9.En llamas.

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Narra Logan Lerman.

Tuve que cambiar de lugar con Ana porque Antonio se negaba a llevarme en su automóvil. Durante el camino a la discoteca, estuve hablando tranquilamente con Nelson mientras Cristina le formaba un peo a Gabriel. No comprendo por qué, pues él no hizo nada malo hoy.

Al fin y al cabo, desde el punto de vista de ella, Ana debería ser la receptora de regaños.

Se estacionaron los autos uno al lado del otro en el estacionamiento. Esta discoteca no se parece a las que frecuentaba con mis amigos en California, pero puedo pasarla bien.

—Vamos armando una vaca para pedir el servicio.—opina Gabriel, sacando su celular.

Fruncí el ceño.

—¿Vaca?

—Así decimos nosotros los pelabolas cuando reunimos dinero para comprar algo entre todos.—me responde Bea, abrazando mi brazo derecho.

—Ya hicimos que Antonio pagara la cena,—habla Nelson, guardando sus llaves en el bolsillo de sus jeans.—sería descarado de nuestra parte pedirle el servicio.

—¿Se van a quedar ahí parados o vamos a entrar?—Ana nos apura, caminando delante de nosotros.

—Aún no sabemos con cuánto dinero contamos, galla.—la detiene Bianca.

—Eso lo vemos mientras hacemos la cola para entrar.—tiene un buen punto.—Verga, los burros y ustedes.

Todos seguimos a la satánica a la entrada con la larga fila de personas. Para vivir en dictadura y con la peor economía del mundo, los venezolanos nunca dejan de parrandear. Un silbido llamó nuestra atención.

—¿De verdad piensan que voy a estar bailando y bebiendo pegado a carajitos incluso menores que ustedes?—Antonio caminaba en otra dirección.—Vamos al área VIP.

Cristina, Gabriel, Nelson y Ana no lo pensaron mucho y fueron rápidamente a la entrada custodiada por dos guardias y con la entrada casi vacía. Bianca fue quien me jaló para seguirlos y Antonio quedó de último, como un escolta.

Los guardias preguntaron algo en español que no entendí porque fue muy rápido, Antonio fue quien les contestó seguido de que llamó a alguien. Supongo para que nos dieran el paso.

Efectivamente, entramos sin problemas.

Era una zona más alta que el resto de la discoteca, una mezzanina. Teníamos acceso más próximo al DJ y un bar para nosotros y algunas otras personas que, cabe mencionar, son sujetos de la edad de Antonio... Rodeados de mujeres muy voluptuosas.

—Coño, hasta que por fin te rodeas con gente de tu edad.—Ana le dió una palmada a Antonio y luego fue directo a la barra.

Por ese comentario, esta noche te brindo lo que quieras de la barra, Ana.

—Así que ¿Así es un VIP?—Nelson parecía decepcionado.—¿Solo una zona más alta dónde vienen tipos que tienen pinta de ser dueños de concesionarios que vienen a engañar a sus esposas?

—Pues si, eso es.—contesta Antonio.

—Ok, no me molesta.—él simplemente se tiró en un sofá vacío y se dejó llevar por el ambiente.

Cristina le dijo algo en el odio a su novio y se lo llevó a la zona de abajo para bailar con el gentío sudoroso que había. Bianca nos miró impaciente a los restantes.

Ella deseaba mucho bailar, pero esperaba que alguno de nosotros tres la sacara ¿Por qué? No tengo idea, fácilmente puede jalarnos a la pista.

El cuarentón que vino con nosotros decidió elegir por su cuenta y patearme con su pie, acercándome a Bianca como si yo hubiera tomado la iniciativa.

La pajua de Bianca | Logan LermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora