadie se animó a hablar. Me tendió los brazos y nos abrazamos con fuerza. No quise soltarlo. Tristemente, alguien le llamó desde el interior del establecimiento. Se tomó un tiempo en soltarme y yo en soltarlo a él. Alejó un mechón de pelo de mi rostro y sonrió con dulzura. Era la misma hermosa sonrisa de los 90s. 

– Adiós, Rose... – murmuró –. Siempre te querré.

– Adiós, Christoph. 

Y la puerta se cerró y yo me fui y no regresé a esa tienda y no lo volví a ver, pero poco me importó porque ése sueño en el metro de Berlín siempre llenaría mi corazón de amor y admiración por él. 

TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now