CAPÍTULO XX

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El profesor Schmidt se masajeó las sienes. Claramente estaba harto de mis pendejadas, bueno, ahora también lo estaba de las pendejadas que decía Christoph.

— No es negociable. Vas a regresar te guste o no — contestó con frialdad y alargando una mano le sujetó el hombro.

— Rose... — me llamó y su mirada inquisitiva me quitó el aliento —. Por favor, no me dejes otra vez.

Me mordí el labio inferior, abrumada. El celular en mi mano empezó a sonar por segunda vez y el receptor de la llamada era la versión vieja del Christoph que tenía enfrente.

— Contesta — dijo Schneider.

— No contestes — replicó Schmidt.

— Vamos, contesta.

— Rose — el profesor alzó el tono de su voz logrando intimidarme.

De pronto el aparato me fue arrebatado. Christoph dio un fuerte empujón a mi maestro y me volvió a tomar de la mano para echar a correr. Respondió a la llamada. Intenté detenerle, pero hacía caso omiso a mis súplicas y órdenes. En un instante no le importó que parara, me llevó arrastrando. La pintura negra de mis viejas botas se peló, su agarre me lastimaba, una parte de mí disfrutaba su actitud reacia, pero no podía dejarle que hablara; en las películas de ciencia ficción siempre había una regla de no encontrarse a sí mismo y supuse que también aplicaba con llamadas.

— ¡No, no, no! — me sujeté de una señal peatonal —. ¡Entrégame el maldito celular!

— No quiero que esto termine — contestó con voz temblorosa —. Entiéndelo.

«¿Hola, Rose? ¿Estás bien?» oímos al Christoph viejo a través de la línea.

— No, no, no, no — supliqué a Schneider —. No contestes, por favor. Algo muy malo puede pasar, no sé bien qué, pero la realidad se irá a la mierda. No lo hagas, te lo pido.

«¿Dónde estás? Si no contestas llamaré a emergencias»

Schneider entonces me regaló un momento de lucidez y me pasó el teléfono.

— Señor Schneider — dije tratando de sonar lo más relajada posible.

— Escuché todo, ¿qué fue eso? ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? Puedo ir a buscarte — se le escuchaba muy preocupado.

— Usted me dejó claro que no quería verme — mis ojos se clavaron en los tristes ojos del Christoph 2001.

— Pensé bien las cosas — hizo una pausa —. Todavía me es difícil creerlo, pero en verdad eres la misma Rose del 86. No sabes cuánto te he echado de menos.

Ya no quería seguir escuchando. No quería cambiar de opinión y luchar por quedarme con él o su él del pasado o algo así.

— Mire, señor Schneider... Espere — caí en cuenta de la fecha que dijo —. ¿Qué dijo?

— Que eres la misma Rose del... — el profesor Schmidt me quitó el celular y cortó la llamada. Ahora estaba furioso.

— ¡Vendrás conmigo aunque no quieras! — el hombre sacó de entre el bolsillo de su sacoalgo parecido a un arma de color negro y de plástico – que en realidad era un taser – y sin más, disparó. El cuerpo de Christoph se sacudió debido a la descarga eléctrica y se desplomó en el suelo.

— ¡Qué carajos le pasa! — exclamé arrojándome encima de Schneider como queriendo protegerle —. ¡Esas cosas pueden matar a alguien!

— Cállate. Ahora ayúdame a llevarlo hasta el auto y acabaremos con esto de una buena vez — contestó el profesor  tomándole de los tobillos.

— ¿Siempre trae el taser consigo? — quise saber, sosteniendo entre mis manos la cabeza de Christoph.

— ¡Rodéale los malditos hombros y ayúdame!



Le metimos en el automóvil. Le acaricié el rostro, el arco de su nariz, la comisura de los labios, la barbilla, la línea de la mandíbula. Lágrimas asomaron por mis ojos, no lo quería perder, pero debía hacerlo.

— ¿A dónde vamos? — pregunté.

— Parece que cada día te pones más tonta, niña.

Schmidt aceleró. Sí, mi pregunta fue estúpida; íbamos en busca del siguiente portal para llevarlo de regreso al 2001.

Christoph se removió entre mis brazos, quejándose. Abrió los ojos y estiró la mano para acariciar mi mejilla.

— Apúrese — solté —. Ya se despertó.

No pasó mucho tiempo hasta que llegamos a un parque. Aprovechando la confusión de Christoph, lo llevamos hasta donde se hallaba el portal.

— ¿Cómo lo regresaremos a su año? O sea, a su respectivo año, ya sabe que las cosas cambian...

— Regresará.

Aguardamos un rato en silencio. El profesor respiró hondo y se lo llevó. Me lo quitó y no dejó que me despidiera. Me alejó del único hombre del que me había enamorado. Sentí un dolor en el pecho, era el vacío. Di la media vuelta y comencé a caminar de regreso a casa. Mis lamentos debieron espantar a más de uno. Caminé sin rumbo alguno hasta que mis pies no aguantaron más.

Me senté en la acera de una avenida muy concurrida, no preocupándome por el tránsito vehicular. La gente que pasaba debía creer que era una loca, pero no me importaba.

— Rose — escuché su preciosa voz.

— Contigo está mal — dije.

Christoph Schneider viejo se colocó a un lado mío.

— ¿Qué está mal? — preguntó.

— Quererte — contesté.

TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now