CAPÍTULO XII

138 24 3
                                    

Ahí estaba él. Estaba sonriéndome y quizá preguntándose el cómo un evento tan aleatorio y extraño pudo unirnos de nuevo. Miré mi ropa mojada y luego miré más largamente su mano seca y cálida.

— Siempre nos encontramos así — dije en voz baja —. Siempre nos encontramos de maneras extrañas, siempre que nos encontramos algo muy estúpido debe pasarme.

Rió ante mis comentarios.

— ¿Siempre? Si sólo nos hemos topado dos veces — en realidad, tres; dos en el pasado y una en el futuro — aunque sí, es muy extraño... ¿No lo hiciste a propósito? ¿No me estuviste siguiendo?

Alcé la mirada en busca de sus magníficos ojos azules. Ahora, me provocaba una inmensa ternura, tanta que... Sentí las ganas de llorar. Maldita sea, técnicamente, llevábamos veinticinco años sin vernos, ¡sí es confuso, pero así es! Oh, no, bueno, él llevaba veinticinco años sin verme, ¡no! Llevaba unos días sin verme, ¡nos encontramos en la galería! Ay. Todo era tan jodidamente confuso.

Bueno, después de intentar explicar eso en aquel milisegundo, decidí aceptar su mano y la apreté, con fuerza, quería comunicarle todo lo que sentía con sólo un apretón de manos. No, no estaba enamorada de Christoph, sólo estaba... Fascinada. Fascinada por tener al hombre que fue mi viejo e inalcanzable amor de adolescencia tardía.

— Lamento haberme ido así, Christoph — solté con voz temblorosa.

Entonces la sonrisa se le borró y yo temí. El corazón se me encojió, no sabía que pensar y no era capaz de soltarle la mano, pero él tampoco fue capaz de soltarme.

— ¿Por qué decidiste darte un chapuzón a estas horas? — preguntó en voz baja, pasándome uno de los mojados mechones tras la oreja.

Mierda. Mierda. Que rápido cambiaban mis sentimientos. Hace un minuto aclaré que no estaba enamorada y ahora creo que lo estoy.

— Me asaltaron — respondí, alzando una despreocupada sonrisa.

— ¿Qué? — exclamó, alarmado —. ¿Logró robarte algo? ¿Te hizo algo? — comenzó a observarme el rostro, como queriendo encontrar alguna herida.

— No — dije, contenta —. Igual, si me hubiese robado algo... Todo lo que quiero está aquí, en frente mío.

Mierda, ¿de verdad dije eso? Que cursi. Que patética. Que pendeja.

— Esto es serio, Rose — insistió.

— Yo hablo muy en serio — contesté, embobada.

¡Tenía que parar ya! De pronto, regresé a mis cabales. O el agua helada me estaba afectando o el golpe que me di al chocar contra una camioneta me dejó secuelas. Alejé mi mano, avergonzada. YO NO ERA ASÍ.

— Estoy bien, de hecho, salté al río para salvarme — mencioné, titiritando de frío.

Christoph Schneider siguió mirándome con preocupación y se sacó la chaqueta para dármela. Metí los brazos y el calor de su cuerpo y su aroma llenó mis fosas nasales. Carajo, gracias señor Schmidt por darme ese mapa, pensé.

Se alejó un paso, mirándome de pies a cabeza.

— ¿Qué? — me encogí de hombros.

— No puedo creer que nos encontremos así después de tanto tiempo. Esto supera a lo del metro.

¿Tanto tiempo? ¿Cuánto había pasado? Miré su rostro y lucía exactamente igual, pero entonces miré su cabello; estaba rubio platinado. ¿Cómo no lo noté desde el principio? Entrecerré los ojos, intentando reconocer de a qué era pertenecía, pero fui interrumpida por él.

— ¡Vamos! ¿Quieres tomar algo caliente? No quiero que te dé hipotermia — dio una zancada y me sujetó del brazo con suavidad.

Yo no podía dejar de mirarlo, era incapaz de no compararlo con el Christoph de la galería de arte, bueno, después de todo, eran el mismo Schneider. Apreté su brazo, pegando la nariz a su hombro y aspirando el perfume. Que puto miedo, debió de pensar, así que me aparté y seguí caminando.

— ¿Cuánto tiempo pasó desde que nos vimos? — traté de sonar lo más casual posible.

Tardó en responder.

— Nos encontramos el 15 febrero del 94.

Me quedé atónita. ¿En serio se acordaba de la fecha exacta? Entonces, añadió:

— Estamos a... 15 de marzo del 96. Así que pasaron dos años con un mes desde nuestro encuentro en el metro.

— Pero yo te pregunté de nuestro último encuentro, no del primero... — susurré, encogiéndome de hombros.

— 20 de febrero del 94 fue el día en que saliste corriendo y desapareciste.

Reinó un gran silencio. Ahora estábamos incómodos, en especial yo. Maldita sea. Debía tener una buena explicación.

— Ni yo sé lo que pasó — dije.

Él desvió la mirada, negando con la cabeza y sonriendo de nuevo.

— Es que estás loca, ¿no?

— Estoy feliz de encontrarte de nuevo, Christoph.

Hubo otro silencio, pero ya no era incómodo, era distinto, como cuando choqué con el auto y Christoph se apresuró a auxiliarme y luego me dijo algo y finalmente se quedó en silencio, observándome allí, tirada en la acera y con sangre saliendo de mi cabeza.

— ¿Tan mala fue nuestra música?

Yo reí, negando con la cabeza.

— ¡No! Es que... Me llegó, de verdad que sí. Disfruté mucho pasar tiempo contigo y charlar contigo, de hecho, estoy agradecida con el ladrón porque sino... Tal vez no nos hubiésemos encontrado.

Detuvo el paso y me acunó el frío rostro.

Mierda, mierda, mierda, MIERDA. Se me fue la respiración  y pensé que me besaría, pero no lo hizo, sino que me dio un abrazo.

— Nos conocimos tan poco, pero fue tan genial — me susurró mientras me estrechaba cariñosamente.

¿Por qué eso sonaba a despedida?

— Christoph, yo... Me gustaría decirte por qué me fui así, pero... — dije, titubeante.

— ¿Pero qué? — se le iluminaron los ojos en curiosidad.

— Tengo miedo de que no me creas.

— ¿Por qué no he de creerte?

— Es demasiado estúpido y complejo.

Rompió el abrazo.

— ¿Y?

No, no podía echarle la sopa así nada más. No quería. No quería ahuyentarlo así, no cuando llevábamos nada de vernos. No, no lo haría. Iba a decir lo que sea:

— Te ves demasiado bien con bigote — carajo, eso no era. NO —. Bueno, te acabo de visualizar con bigote y...

— ¿Bigote? — arrugó la nariz —. No, no, no. Siento que parecería actor porno de los 80s.

TRAUM [ Christoph Schneider ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora