«Todo el mundo merece vivir una historia que deba ser contada, y yo pretendía ser tu inicio».
Amelia Eider lleva tres meses cayéndose a pedazos. Desde que su madre murió y fue incapaz de escribir una sola palabra sin que le doliera.
La vida de Neil...
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13| TIENES ALMA DE VIEJO
Wanted Dead Or Alive —Bon Jovi
Neil
El día se escurre, lento, por las grietas en las manecillas del reloj. Solo hay dos momentos que disfruto; la hora de antes de comer, y la de las cinco. Estamos a punto de entrar en Tinta de Café cuando noto que me vibra el móvil en el bolsillo del pantalón. Le hago un gesto a Amelia Eider para que espere un segundo y me retiro unos metros. Cojo la llamada de Bea.
—¿Qué pasa?
—Mamá quiere que vengas a casa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No lo ha dicho.
—Pues pregunta.
—Pregunta tú —responde, indignada por osar pedirle un favor.
Cuelga antes de que pueda replicar.
—Joder.
Vuelvo a donde Amelia Eider, que me mira con esos ojos grandes, oscuros e inquisitivos, y empiezo a prepararme una excusa. Sin embargo, cuando estoy a punta de soltársela, mi lengua parece cambiar de opinión.
—Me han pedido que vuelva a casa. ¿Quieres venir?
Durante unos segundos se queda callada y empiezo a pensar que he sido demasiado atrevido. Estoy empezando a elegir cómo disculparme cuando contesta.
—¿No molestaré?
Me quedo un momento imaginando la reacción de mi madre y de mi hermana si la llevo a casa, sus sonrisas por la espalda, los susurros mal velados, y, sobre todo, las preguntas y miradas incómodas que dicen lo contrario a lo que expresa su boca. No sé qué interrogatorio temo más, si el que le harán a ella o el que me harán a mí.
—Claro que no. Pero será mejor que no te quedes mucho tiempo hablando con mi madre.
Me mira de forma divertida, entre el sarcasmo, la burla y la curiosidad, y empiezo a alejarme de la puerta de Tinta de Café para no recaer en su mirada. No tardo en escuchar sus pasos contra la gravilla del suelo, a un eco de los míos.
*
Me pone nervioso abrir la puerta de entrada con ella mirando el movimiento de la llave oxidada atascándose en la cerradura.
—Es algo que suele pasar —me excuso. Asiente, como perdida. Fuerzo el giro de la llave y escucho el metal serrado. Agarro el pomo y tiro un poco hacia mí. Luego empujo hacia dentro y abro la puerta. Dejo a la vista el pasillo empolvado y las ventanas cerradas. Los muebles roídos por la erosión del tiempo y la madera carcomida. La pintura descorchada de las paredes es lo de lo que más orgulloso estoy. Amelia Eider entra observando el techo y me da tiempo a arrancar la llave de la cerradura. A veces les da por comerse entre ellos.