09| Aunque solo fuera por un rato

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09| AUNQUE SOLO FUERA POR UN RATO

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09| AUNQUE SOLO FUERA POR UN RATO

Got It In you —Banners

Neil

Soy idiota.

Lo único que le he contestado a Amelia Eider después de leer su me gusta, no me gusta ha sido que sí que escribe bien. Porque mientras lo leía pensaba en qué iba a contestarla y ninguna opción me acabó de convencer. Tiene razón ella. Es demasiado personal. Cada frase marcada significa un pedazo distinto de ella misma, y todos esos pedazos están doblados, amoratados y destrozados, como si a las esquinas de las piezas del puzle que la crean las hubieran deformado y no encajaran unas con otras si no es a base de fuerza y empujones.

¿Qué le dices a una persona que te está confesando que se siente incompleta, rota y desdichada? Más cuando te ha pedido que no digas nada. Que te calles tus pensamientos porque probablemente le duelan y que hagas como que nada nunca ha pasado.

Puedo ser idiota, pero no mezquino.

La única imagen que me ha acompañado durante toda la lectura ha sido la de abrazar a Amelia Eider. Probablemente me empujaría. Quizás me pisaría, me pegaría y puede que hasta me escupiera. O, quizás, y solo en un recóndito y esperanzado rincón de mi mente existe esa posibilidad, un rincón soñador, palurdo e ingenuo, me abrazaría de vuelta y conseguiría reconfortarla. Unos segundos. Los suficientes para verla sonreír.

No, probablemente me apartaría a insultos.

Pero quizás mereciera la pena, porque, joder, me encanta su sonrisa. Hace que le vuelvan las estrellas a los ojos, y quiero estar lo suficientemente cerca de ella como para poder contarlas con la yema del dedo.

Me pregunto a qué sabrán sus lágrimas y qué tacto tendrá su espalda. Me imagino que sus manos estarán frías y la forma de sus dedos al agarrarse a mi sudadera, en caso de que me devolviera el abrazo y no me mirara con asco.

Leo tres veces su texto, solo para que se me claven las palabras en la boca del estómago y me desgarren el diafragma. Me la puedo imaginar intentando escribirlo, con los dedos temblándole sobre el teclado y la vista borrosa, quizás por las lágrimas, o enfurecida con el mundo, con los rizos encarcelados en un moño y dos mechones escapistas, demasiado cortos como para llegar a la goma del coletero, cayéndole sobre los ojos y la frente, hasta desistir y llamar a Lucía Aylis para que la ayude a escribir. O con las letras imprimiéndose muy lentamente, y luego como si alguien hubiera pasado de dejar gotear al grifo a abrir una cascada.

La tercera vez que lo releo se me queda una sola conclusión en la cabeza.

La tercera vez que lo releo se me queda una sola conclusión en la cabeza

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Hasta consumirnos en palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora