01| Las tres libretas de mi habitación

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Trigger Warning antes de empezar: Esta historia contiene temas que pueden no ser aptos para todos: padres muertos, momentos no consentidos (no violaciones, más leve), y descripciones explícitas de sentimientos dolorosos

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Trigger Warning antes de empezar: Esta historia contiene temas que pueden no ser aptos para todos: padres muertos, momentos no consentidos (no violaciones, más leve), y descripciones explícitas de sentimientos dolorosos.

01| LAS TRES LIBRETAS DE MI HABITACIÓN

Amelia

En una esquina de mi escritorio se amontonan tres libretas diferentes. La de relatos tiene un cierre de metal y una portada de peces en relieve. Está casi completa. Las páginas vacías son blancas salvo por los adornos de las esquinas, que forman florituras como si fueran ondas en un estanque. La libreta de poesías y canciones es de anillas. Tiene una portada azul con el escudo de Ravenclaw y por dentro es de recuadros azules. Hay más papeles sueltos que páginas en ella. La portada de la última libreta, la que es para frases solitarias e ideas de novelas que nunca salieron del papel o del primer capítulo, se divide en cuatro cuadrados. Dos de ellos contienen lunares de colores, y los otros dos, líneas deformes, que no son rectas ni tienen el mismo ancho. Las plantillas de sus páginas también son cuadrados, más pequeños que los de la segunda libreta.

Las tres libretas acumulan polvo debajo de los libros de estudio y seguramente tengan algún boli bic metido entre sus tapas.

Todas las mañanas desde hace tres meses me levanto, miro el montón de libretas, y me siento culpable por desperdiciar todas las páginas en blanco que no me atrevo a rellenar. Mamá siempre me animó a escribir. Decía que llegaría lejos. Dos de esas libretas eran suyas y quizás es por eso que son las que más al fondo guardo.

Pienso en las veces que me acompañaba a la biblioteca durante los entrenamientos de mi hermano cada vez que me cambio de ropa. En los montones de bolis que me regalaba porque sabía que me gusta coleccionarlos cada vez que meto los libros en la mochila, y en sus sonrisas de ánimo cuando le leía algo y que me instaban a rellenar las páginas de papel con frases inconexas y balbuceos tiernos de una mano novata cada vez que me pongo los zapatos.

Ahora que las libretas solo cogen polvo y sirven de apoyo a los demás libros me duele mirarlas. Me gustaría que fuera como antes. Que las palabras se escurran solas de mi cabeza al papel como si se deslizaran por mi brazo y la tinta las escupiera. Sin embargo, ahora, cada vez que cojo un bolígrafo para escribir, siento que la tinta se reseca entre mis dedos, y tengo la sensación de que cuando intente trazar la primera palabra, me fallará la punta del bolígrafo y todo explotará.

Cuando me levanto ese día, me quedo sentada en el borde de la cama, contemplando una de las anillas de la segunda libreta, que sobresale bajo la tapa del libro de historia. Me pierdo en su interior más de la cuenta. Hay días, como hoy, en los que me cuesta más salir de la cama, como si fuera un agujero negro que me absorbe hacia su núcleo y toda la luz pesara demasiado y estuviera demasiado lejos.

Cuando finalmente lo hago, las libretas se han metido tan dentro de mis pensamientos que puedo oír el ruido de sus páginas deslizarse por mi mente. Salgo al pasillo mientras noto cómo consumen mi cordura poco a poco, rechinándome a cada paso, y llego hasta la cocina sin molestarme en peinarme. Dentro, papá está delante de una sartén, y Drew, mi hermano pequeño por año y medio, tiene la vista perdida en la televisión y en los cereales de su cuenco al otro lado de la cocina.

Hasta consumirnos en palabrasOnde histórias criam vida. Descubra agora