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Hola.

Mi nombre es Eira Haven y tengo 19 años. Lo que significa que he estado girando en esta bola que llamamos tierra durante 7091 días. Una de las lecciones más importantes que he aprendido en mi corta pero intensa vida es a no quejarse. No importa cuanta mierda tiren en ti, siempre mira el lado positivo.

Observo el hospital frente a mí apreciando a toda la gente que entra y sale. Algunos de ellos entran con prisa, otros más relajados, algunos entran solos y varios de ellos lo hacen acompañados. Siempre me han fascinado los hospitales, llenos de gente con sus propias historias que contar. Algunas más alegres, algunas más oscuras.

Me hago paso entre varias personas para poder llegar a la recepción. Dos chicas hablan por teléfono detrás del mostrador y otra de ellas me dirige una rápida sonrisa.

- Hola, Eira - saluda - ¿Vienes a visitar a Aideen?

- Sí.

- Lleva todo el día preguntando e implorando que vinieras a visitarla. Está en la habitación de siempre.

- Gracias - sonrío.

Me despido de las otras recepcionistas con la mano y visto el ajetreo que hay para subir por el ascensor decido subir por las escaleras a paso rápido. Me sé el camino de memoria y en menos de cinco segundos estoy delante de la puerta con el número 238. Me tomo la molestia de llamar con dos suaves golpes pero no espero por una respuesta antes de abrir.

Una pequeña mata de pelo rubio y una sonrisa de oreja a oreja me saludan. Aideen abre sus pequeños brazos y da pequeños saltos en su sitio pidiendo que me acerque. Cierro la puerta con suavidad y me acerco rápidamente para rodearla con mis brazos.

- Has venido - exclama feliz.

- Claro que he venido - le doy un beso en la cabeza. - ¿Y tu madre?

- Mamá ha salido a comprarme comida.

Me separo de ella y agarro una de las sillas junto a la pared para sentarme a su lado. La pequeña Aideen es una de mis mayores debilidades. La conocí hace ya dos años cuando se acercó a mí con su dulce sonrisa y un helado en la mano. Aquel día, yo me encontraba escribiendo en una de mis libretas cuando se sentó a mi lado con la respiración acelerada.

Pude notar en su momento el pañuelo que rodeaba su cabeza que en ese momento se encontraba carente de pelo. Más tarde descubrí el porqué: leucemia aguda. Es decir, cáncer. Conocí a Aideen cuando estaba en la mitad de un duro y largo proceso de quimioterapia. Después de conocerla no pude evitar visitarla más veces. Y entre visita y visita este pequeño ser de luz se volvió indispensable en mi vida.

- ¿Cómo te encuentras? - pregunto.

- Con ganas de salir.

- Tienes que esperar hasta mañana para que el médico te de permiso - le explico nuevamente.

- ¿Te quedarás conmigo? - pregunta esperanzada.

- No tienes que preguntarlo.

Hace 5 meses que Aideen superó su cáncer. No tuvo ningún efecto secundario a largo plazo y solo es requerido que venga al hospital para las revisiones frecuentes que le tienen que hacer.

Me quedo con ella toda la tarde y en algún momento de ella su madre aparece. Se disculpa por no haber traído comida para mí pero le resto importancia. Las acompaño en su cena y mantenemos una conversación centrada en Aideen y su divertida charla y parloteo.

- Disculpa - dice una enfermera entrando en la habitación. - El horario de visitas ha terminado, solo esta permitido la presencia del acompañante.

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