18. Nunca te dije adiós

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~ Ruth ~

La primavera terminaba con el curso. En unos días, tendría vacaciones, aunque en agosto tenía pendiente varios proyectos. El Espeto y la banda descansarían. Llevaban varios años sin parar y necesitan tomarse un tiempo. Y además, podían permitírselo.

Sergio había terminado con su novia de dos años atrás y no levantaba cabeza. Ni siquiera yo ni sus dos inseparables éramos capaces de animarle. Había planeado regresar a su Málaga natal ha pasar el verano con su familia y amigos de la infancia.

Por mi parte, me había metido en un proyecto social con dos amigas de la universidad, que cada día me robaba más tiempo y esfuerzo.

Se trataba de hacer más accesible la cultura a personas en exclusión social, residentes de la Cañada Real. La idea había surgido de la brillante mente de Sioba, una amiga educadora; se había unido Noelia, porque estaba en paro y con su experiencia en hostelería, podría llevar sin dificultades la barra de bar. Y era evidente para qué me necesitaban a mí: contactos.

El Ayuntamiento de Madrid nos cedió unos locales municipales que llevaban siglos cerrados (un siglo por cada telaraña que tuvimos que limpiar). Ocupaban los dos primeros pisos de un viejo edificio de cinco alturas. Sioba había presentado el proyecto y había recibido una subvención con la que, este primer año, se realizó una sencilla obra. El primer piso había quedado dispuesta como sala de conciertos, con su barra de bar y su consigna, más una pequeña sala que todavía no habíamos decidido su uso.
El segundo piso, con más salas y lavabos, lo dispusimos como camerinos.

El Espeto fue el primer grupo que se animó a colaborar y con cuya actuación se abrió el proyecto. Los artistas actuaban gratuitamente, las personas del barrio pagaban un precio irrisorio y a la gente de fuera, se le cobraba entrada, pero no a tan elevado coste como en un concierto normal. Con lo recaudado, pagábamos la nómina de Noelia, la única persona contratada, arreglábamos desperfectos y el resto se donaba a las asociaciones que colaboraban con el barrio. Y de vez en cuando, el Ayuntamiento nos enviaba a un servicio de limpieza, con el que tampoco podíamos contar mucho, siendo las propias personas las que limpiaban la sala al finalizar.

Habían colaborado con nosotras, Funambulista, Marwan, Fangoria o La Mare con María Ruiz. Y para el verano, teníamos concertados conciertos de Rozalén, El Jose, Carmen Boza y los Chichos. Tenemos artistas muy generosos en nuestro país.

Un día soleado de principios de junio, estaba cerrando la puerta de los locales, después de pasarme la tarde haciendo números, cuando alguien se me acercó por la espalda y me tapó los ojos.

- Adivine quién soy.

Bastó un segundo para que esa voz me pusiera la piel de gallina. Y no sólo su voz, la presencia tras de mí era demasiado potente para alguien tan kinestésica como yo.

- Déjame pensar... ¿Un poeta de canciones?

Quitó la venda que habían creado sus manos sobre mi rostro y me giré.
- Juan Pablo Villamil.- le reconocí.

Le había visto en fotografías y vídeos, pero por Dios, que no le hacían justicia. El pelo oscuro y corto, la barba le daba un aire desaliñado y esa mirada que me provocaba tantas emociones. Pero algo había cambiado. La última vez que lo vi, apenas era un desconocido que me hacía sentir cosas intensas. Ahora, lo miraba y sabía quién era. Más allá de la música y de ser una figura pública.

Habíamos intentado coincidir en otras ocasiones, pero la agenda de trabajo nos lo había impedido.

- Ruth- me saludó, serio, como si no supiera cómo reaccionar.

No me reprimí más y lo abracé riendo de pura felicidad.
- ¡¡¡Qué alegría verte!!! ¡Por fin!! Pero ¿qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?

Soñé un verano que se hiciera eterno...Where stories live. Discover now