17| No me gusta depender de los abrazos

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17| NO ME GUSTA DEPENDER DE LOS ABRAZOS

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17| NO ME GUSTA DEPENDER DE LOS ABRAZOS

Come out and play —Billie Eilish

Amelia

Me sudan las palmas de las manos porque es viernes.

Me sudan las palmas de las manos porque es la hora de antes de comer.

Me sudan las palmas de las manos porque Joanna me ha pedido que lea un capítulo de nuestro proyecto, y todo el mundo mira.

—¿Tengo que levantarme? —pregunto, y noto la garganta rota.

Joanna niega con la cabeza.

—Puedes quedarte ahí mismo.

Asiento, y saco de la mochila los papeles en los que imprimí el cuento. Tengo a Neil sentado a mi lado, en la fila de más al fondo, pero miro a Lucía mientras me tiemblan las manos desdoblando las hojas. Me gusta que nos hayamos hecho amigas y que me sonría con los pulgares alzados.

Trago saliva y me aclaro la garganta. Centro la mirada en las letras del papel. Aún no me creo que sea mío.

—"Una ventana abierta" —leo.

Encadeno al título la primera frase, el primer párrafo, y los siguientes. Intento concentrarme en el texto, pero me pone más nerviosa, así que me pongo a leer sin prestar atención a lo que significan las palabras que salen por mi boca. Me atrevo a levantar la mirada un segundo, lo justo para comprobar que las miradas se han dado la vuelta por lo que espero que no sea aburrimiento, y sigo leyendo. Me tiembla la voz, como si estuviera apunto de echarme a llorar, y lo odio, porque no es cierto.

Leo una frase de la que me siento orgullosa, fuerzo la voz en los diálogos, me doy cuenta de que me gusta lo que estoy leyendo, que me gusta lo que he escrito, y cuando termino no me siento tan mal.

Levanto la mirada de la última hoja del papel.

—Ya está —digo.

Joanna está terminando de escribir en su copia del relato y sonríe.

—No me extraña que quisieras leer este texto, Amelia —dice, obviando el hecho de que realmente no quería—. Es muy bueno.

Se me enfrían las palmas de las manos, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa.

—Gracias.

Escucho su comentario, y me apunto las recomendaciones que me da para mejorarlo en el final de la hoja. Luego Lucía, Otta y Alejandro dicen que les ha gustado, y no dejo de sonreír. No sé cómo reaccionar a los halagos. Me gusta oírlos, me gusta que me digan que algo que yo he escrito les ha conmovido. Me gusta el comentario que hace Lucía:

—¡Ahora voy a estar todo el fin de semana pensando en este cuento! —Y no puedo evitar reírme.

Después, pasamos a otro capítulo, y me gusta la voz de Lucía cuando lee uno de los primeros capítulos de su enemies to lovers. Hay un gato, café con leche —marca inequívoca de Otta—, y chocolate blanco —patentado por Lucía—. El chico tiene los ojos azules, el pelo negro, y es sarcástico —y hace que quiera meterme en esa historia.

Hasta consumirnos en palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora