CAPÍTULO VI

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No soy una persona interesante, en realidad, creo que jamás lo seré. Pasé toda mi adolescencia anhelando la universidad, queriendo llegar a ese punto donde te encuentras a ti mismo y llegas a la cúspide de tu existencia y mierdas así. Me dejé llevar mucho por las películas, lo admito. En mi último semestre de preparatoria descubrí Rammstein, fue algo totalmente nuevo para mí y aunque conocía a Marilyn Manson y todos esos artistas denominados polémicos, ellos tenían algo distinto... Algo que me atrapó al instante. A los diecisiete me obsesioné con ellos, pero con su imagen joven; ver sus fotos de los noventas y saber qué era lo que estaban punto de hacer y ver sus caras y en sus ojos leer el «Ni siquiera han terminado de ver de lo que somos capaz». Luego cumplí dieciocho y la obsesión y el fanatismo siguió vigente, solía decir que daría una fortuna por conocerlos en los noventas. JA. Si hubiera sabido...

Pasaron cinco días desde mi accidental llegada. Después de aquel día de intentos fallidos por regresar a la actualidad y de admirar a Christoph y a Paul, me quedé otra noche más a dormir en el apartamento que compartían Schneider, Riedel y Kruspe.

Los días pasan muy rápido, es como si duraran doce horas en lugar de veinticuatro. Esa noche, después del desayuno y de conocer a Paul Landers y que éste me llamara loca, cuando mentí que ahora sí iría a casa, me desvanecí en el umbral de la puerta. Estoy segura de que ellos creyeron que no me quería ir porque en realidad no tenía casa, pensaron bien, pero el desmayo fue real. Al caer vi las luces y las figuras extrañas, pero no viajé en el tiempo, fue como un bajón de azúcar porque al despertar, a la mañana siguiente, sólo me encontré tendida sobre el sofá y con una taza de café en la mesita de al lado.

— ¿Te metiste drogas sin que nos diéramos cuenta? — preguntó Christoph.

— ¿Por qué no llamaron a una ambulancia?

— No vimos que te saliera espuma por la boca, así que lo dejamos pasar — se encogió de hombros —. Además, empezaste a roncar.

— Oh.

Después de nuestra breve conversación no hay mucho qué contar. Nada fue interesante, me bebí el té y no regresé. Dormí en el mismo basurero donde me encontró Christoph. Regresé al punto del salto temporal muchas veces, pero no pasó nada.

Sentada bajo el arbusto de donde salió Paul me dediqué a analizar a las personas que pasaban por el camino, quería ver si ellos también caían y desaparecían. Necesitaba ver que no era la única.

«¿Qué haré si no logro regresar?» me pregunté hasta el cansancio.

Era 1994, mi madre todavía ni estaba embarazada de mí. Mis documentos eran obsoletos, si los mostraba a las autoridades podrían meterme presa, podrían tacharme de espía... Pero lo peor era que, prácticamente, yo era inexistente. No podría conseguir un trabajo, ni ayuda médica, ni nada. Yo era nada. Otra cosa, ¿qué pasará cuando llegue 1997, el año en que nací? ¿Habrá una réplica mía al otro lado del mundo? ¿Seré succionada por un vórtice cuando eso pase o qué? Solté un cansado suspiro y oculté la cara entre las palmas de mis manos.

— Mierda, mierda, mierda... Dios, si existes. Por favor ayúdame — dije en voz baja.

— Rose, ¿qué haces aquí?

Esa voz, esa voz...

Alcé la mirada. Christoph estaba de pie delante mío. Me sonrió y esa sonrisa era la misma radiante y tierna que seguía esbozando aún veinticinco años después. Moví negativamente la cabeza, no quería dar explicaciones.

— Qué haces tú aquí — contesté.

Schneider se sentó a un lado mío y se encogió de hombros.

TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now