CAPÍTULO XVI

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Me quedé un rato de pie para saborear la noche. No era tarde, pero ya no había muchas personas vagando por el lugar.

Comencé a caminar. No había seguridad en mis pasos, es más, el sudor comenzaba a congregarse en mi piel. Me saltaba el corazón, me ardía la cara, me sentía como si estuviese esperando al chico que me gusta. Me limpié la frente con el dorso de la mano y miré la humedad resplandeciente. Miré más largamente la figura masculina que iba acercándose. No sabía qué era peor, si darme cuenta de que estaba obsesionada con Christoph – sin importar su edad –, no convencer al profesor Schmidt para que me regrese el mapa o decir alguna pendejada.

Di un profundo respiro. Todo estaría bien.

Conforme iba acercándose más, quise consolarme pensando que era otro hombre, pero no. Era Christoph Schneider, nadie más.

— Siempre encontrándonos — dije, esbozando una suave sonrisa.

— Siempre encontrándonos... — repitió imitando mi expresión. Sus maravillosos ojos se iluminaron.

— Bueno — desvié la mirada, comenzando a andar —. ¿Qué quiere que le cuente?

— Eh... Sí — se apresuró para alcanzarme —. ¿Cómo está?

— Ya le dije que bien.

Se detuvo un momento para observarme.

— En serio que eres su retrato, Laura.

— Eso ya me lo dijo — sentí electricidad correr por mi espalda, me estremecí.

— Es verdad...

Entonces ya no aguanté, la intriga me estaba matando.

— A ver, dígame por qué tanta insistencia con Rose. ¿En serio significó tanto a pesar de que pasaron tan poco tiempo juntos? Por favor, si sólo se vieron dos veces. Ella me lo dijo.

— ¿Te dijo eso? — frunció el ceño —. Te mintió, nosotros no nos vimos dos veces.

Me quedé de piedra. ¿QUÉ?Reprimí una carcajada, ¡entonces sí conseguí el bendito mapa!

— ¿En serio? — quise saber, asombrada e ilusionada.

— Le quise mucho, creo que todavía le quiero, pero... Fueron tiempos difíciles, yo estaba en una relación y la banda estaba en crisis y cuando creí que todo iría bien, ella se esfumó.

— ¿La quería mucho? — se me hizo un nudo en la garganta.

Ahora quería arrojarme a sus brazos y decirle que Rose no era mi madre.

— Demasiado.

Tal y como "pasó" hace veinte años, nos quedamos mirando a los ojos.

— ¿Y si le dijera que Rose está aquí en Berlín?

La carne se le tensó.

— ¿Y si le dijera que ella no sólo está en la ciudad, sino que está aquí en el campus?

Sonrió con verdadera alegría, llevando su atención a todos lados menos a mí.

— Que bueno que la trajiste, ¿qué te dijo cuando le contaste de mí? — estaba muy entusiasmado.

— No le conté.

— Oh. Entonces es una sorpresa. Que buena hija eres — palmeó mi hombro.

Lo que estaba a punto de decir era una estupidez. Me sujeté bien los pantalones, me mordí los labios y me apresuré a sujetar las manos de Schneider. Él se volvió, confundido.

— Oh. Laura — movió negativamente la cabeza —. No era mi intención que malinterpretaras las cosas.

— Mentí, no me llamó Laura y tampoco soy hija de Rose.

Abrió los ojos como platos para después apartarse con rapidez.

— Soy Rose... — confesé al fin.

Palideció. Lo que yo acababa de soltar no tenía puto sentido. Me observó de pies a cabeza, incrédulo. Entonces dio un paso, quedando a pocos centímetros de mí. Alzó mi barbilla para apreciarme mejor. Yo llevé una mano hasta su pecho para poder sentir los rápidos latidos de su corazón. Acarició mi cabello, tocó mis orejas. Se aproximó todavía más, terminando con la distancia entre nosotros. Me abrazó con muchísima fuerza, quitándome el aliento.

— No puedes ser ella — musitó.

— Soy ella, Christoph.

Rompió el contacto para verme de nuevo. Pude ver que, además de confundido, estaba asustado, pero también deseoso.

Ya sé que dije que jamás besaría a un viejo, pero anhelaba hacerlo.

— Está mal. Estoy casado.

Asentí. Mierda, no podíamos ser tan malos.

— Estás casado.

— Eres muy joven, Laura... Quizá si nos hubiésemos encontrado antes.

— Nos hemos encontrado antes, Christoph — repliqué —. Nos encontramos hace veinticinco años, el 15 de febrero de 1994.

— No, no puede ser. ¡No puede ser! ¿Qué carajos pasa por tu cabeza, niña? ¿Estás loca?

Sentí un vuelco en el pecho.

— Soy Rose, Christoph.

— ¡No, no lo eres!

Lo comprendía, era una pendejada.

— ¡Lo soy, mírame! Soy la misma que viste en el 94 y en el 96. Soy yo.

Negó.

— Tengo que irme. No me llames, no me sigas. Estás loca.

Emprendió el paso de manera apresurada y como me lo ordenó, no le seguí. Me quedé quieta, resignada.




Corría sin dirección alguna. No estaba dispuesta a perderlo, no quería perderlo. NO. NO. NO. Todo era culpa del maestro Schmidt, ese hijo de perra. Atravesé la calle a toda velocidad  y los nudos de mis botas se deshicieron. Comencé a caer y no hice más que cubrirme el rostro con las manos. Antes de tocar el suelo, vi las figuras, vi la oscuridad...

Escuché los gritos de una muchedumbre, también un helicoptero. Alcé la mirada. Las calles estaban cerradas, delante de mí se encontraba un edificio que jamás en persona llegué a ver, pero que sí vi en fotografías y vídeos.

« El Palacio de la República »

Contuve la respiración. ¿Era..?

Me incorporé con lentitud y traté de mirar entre la gente.

Las puertas del palacio se abrieron, dejándome ver a cinco hombres. Cinco hombres que yo conocía muy bien. Sin embargo, el único que me importaba me hizo sentir algo inexplicable.

— Oh. Christoph... — susurré.



TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now