CAPÍTULO V

159 30 11
                                    

Me senté sobre la misma banca del día anterior. Comenzaba a perder toda esperanza de regresar al «mundo real». Christoph se sentó a mi lado derecho y Paul a mi lado izquierdo. Permanecimos callados un buen rato. Me estaban acompañando en mi cada vez más rápido descenso a la verdadera locura.

Miré los zapatos de Christoph, luego miré más largamente su rostro tan inmaculado, sin rastros de la edad, tan suave y radiante... Era tan joven. Y luego miré a Paul y sentí lo mismo. La nostalgia me invadió. Cuántas veces yo había deseado ir al pasado y verlos así, jóvenes, tan llenos de energía, cuando eran algo completamente nuevo en la industria de la música, cuando apenas se abrían paso en la fama. Mi yo de la adolescencia dio un brinco de felicidad, no pude evitar sonreír.

— ¿Ves? — Paul se inclinó hacia mí, arrugando la nariz —. Primero está triste y quiere morirse y ahora está feliz. Oye, que extraña eres.

— Bueno — Christoph estiró las piernas, sonriente —. Está claro que Rose está algo loca — metió las manos a los bolsillos de su chaqueta —. ¿Quieres saber cómo nos conocimos? Bueno, evité su suicidio. Quiso arrojarse a las vías del tren, ¿puedes creerlo? Luego me ofrecí a acompañarla a su casa y terminé sacándola de un basurero.

— ¡Es lo más estúpido que he escuchado en mucho tiempo! — exclamó Paul, soltando una carcajada.

Me encogí de hombros, en señal de afirmación. Sí, todo era una completa estupidez. Toda mi atención fue hacia el edificio de la universidad; no provocaba nada en mí, el arte ya no era mi pasión, ahora faltaba descubrir otra cosa.

— ¿Por qué quisiste hacerlo? — Schneider me tocó el brazo y yo di un salto porque me sacó de mis pensamientos tan pesimistas.

— ¿El qué?

— Suicidarte — contestó Paul.

— Si se los contara... Creerán que estoy todavía más loca.

— ¿Extrañas a tu familia? — por segunda vez alcé la mirada hacia los azules ojos de Christoph y a pesar de que una parte de mí quería contarle todo y decirle que sería exitoso y famoso y rico, otra parte de mí quería que se quedara así, con el futuro incierto —. Rose, ¿extrañas a tu familia? ¿De dónde es tu familia? — replicó.

No iba a responder, no quería acordarme de mi familia. Vida demasiado aburrida. Niñez demasiado genérica; padre ausente, hermano ausente y madre con la que a veces me llevo bien y a veces detesto. Me puse en pie, me sacudí los pantalones y me llegó a la nariz el olor a lavanda. Mierda, el baterista de Rammstein, Christoph Schneider, lavó mi ropa.

— Ñeh. Creo que no quiero hablar de eso, sólo quiero — descubrir el cómo regresar al presente —... Comer. Tengo hambre.

— Yo también tengo hambre — mencionó Landers, levantándose y estirándose. Pude escuchar el crujir de su espalda, debió dormir muy mal debajo de aquel arbusto.



No caminamos mucho y tampoco teníamos mucho dinero – yo ni siquiera tenía un solo marco –, así que sería algo barato. Christoph y Paul mencionaron una pequeña cafetería donde la comida no era mala ni buena, sino que lo normal, además de que la dueña solía perdonarles la paga cuando les veía de verdad necesitados. Mientras andábamos hacia el lugar mencionado, ellos no paraban de conversar y yo no paraba de apreciarlos. Que raro era todo... Hace unos minutos yo estaba llorando y pidiendo a dios que me regresara al triste Berlín que dejé y ahora quería quedarme más tiempo y saber qué era lo que pasaba por su cabeza antes de la fama.

— Por cierto, chocamos — Christoph me picó el estómago y sentí el ardor por la quemadura del café. Una enorme mancha amarilla sobre mi playera blanca —. ¿Te lastimé muy feo?

— Ayer vi que llevaban unos maletines donde se guardan los instrumentos, ¿tienen una banda? — todo eso ya me lo sabía, fui su fan por un tiempo.

— Sí, sí. Rammstein. Nos formamos hace unos meses — Paul se pasó a mi lado y me tomó por los hombros, apresurándome.

— Si consigues ayuda psicológica, tal vez luego podrías vernos ensayar — dijo Christoph.

— Eh — Paul le dio una suave manotada en la boca —. Jamás se invita nadie cuando ensayamos.

— Vamos, quiso suicidarse. ¿No podemos hacer su vida un poco más fácil? — me dirigió una mirada cómplice.

— Pero no quiso suicidarse por nuestra culpa, ¿o sí?

— Cierra la boca — Christoph le devolvió el manotazo.

Llegamos al pequeño café. Sólo había dos mesas y una de ellas estaba ocupada por un grupito de ancianas. Los tres tomamos asiento en la que quedaba y esperamos. Yo me removí en mi silla, nerviosa. Tenía dinero, pero  los marcos aún no eran sustituidos por los euros. Metí la mano en mi bolso de manta y saqué un puñado de billetes arrugados.

— ¿Creen que acepten euros..? — pregunté en voz baja.

— Claro, también aceptan tarjeta de crédito — respondió Paul haciendo una seña a la mujer de la caja.

— Es que no tengo más — repliqué con voz temblorosa.

Entonces, Christoph Schneider dejó caer una de sus manos sobre la mía, como queriendo reconfortarme y tan amable como se mostró desde el principio, me dijo:

— No te preocupes. Yo pago.

— Ja. Espero pagues lo mío, eh — Landers le dio un empujón —. Dejame recordarte que estás quebrado, no quieras hacerte el galán.

Lo último se repitió en mi cabeza.

«¿Galán?»

¿Acaso yo podría atraerle al Christoph Schneider de 1994? Bueno, tal vez sí... Aún no ha conocido a las mujeres hermosas del espectáculo. Él seguía siendo normal y a tan poco tiempo de volverse un fenómeno en Alemania y luego en toda Europa y finalmente todo el mundo. Apreté los labios, desviando la mirada.

Ordenamos, comimos y conversamos. Muchas cosas de las que me contaban yo ya las había leído en foros de la banda, pero no dejó de fascinarme ni mucho menos. Cuando llegó la hora de pagar, Christoph cubrió la cuenta y no sólo la mía, sino que también la de Paulchen y éste se mostró satisfecho.

— Nosotros te contamos sobre nuestras vidas y tú no has dicho nada sobre ti — se quejó el baterista.

— Bueeeno, mi vida no es muy interesante. Vine de intercambio por seis meses a Berlín debido a mi escuela de artes y ya — No iba a contar más. No quería que nada se me saliera y me hiciera quedar como loca de remate.

— Eso ya me lo contaste.

— Pues es lo único que puedo decirte — contesté.

— Oye, ¿estas metida en algún asunto turbio y por eso no puedes decirnos nada?

— No, pero aún así no puedo hacerlo. No creo que quieras escucharlos, hablo en serio cuando digo que no me creerás.

— ¿Qué no podría creer? — sonrió, divertido.

— ¿Tú crees en los viajes en el tiempo?

Él contuvo una risa y alzó ambas cejas

— ¿Me vas a decir que viajaste en el tiempo?

— Dime si crees.

— Imposible — creo que él no notó que me desentusiasmé —. Pero me vas a decir que lo hiciste... Vaya que sí estás loca.

¿Cuántas veces he escuchado ese calificativo hacia mi persona?

— No, sólo que es algo igual de disparatado que eso. Es todo.

Maldita sea, es que sí se escuchaba muy estúpido.




TRAUM [ Christoph Schneider ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora