18| Un poco de ganas de que se muera

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18| UN POCO DE GANAS DE QUE SE MUERA

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18| UN POCO DE GANAS DE QUE SE MUERA

Amelia

Durante noviembre hemos escrito cuatro relatos. Tres son suyos. Uno mío. Quedan dos tramos para que empiece diciembre; dos días. El calor por fin nos ha abandonado y la hierba de las calles está cubierta de escarcha, como si congelara la clorofila que las hace verdes para preservarla y soltarla cuando llegue la primavera. Las carreteras y las aceras están congeladas, cubiertas por una capa de hielo que se resquebraja con los pasos, y hay sal sucia acumulándose en los bordillos, a la altura de las alcantarillas, para que los coches incautos que no llevan cadenas o ruedas de invierno no resbalen.

Es martes, y Joanna tiene sonrisa de deberes.

—Se acerca la Navidad —dice, y presiento que va a acabar mal— y quiero que escribáis un relato con ella.

Miro a Neil, a mi derecha, y a Lucía, delante, para ver si ellos han entendido que quiere decir eso. No lo han hecho.

—¿Qué quiere decir con ella, Joanna? —pregunta Otta, con miedo.

—Con la Navidad como escenario. No tiene que ser feliz, ni ir sobre intercambiar regalos. Puede ser que uno de vuestros personajes se muera y en la habitación del hospital haya un árbol de Navidad al fondo. Puede ser que un ladrón robe las luces de vuestros personajes. Si lo hacéis en un ambiente poco festivo, casi triste, con un escenario gris y hundido en el barro, pues mejor aún. Y si queréis hacerlo con regalos, jerseys y felicidad, ¡pues también! Desatad vuestra imaginación, todo con tal de que escribáis y haya algo que represente la Navidad.

 Y si queréis hacerlo con regalos, jerseys y felicidad, ¡pues también! Desatad vuestra imaginación, todo con tal de que escribáis y haya algo que represente la Navidad

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El viernes es uno de diciembre, y Neil llega con un relato nuevo a clase. No me lo ha dejado leer antes, ni siquiera sabía que tenía uno, y lo lee delante de todos con esa voz que pone cuando lee, como si su voz arrasara las palabras del cuento y las elevara por encima del papel para envolverte en el relato. Odio que me guste tanto su voz, odio que no me haya enseñado antes el relato, y odio que sea tan bueno.

Cuando termina de leerlo me mira por encima del filo de la hoja y solo soy capaz de quedarme pasmada, con una mezcla de rabia, admiración y odio hundiéndome la garganta.

Hasta consumirnos en palabrasWhere stories live. Discover now