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—Lo siento de antemano si se pone muy pesada.

—Me lo has repetido ya cinco veces, acechadora. Creo que podré soportarlo.

No hay ni un solo indicio de nerviosismo o de incomodez en él. Que esté a punto de conocer a mi abuela no le intimida para nada.

—¿A ti no hay nada que te afecte?

—Tú me afectas.

Me giro a mirarlo y veo como me observa con una sonrisa burlona.

—Deja de burlarte de mí y prepárate para el apocalipsis.

Escucho como susurra "exagerada" mientras saco las llaves para abrir la puerta de mi casa. No hace falta ni que termine de girar la llave cuando alguien abre la puerta al otro lado.

Salgo disparada hacia delante con las llaves aún metidas en la cerradura y suelto un quejido cuando mi cadera golpea con la manilla.

—¡Abuela!

Ella me sonríe sin ningún rasgo de estar arrepentida.

—Lo siento, cariño. ¿Qué tal te ha ido el día?

—No intentes hacerte la santa que ya nos conocemos.

Ella sonríe de una manera angelical antes de girarse de golpe para ver a Alec. Él sigue parado en la entrada de la casa con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones.

Mi abuela abre la boca y alterna su mirada entre él y yo.

—Guau—susurra—Nada mal, hija, nada mal.

Pongo los ojos en blanco.

—No alimentes su ego, abuela. Bastante alto lo tiene.

Alec sonríe cuando escucha mis palabras y mi abuela está apunto de desmayarse ahí mismo.

—Pero no te quedes en la entrada, jovencito. Anda y pasa. He preparado unos huevos para desayunar.

Alec entra por la puerta y aprovecha que mi abuela sale corriendo a la cocina para mirar las fotos que hay en la entrada. La mayoría son de mis padres, fotos de ellos cuando eran más jóvenes y algunos títulos y premios colgados en la pared.

Pero hay una foto, una que está mirando ahora mismo Alec, que mi abuela enmarcó hace un par de años.

—Sales muy mona—dice con una sonrisa divertida, señalando la foto.

—Tenía diez años, ¿vale? Y se me acababa de caer el colmillo, por eso sonreía tanto.

—¿Y las dos coletas?

—Las dos coletas las llevaba por gusto y me quedaban genial.

Me cruzo de brazos sin darle opción a discutir y el sacude la cabeza, acentuando su sonrisa.

—Deja de cotillear y ven a desayunar, anda.

Mi abuela ya ha preparado la mesa y solo tenemos que ayudarla a servir los huevos fritos.

—Ya que mi nieta no parece dispuesta a hacer las presentaciones, las haré yo misma. Me llamo Lillian, abuela Lillian, abuela... como quieras llamarme.

—Alec—responde él.

Mi abuela esboza una pequeña sonrisa.

—Es un bonito nombre, mi marido se llamaba así.

Él me lanza una mirada de reojo.

—Algo mencionó Eira.

Mi abuela carraspea y termina de tragar la comida en su boca para poder hablar.

Somos historiaWhere stories live. Discover now