9

2.5K 196 220
                                    

Dos horas.

Ese es el tiempo que llevo de restaurante en restaurante preguntando si necesitan camareras. Lo peor de todo, he recibido una respuesta negativa en cada uno de ellos. No lo entiendo. ¿Tan difícil es encontrar trabajo?

—Agh.

Aideen me mira con una sonrisa apenada.

—¿Estás bien?—pregunta, dulce como siempre.

—Sí, lo siento por haberte hecho venir. En mi defensa, tú te autoinvitaste y yo pensé que solo nos llevaría cerca de una hora.

—Me estoy divirtiendo y me han invitado a una hamburguesa—se encoge de hombros, quitándole importancia.

Que conformista era Aideen siempre, no sé si era algo de admirar o de preocupar.

—¿Quieres que vayamos a otro lugar?—pregunto pensando en ella. Debe de estar cansada después de tantas horas, su cuerpo ya no resiste tanto como antes.

Ella señala con su dedo el restaurante frente a nosotras.

—Ahí no hemos entrado todavía.

Suspiro agotada.

—¿Último intento?

Asiente con la cabeza repetidas veces. Entramos al establecimiento las dos juntas. El lugar es pequeño, hay varias mesas con familias comiendo pero la mayoría se encuentran vacías. Solo hay un trabajador detrás del mostrador y un atisbo de esperanza se enciende en mí pensando que pueden necesitar más.

—Hola—me acerco a la barra para hablar con la mujer en él.

—Hola—su voz suena alegre, supongo que es parte de su trabajo. —¿Quieren comer algo?

—Veras... yo venía a preguntar si podía hablar con el encargado—Aideen tira de mi pantalón y me giro para verla señalando un bocadillo de tortilla. Pongo los ojos en blanco. —Y un bocadillo también, por favor.

—Por supuesto—saca el bocadillo y se lo tiende a Aideen con una sonrisa de ternura.—El jefe está dentro, no creo que esté ocupado. Puedes entrar.

—Gracias—murmuro—¿Vienes?

Aideen duda mirando el bocadillo que está a medio comer.

—Yo me quedo con ella—interviene la empleada—No es como si tuviera algo más para hacer.

Le lanzo una última mirada a Aideen mientras ella habla animada con la chica al otro lado de la barra. Llamo a la puerta donde me han indicado que pase y abro cuando escucho una voz invitándome a entrar.

—Hola.

Un señor de unos cincuenta años se encuentra sentado en una mesa, una especie de escritorio, analizando varios papeles. Cuando me ve entrar sus ojos se deslizan por mi cuerpo, lanzándome una mirada de arriba a abajo.

—Hola, dulzura.

Camino hasta donde se encuentra sentado y cojo sitio en la silla al otro lado de la mesa.

—¿Querías algo?—pregunta centrando toda su atención en mí. Cruzo mis piernas y su mirada baja a ellas, quedándose ahí varios segundos.

—Sí—carraspeo incómoda llamando su atención.— Estoy buscando trabajo y me preguntaba si necesitaban empleados aquí.

Entrecierra los ojos con una pequeña sonrisa y se recuesta en la silla con los brazos cruzados.

—¿Como camarera?

Me encojo de hombros.

—Como cualquier puesto que se requiera.

Él sonríe.

Somos historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora