24| Cuando papá vivió

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24| CUANDO PAPÁ VIVIÓ

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24| CUANDO PAPÁ VIVIÓ

TW: Acercamiento no consentido y escenario de hospital. Se recomienda no leer si eres sensible a estos temas.

Iris —The Goo Goo Dolls

Amelia

Hace unos minutos que se han ido casi todos. Les he dicho que mi padre está fuera de peligro, he dado las gracias y he dicho que podían irse si querían, que no hacía falta que se quedaran. He evitado mirar a Neil a los ojos. He pedido perdón por hacer que se perdieran el baile y me he marchado. No podía aguantarme las lágrimas durante más tiempo. El llanto retenido no solo pica en los ojos. Te aprisiona la garganta y te golpea por encima de la nuez. Como si te atragantara. Les dije que tenía que estar sola.

Cuando me fui, Lucía seguía dentro de la habitación de mi padre, con Drew, y parecían estar sonriendo. A ella también le dije que podía irse, si quería, pero dijo que se quedaba.

He recorrido tres plantas distintas del hospital, y ahora le tengo pavor al cáncer y he recordado el camino hacia el sitio al que Drew y yo íbamos a evadirnos de los pitidos de las máquinas. Es un pasillo en una planta alta, una pasarela en mitad del vacío con barandillas de cristal frente a unos ventanales enormes. A veces pasan médicos, y no sé si es que me ignoran a propósito o tienen demasiada prisa, pero por ahora nadie ha dicho nada sobre que no debería estar ahí. De todas formas, pasan pocos, y los que lo hacen tienen más pinta de internos perdidos que de médicos de verdad. Por el ventanal llueven gotas envasadas al vacío que se deshacen contra las superficies sólidas con un traqueteo, como el que hace el granizo, o una piedra golpeando la ventana. Más allá de los cristales, el aspecto del mundo tiene el mismo tinte gris plomizo que el suelo del hospital. La lluvia se precipita con ansias contra el suelo, como el fuego de las ametralladoras, y tirotea los adoquines, las paredes y los techos como si pretendiera agujerearlo. Los grises y los verdes relucen.

Tengo los ojos llorosos, pero están empezando a secárseme las mejillas, cuando escucho unos pasos que no suenan a la prisa habitual de los internos acercándose por la izquierda del pasillo, sino que parecen fundirse con el suelo y pisotearlo con fuerza, como si el que los emitiera supiera que tiene derecho a estar aquí. Creo que va a aparecer algún directivo cuando me giro y distingo los rizos azabaches de Neil y sus brazos, balanceándose. Su piel adquiere un tinte más oscuro bajo esta luz, y en realidad tiene pinta de no saber muy bien de dónde ha llegado ni por qué está aquí, pero encuentra mi mirada entre la distancia del pasillo y la entrada a él, y se le pasa. Sonríe, con titubeo, como si no estuviera seguro de estar haciendo lo correcto, y creo que yo tampoco estoy segura, porque de repente estoy enfadada con él.

—¿Qué haces aquí? —Soy consciente de que estoy siendo brusca. No me importa.

A Neil se le borra la sonrisa del todo y yo me froto la manga de la chaqueta por los ojos. Sé que, aún así, tengo la cara enrojecida.

Hasta consumirnos en palabrasWhere stories live. Discover now