CAPÍTULO III

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No tenía dónde dormir, ni tampoco me sentía a gusto con la compañía de Christoph Schneider, era tan raro tener a tu amor imposible de hace cuatro años junto a ti ayudándote a encontrar tu edificio y siendo veinticinco años más joven. Nos quedamos de pie en la entrada del edificio, hacía mucho frío, clima perfecto para cuando te quedas sin alojamiento.

— ¿Te duele algo? ¿Te golpeaste la cabeza?

Él me miró directamente y yo me encogí un poco, avergonzada.

— No, sólo quiero ir a casa. Mi mente tiene muchas cosas qué procesar — dije, desganada. Mi día, literalmente, había durado sólo unas pocas horas, pero yo me sentía tremendamente exhausta.

— Si no recuerdas dónde vives está bien, puedes venir conmigo. Vivo con los otros dos que viste en el metro, pero no te van a molestar — maldita sea, era tan amable.

Cuando pensé que iba a acceder, mi cabeza se movió de un lado a otro, declinando su oferta.

— Creo... Que ya recordé dónde está mi edificio — mentí.

Frunció el ceño, mirándome como si estuviese loca. Le confundía, pero no lo culpo, yo tampoco me entendía ni entendía nada de lo que estaba putas pasando.

Caminamos dos calles abajo, me detuve en un complejo cualquiera y me quedé estática delante de la puerta principal del edificio. Sostuve la perilla, mas no la giré.

— Aquí es — indiqué.

Él alzó la mirada hacia la construcción. Vi sus azules ojos ser iluminados por la amarilla luz de las farolas y supe que la Rose de hace cuatro años hubiese muerto de la emoción, pero esa Rose ya se había desaparecido, yo misma me encargué de dejarla bien enterrada.

— Lindo lugar — dijo, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo.

— Sí... — después de mi respuesta murió nuestra incómoda conversación.

— Bueno — carraspeó —. Esperaré hasta que entres.

— Nah. Yo esperaré hasta que te vayas.

Arrugó la nariz y esbozó una sonrisa. Soltó una risita, asintiendo. Retrocedió unos pasos.

— Bien. Espero y consigas ayuda, de verdad, el suicidio no es la opción.

Maldita sea, ¿cómo le decía que yo no era una suicida y que habia pensado que todo aquello era un sueño porque viajé en el tiempo?

— Gracias — respondí, resignada.

Me tendió la mano. Tardé unos segundos en reaccionar y él ya la iba a quitar cuando respondí a su gesto de despedida. Sonrió por última vez antes de darse la vuelta e irse en dirección contraria. Me quedé viéndolo hasta que desapareció en la noche. Solté un enorme suspiro de alivio.

¿Y ahora qué? Me pregunté mirando la desolada calle. Mi mirada se detuvo sobre un pequeño callejón que apartaba el edificio de otro. Fui a asomarme con mucha cautela, asegurándome que no hubiera un drogadicto o un vagabundo. Abrí el contenedor de basura y estaba limpio, sería un buen lugar para refugiarme del frío. Era una medida exagerada, pero necesaria para mañana a primera hora despertar e ir a donde caí en el portal del tiempo. Arrojé mi bolso dentro, luego me saqué el abrigo, estremeciéndome por el frío. Elevé una pierna hacia el borde del basurero y me dejé caer al interior, sobre las pocas bolsas de basura. El olor era horrible. Mierda, ¿por qué lo hice? Empecé a respirar por la boca y cerré los ojos, poniéndome en posición fetal, guardando el calor.

Estaba escrito, jamás debí pedir el intercambio a Berlín, JAMÁS. ¿Por qué no me conformé con mi universidad local? Me pregunté una y otra y otra vez. Sentí que la cabeza me daba vueltas, acompañada de un sonido, no, era el principio de una canción.

«Weisses Fleisch»

Hurgué en mi bolso y extraje mi celular que, hasta ahora encendió, pero se puso loco porque no me dejaba pausar la canción ni ingresar en él. Las fotografías en mi galería comenzaron a aparecer en la pantalla, rapidísimo, la canción fue cambiada por otra, el teléfono comenzó a parpadear y al saber que emitiría un chispazo, lo arrojé fuera. Escuché una pequeña explosión y después pasos.

«Que no fuera un loco, que no fuera un loco, que no fuera un loco...» me dije.

Subieron la tapa, la poca luz de la calle entró y distinguí el rostro de Christoph Schneider.

— Muy lindo lugar — dijo con una divertida sonrisa en el rostro.



Salí de la ducha y me senté sobre el inodoro. Mi ropa quedó con olor a basura y Christoph se ofreció a ir a lavarla, lo cual fue un muy lindo detalle por su parte. Sequé mi cabello con la toalla, me cubrí el cuerpo y esperé.

Ya estaba dormitando cuando la voz de Richard Kruspe llamó mi atención:

— ¿Trajiste a la loca del metro?

— Sí, está muy confundida. El golpe debió afectarle.

— ¿Y? Ese no es nuestro problema — se escuchaba más preocupado que molesto —. Además, ¿fuiste a la lavandería a estas horas sólo para lavarle? ¿Estás loco?

— Reesch. Ella quiso suicidarse, no debe estar pasando un buen momento.

— No es nuestro problema.

Y él tenía razón. Si yo estuviera en su lugar, pensaría exactamente lo mismo.

Hubo un silencio. Con los nudillos golperaron y abrí sólo unos pocos centímetros, ocultándome tras la puerta. Schneider metió la mano, extendiéndome una pequeña bolsa de tela con ropa recién lavada y secada.

— Espero te guste el olor a lavanda.

— Soy alérgica a la lavanda — contesté en broma.

— ¿En serio? Oh. Entonces iré a lavarla de nuevo — acepté la ropa antes de que pudiese sacar la mano.

— Gracias, muchas gracias y no quiero causar molestias, de verdad. Mañana apenas salga el sol, me iré.

— No tienes por qué hacerlo. Lo hago porque no quiero tener el remordimiento de no haber ayudado a alguien con tendencias suicidas.

—... Como dije, Gracias — asomé solo la mirada.

— De nada, Rose.










TRAUM [ Christoph Schneider ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora