CAPÍTULO XXII

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— ¡Mierda, mierda! — maldije bajando las escaleras del metro a toda velocidad. Sudaba tanto que la playera de algodón se me pegaba al cuerpo, las llaves y la tarjeta de transporte se me resbalaban de entre los dedos y el cabello parecía como si acabase de salir de la ducha. El corazón seguía latiendo con fuerza, pero yo lo ignoraba.

Entré corriendo al vagón y tuve tiempo de mirarme en el reflejo del cristal de la puerta. Era un asco, estaba pálida, temblando y con unas enormes ojeras que daban a mi rostro un aire cadavérico. Suspiré, pegando la frente al vidrio.

Todo había sido un sueño. En realidad jamás había visto los ojos de Christoph... o tocado su mano o besado sus labios. Me sentí triste, pero a la vez aliviada. Mi existencia se había reducido ahora a sólo ser una estudiante mediocre de arte. Sonreí, desesperanzada. Rememoré su sonrisa y la manera en que me miraba, pero todo había sido un producto de mi imaginación; había llevado al fanatismo a un punto nuevo de la locura. Golpeé la puerta de metal con el puño.

Llegué al campus de la universidad y todo se veía como el siglo veintiuno, no había ni un solo atisbo al pasado. Los estudiantes se veían del año, sus peinados eran del año, tenían celulares. Caminé lentamente al edificio, no sabía qué clase tenía o qué día era, pero iba a presentarme e iba a dar la excusa más original de todas. La brisa me secó el sudor, sólo me quedé con el insoportable olor. Hasta que entré a la recepción de la facultad sentí el horrible dolor de huesos y músculos, había pescado el resfriado más jodido de mi vida. Tan jodido, que había alucinado toda una historia con Christoph Schneider. Suspiré y fui a acostarme en uno de los futones de la sala de estar. Quise encender mi celular pero estaba descargado.



— Rose — escuché a uno de mis compañeros de clase —. Pensamos que habías dejado el país.

Miré al chico del cual no recordaba su nombre.

— ¿Cuánto tiempo estuve ausente? — pregunté con voz ronca.

— Como una semana.

Quedé atónita. Asentí.

— Estaba enferma...

— ¿Tuviste tu año de descanso y relajación? — preguntó con humor.

No respondí.



No entré a clases. Pasé todo el día averiguando qué había sucedido durante mi ausencia. Comí una pizza malísima y me bebí casi un litro de suero, tomé dos analgésicos para el malestar y dormí en la alfombra de uno de los pasillos. Soñaba con el rostro de Christoph, lo imaginaba sonriéndome, lo fantaseaba joven, viejo. Me hacía querer llorar. Me dolía el corazón. ¿Cómo algo tan especial había sido tan irreal? Me fui de la universidad al caer la noche y mientras caminaba debajo de los árboles del bosque que rodeaba el campus, divisé a un hombre muy familiar acercándose. Me dio un vuelco en el corazón.

Apuré a ocultarme detrás del tronco de un árbol mientras lo veía aproximarse. Él miraba frenético a todos lados, con las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta de piel. Tuve un salto en el pecho, las imágenes golpearon mi mente. Mi cuerpo comenzó a temblar, todo parecía querer derretirse.

— Pssst... — llamé su atención.

Y un joven Christoph Schneider se volvió a mí. Su expresión pasó de preocupada a un estado de completo alivio. Se le enrojecieron las mejillas y sonrió.

— Rose — dijo.

— ¿Qué haces aquí? No perteneces — empecé —. Pensé que todo esto había sido un sueño, yo...

— Te amo.

— ¿Eh?

— Te amo.

— Pero, Christoph — espeté —. Tienes familia.

Movió negativamente la cabeza.

— No tengo familia ahora — cuando respondió, no me había percatado de que se aproximaba a mí. Sujetó mi mano —. Vámonos un rato, disfrutemos de los noventas juntos, ya después puedes regresar a tu tiempo. Por favor.

— Tengo escuela — me encogí de hombros — y la línea del tiempo y...

— Seamos egoístas un rato.

Lo miré a los ojos y supe que estaba bien, que debía hacerlo. Entendí que junto a él todo estaría absolutamente bien y que necesitaba besarlo. Necesitaba hacerlo. Lo abracé con fuerza y nos besamos.

Fue el beso más bello que pude haber dado y recibido. Nos tomamos de la mano y nos fuimos.

Fuimos de regreso a los noventas. 

TRAUM [ Christoph Schneider ]Where stories live. Discover now