CAPÍTULO XI

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— Rose, ¿estás bien? — Karina me tendió la copa de vino blanco, mas yo no la acepté. Apuntó a Christoph con la barbilla y disminuyendo el volumen de su voz, preguntó:—. ¿Te hizo algo..?

No quería despegar la mirada de él y es que la cuestión se repetía una y otra y otra vez:

«¿Regresarás al pasado a pesar de lo que el profesor Schmidt te dijo?»

Me dijo que no podía causar un gran cambio en la vida de las personas del pasado, pero es que Christoph Schneider hizo que su banda lanzase una canción basada en mí, eso ya era un gran puto cambio.

— ¿Rose? — Karina chasqueó los dedos para llamar mi atención, pero fue en vano.

Mi alrededor parecía ir en cámara lenta y no digo que todo esto sea un momento romántico, simplemente que no me lo esperaba, todo fue tan de golpe desde el principio. Uno llega a Berlín esperando acreditar todo con excelencia y encontrar oportunidades de trabajo, no a saltar en el tiempo y conocer a alguien con el que estuviste obsesionado durante tu etapa tardía de adolescencia. Mi corazón latía con mucha fuerza, pero, en serio, nada romántico, apenas lo conocía... Y ahora era un viejo.

—¡Rose! — mi pelirroja amiga me aplaudió, sacándome de mis pensamientos.

— Qué — contesté, exaltada.

Christoph frunció el ceño y noté como que quería acercarse, pero cuando su esposa se le acercó y le abrazó por la cintura supe que no debía regresar al pasado. No, se veía muy feliz. Yo no quería destruir un matrimonio incluso veintiún años antes de que este se consolide.

Espera, ¿qué? No, no, nada romántico. NADA ROMÁNTICO. NO ME GUSTABA CHRISTOPH SCHNEIDER. NO HE SENTIDO UN MÍNIMO DE ATRACCIÓN HACIA ÉL.

— ¿Rose? — pronunció mi nombre, pero no de manera fría, sino de manera anhelante.

No, no había manera que después de una semana de conocernos se haya prendado de mí y siguiese recordándome como en una mala y ridícula película de comedia romántica.

— Creo que tengo que irme, Karina — le devolví la copa, no esperé una contestación pues me salí dando grandes zancadas.

Otra vez comencé a correr por las calles de Berlín. Grandes cosas podían pasar según mi experiencia, como por ejemplo: ser arrollado por un auto.

Choqué contra una camioneta y caí de espaldas. Sentí mi cerebro rebotar contra mi cráneo, luego todo se vio borroso. No tuve ganas de levantarme.

— ¡Mierda! — exclamó un anciano.

— ¡Rose! — gritó Karina.

Las voces de esas dos personas me resultaron insoportables.

— ¿Rose? — pero la voz de Christoph fue como música para mis oídos.

Al parecer, el señor Schneider había sido más rápido, pues tenía su rostro frente al mío. Las líneas de la edad, aquellas señales del paso del tiempo me parecieron de lo más bello. Sonreí, embobada. Estaba viendo al Christoph del 94, al mismo de la estación del metro.

— ¿Es sangre lo que está saliendo de su oreja? — preguntó alguien.

— Señor, llame a una ambulancia, ¡no se quede así! — exclamó alguien, también.

Christoph me observaba, preocupado. Iba a posar sus manos sobre mi rostro, pero lo detuve.

— Primero la caída en el metro, ahora la caída en la acera... — murmuré, ampliando mi sonrisa.

TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now