14| Noches de metal, sombras de personas

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14| NOCHES DE METAL, SOMBRAS DE PERSONAS

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14| NOCHES DE METAL, SOMBRAS DE PERSONAS

With or without you —U2

Love & War in Your Twenties —Jordy Searcy

Amelia

En el cumpleaños de Neil hay un montón de gente que no conozco y luces intermitentes y coloridas, de discoteca. La decoración se desborda por las paredes y la fiesta está tan apiñada que no me pega con nada que haya podido elegir él. La música emite más gruñidos que notas y hace que me lata la cabeza. Dum-tum-dum-tum. Parece demasiado... Extravagante.

No conozco a más de tres personas, en una fiesta en la que al menos hay veinte, en un piso que a duras penas puede albergar cinco. Distingo los rizos pelirrojos de Roberto, que sobresalen por encima de la mayoría de las cabezas y que han estado a punto de descolgar algún foco en más de una ocasión. Lo que si han hecho ha sido llevarse la cuerda de un globo por delante. También veo a Bea en un rincón de la cocina, rellenando los cuencos de palomitas, gusanitos y ganchitos, y dispensando botellas de Fanta y Coca-Cola a todo aquel que le tienda un vaso de plástico. Sospecho que su madre se ha refugiado en su habitación para no interferir en el curso de adolescentes que viene y va, o a lo mejor no está.

A quien no he encontrado es al propio cumpleañero, y eso que llevo más de media hora rondando entre las luces de colores.

Me escurro entre la gente y le pregunta a Bea, que está empezando a agobiarse, dónde está su hermano.

—No tengo ni puñetera idea de dónde se ha metido ese hijo de puta, pero me estoy quedando sin bebidas y sospecho que van a chuparme la sangre cuando eso suceda.

La dejo lidiando con los brazos extendidos, los vasos de plástico rojo y las exclamaciones de impaciencia.

Doy al menos tres vueltas al piso, intentando encontrarle entre la gente, ya que es la única persona en toda la fiesta que conozco, y estoy empezando a sentirme sola y agobiada. No soy de esas chicas que ligan o hablan con cualquier desconocido. No soy de esas que tienen un encanto natural y atrae miradas. Ahora mismo, con unos vaqueros azules y una camisa blanca, dudo que atraiga cualquier cosa. Si lo fuera, no me sentiría tan incómoda, ni querría largarme a casa. Probablemente.

En un último y desesperado intento, pregunto a los invitados si lo han visto. Todos niegan con la cabeza. Decido saltarme a Roberto, aunque sea el que tenga más probabilidades de saberlo. Sigue cayéndome fatal.

Al final me encierro en un baño. Cierro la puerta y me dejo escurrir contra ella hasta sentarme en el suelo, sobre las baldosas frías. La música se cuela ahogada por los bordes de la puerta, y ya no hace que me duela tanto la cabeza. Las luces blancas y normales del techo también ayudan a que sea capaz de parpadear normal.

Saco el móvil del bolsillo del pantalón y entro a WhatsApp.

«Llevo media hora en esta estúpida fiesta y no te he visto ni el pelo. ¿Dónde cojones estás?», le escribo.

Hasta consumirnos en palabrasWhere stories live. Discover now