06| Estancarse en el pasado

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06| ESTANCARSE EN EL PASADO

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06| ESTANCARSE EN EL PASADO

Amelia

A la mañana siguiente, despertar se vuelve una especie de tortura. Me pesan los ojos y todos los músculos del cuerpo me tiran hacia abajo. El despertador chirria en la mesilla de noche y tengo la impresión de que él solo me va a provocar resaca. ¿Es eso posible?

Quince minutos después consigo apartar el calor de las mantas de mi cuerpo necesitado y paso las piernas por el borde de la cama. El frío del amanecer se estampa contra ellas, y asciende por el resto de mis extremidades.

No recuerdo los pedazos de papel del suelo hasta que me levanto. Cuando los veo, como una alfombra maltrecha y arrugada cubriendo la madera, me tiemblan las piernas. Caigo contra la pared y me golpea una ráfaga de realidad que duele y arde de frío. Caigo en la cuenta de lo estúpida que he sido al romper todos esos papeles. Todos esos recuerdos de etapas mejores. Todos esos sentimientos que ahora están desperdigados por el suelo.

Los recojo todos en un montón y los guardo entre las tapas del cuaderno, que rescato del rincón. Lo dejo en el escritorio, abultado de mala manera, y contemplo las cuatro libretas juntas. Me pregunto cuanto tardaré en romper las otras dos que están escritas, en cachitos diminutos que se puedan perder en el aire, hasta que no quede ningún recuerdo de nada y de ninguna. Hasta que yo misma pueda difuminarme y marcharme con una brisa de aire, y todo desaparezca.

 Hasta que yo misma pueda difuminarme y marcharme con una brisa de aire, y todo desaparezca

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Hay clase de escritura antes de comer. Me he mirado en el espejo unos minutos antes. Llevo una sudadera ancha y amarilla con la que me siento pequeña y a salvo y ojeras rojizas. El color de mi piel se ha vuelto pálido y enfermizo.

Entro a la clase con la mirada zozobrando entre las esquinas de las paredes, con la intención de no mirar a nadie más de medio segundo. Me siento en la fila de más al fondo. Sin embargo, Neil Wilson entra poco después y se sienta exactamente en el pupitre de al lado. Intenta saludarme con un movimiento de barbilla al que no le dedico más que unos segundos de observación. No tengo las fuerzas para devolverle el gesto. En su lugar, miro hacia la pared del lado contrario y formo un nido con los brazos cruzados sobre el pupitre. Entierro la cabeza en ellos.

Hasta consumirnos en palabrasWhere stories live. Discover now