21

2.7K 207 268
                                    


Llamo a la puerta con manos temblorosas. He creado un pequeño charco en el suelo por las gotas que todavía se deslizan por mi cuerpo.

He tenido que venir andando y sin paraguas hasta aquí ya que no he cogido absolutamente nada de mi casa. Ni siquiera algo de dinero. Supongo que tendré que hacer algunas horas extra en el restaurante.

Vuelvo a llamar, esta vez más fuerte, cuando veo que nadie abre la puerta. He tardado más de una hora desde que salí de casa y si no me equivoco será casi medianoche.

Escucho unos pasos perezosos acercándose al otro lado y el ruido de las llaves al desbloquear la puerta.

Apenas se ha abierto unos centímetros cuando me cuelo dentro de la casa y me escondo entre los brazos del propietario.

—¿Eira?—Alec no se termina de creer que soy yo. Cuando escucha mi primer sollozo se apresura a rodearme con sus brazos.

Con una mano me rodea la cintura y con la otra acaricia mi pelo.

—Joder, estás muerta de frío—señala. Desde que he entrado no he podido parar de temblar y no me había dado cuenta del frío que tenía hasta que había sentido el calor que emanaba el apartamento de Alec.

Él cierra la puerta con una mano mientras con la otra sigue rodeándome. Nos quedamos allí en silencio, abrazados hasta que mi llanto se atenúa un poco.

Pongo las manos en su pecho y doy un paso atrás, separándome. Me seco las lágrimas como puedo con mi sudadera y me quedo mirando al suelo, porque no soy tan valiente como para mirarlo a él.

—Ven a la cocina—dice. Pone una mano en mi espalda y me guía hasta que estoy sentada en uno de los taburetes. Me tiende un vaso de agua y yo lo acepto con una pequeña sonrisa de agradecimiento

—Gracias—susurro cuando termino de beber—No quería molestar y sé que es tarde... pero no sabía a dónde más ir.

Él niega con la cabeza y borra con su dedo pulgar la única lágrima que se desliza por mi cara antes de llegar a mi labio.

—Puedes venir siempre que quieras.

Él se para frente a mí y apoya sus manos a cada lado de mi cuerpo, encerrándome entre sus brazos.

—¿Te puedo contar lo que ha pasado?—pregunto casi entre dientes. Me gustaría liberar todo lo que ha pasado, pero no sé si él prefiere irse a dormir.

—Claro que puedes, te escucho.

Pongo una mano en su pecho y lo empujo para que me deje ir al salón. Él me sigue en silencio y se sienta en la butaca junto a la mía.

—No sé por dónde empezar...

Él no contesta, solo espera en silencio a que encuentre las palabras adecuadas para hablar.

—¿Conoces esa sensación de presión en el pecho cuando necesitas soltar algo y no puedes? A mí me pasaba continuamente. Soy una persona a la que le gusta mucho contar mis problemas a la gente...

Me detengo unos segundos y me limpio una lágrima con el dedo antes de seguir.

—Quizá la palabra no sea gustar... Necesito hablar con alguien de mis problemas, porque si me los guardo para mí, acaban pesandome demasiado y en cierto punto exploto.

>> El problema es que hasta hace poco no tenía a nadie, a nadie a quien poder decirle cómo me sentía. Tenía a mi abuela, pero no me sentía cómoda hablando con ella sobre ciertos temas. Pero tenía la escritura. Era como una especie de vía de escape para mí, un lugar donde podía poner en palabras mis sentimientos sin miedo a sentirme juzgada.

Somos historiaWhere stories live. Discover now