53. Emborracharme así de ti

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~ Ruth ~

No podía creer que estuvieran allí. Y a pesar de mi fallido intento porque no se quedaran, el resultado estaba siendo maravilloso. Villa se había puesto a imitar acentos, empezando por el español, había continuado contando chistes y había finalizado cantando de bromas.
- ¿Qué le pasa?- le había preguntado divertida y en susurros a Martín- ¿Es la forma en que le sale el cansancio?
- Está loco- había contestado el baterista con una sonrisa y un gesto de "es un caso perdido".
- No me despistes al personal, Villa. Venga, chicas, que tenemos que terminar hoy- jaleé a las voluntarias que habían bajado el ritmo por estar cerca de Villa y escucharle.

En un viaje que se fueron a tirar basura y no volvían, temí que los hubieran secuestrado. Y así era. Todas aprovecharon para pedirles fotos.
- Las fotos para el final. Por favor, Villa...- les regañé, siendo la mala de la película.
- Perdón, perdón, perdón- corrió Villa de nuevo al trabajo, haciendo un pucherito y con las manos juntas en posición de súplica.

No conocía esa faceta suya de payasete. Sabía que era un gran imitador y divertido, pero aquella actitud era nueva.

Cuando nos pudimos dar por satisfechas por el trabajo realizado, nos estuvimos sacando fotos y decidimos ir a cenar. Apenas vi a mis dos amigos colombianos durante la cena. Eran cercanos con la gente, sencillos, simpáticos... Se habían ganado a todo el mundo con sus anécdotas y sus canciones. Ellos también parecían disfrutar, así que yo disfrutaba a su vez. Los observaba detenidamente, con cierta distancia, sobre todo a Villa. A veces, nuestras miradas se encontraban y él me sonreía o hacía un comentario para hacerme el centro de atención que yo evadían rápidamente y sin dificultad.

Tras la cena y un rato de charla, Sioba y yo tuvimos que volver a poner orden porque no les soltaban y, aunque era entendible porque no iban a tener otra oportunidad semejante, los moratos necesitaban una tregua. Yo tenía el coche aparcado cerca, así que me ofrecí a llevarlos hasta el hotel.
- Muchas gracias por vuestra ayuda, chicos. Nos vemos mañana. ¡Bienvenidos a España!
- Gracias a ti por darnos el gusto de colaborar- me agradeció Villa, sentado en el asiento de copiloto.

Hacía tiempo que no lo tenía tan cerca y el corazón se me saldría del pecho como me siguiese mirando con esos ojos verdes sin fondo. Dios mío de mi vida, ¿cómo podía existir alguien con esa mirada y con esa cara tan bonita?

Le enseñé mi mejor sonrisa de idiota, mientras mi pulso bailaba el baile de San Vito y a él, a aquel increíble adonis sólo se le ocurrió -para mejorar mi estado nervioso- besarme en la mejilla al despedirse.
- Hasta mañana, Ruth. Qué descanses.

Sí, claro: descansar. Estaba borracho si creía que después de eso podría descansar.

A la mañana siguiente, estuve en el piso que María y Mar compartían, haciendo selección de canciones. Eva llegó más tarde porque había quedado con Mar para grabar una canción juntas y me pilló con los nervios a flor de piel.
- Yo de verdad que no te entiendo. No sé cómo te puede gustar alguien así. Destila masculinidad de la rancia.
- ¡Eva!- le regañó Mar.
- No, tranquila Mar, pero Eva... Hasta su masculinidad me resulta irresistible. - comenté con sentido del humor.
- No me queda otra que quererte así, amiga- sonrió- Y desearte lo mejor.
- Te como entera- salté sobre ella para llenarla de besos.

Por la tarde, pedí a Sergio que me acompañara al estudio. Él sabía mucho de música y necesitaríamos una tercera opinión. Aceptó encantado. Por primera vez lo veía seriamente enamorado de su chica y eso, sin darnos cuenta, facilitaba nuestra relación de amistad.

Una vez en el estudio, tras los saludos y abrazos iniciales nos dispusimos en la tarea para la que habíamos quedado. No recordaba lo fácil que hacían todo y lo rápido que volaba el tiempo en su compañía. Y siempre aprendía algo nuevo sobre música.

Guardaban letras escritas en un tiempo que no recordaba, estrofas sobre servilletas de papel que nos limitamos a reescribir a ordenador y ponerles música. Y entre tanto, intercalamos conversaciones serias, filosofábamos sobre ciertos temas y así nos conocíamos más, nuestras formas de pensar, en qué estábamos de acuerdo y en qué no... Sin olvidar las bromas, por supuesto, fundamentales en medio de tantas horas seguidas encerrados juntos.

Hasta que Sergio anunció que se tenía que ir y que nos apañábamos perfectamente sin él.
- No, creo que ya es hora de dar por terminada la jornada, que tenemos tiempo de sobra el resto de días- me levanté yo también.
- Quédese un poquitico más. A terminar esta canción y ya- pidió Simón- Hágale.
- Pues, hágale- no le hizo falta insistir al de las gafas- Hablamos mañana- me despedí de Sergio con un beso.
- Y quedamos otro día para recuperar todas esas cañas que no nos tomamos- les dijo Sergio a los chicos.
- Trato hecho, compadre- alzó el brazo con saludo militar Isaza.
- Escuchen. Gracias a Sergio, me vino la inspiración- llamó nuestra atención Villa en cuanto se cerró la puerta de la calle y terminaba de anotar algo en su cuaderno- A ver qué les parece...- y cantó:

Duele porque al final...
No quiero contar todos los besos
Que nunca llegaron a tu boca
Siguen esperando tu regreso para volverte loca
No quiero contar cuántas canciones
No bailé contigo por cobarde
Como deben ser tantos millones, no sé cuánto me tarde
No quiero contar todas las cosas
Que a final de cuentas sé que nunca hicimos
No quiero contarlas
Porque sé muy bien que si las cuento, tal vez no termino.

¿Cómo podía alguien ser tan perfecto y además tener ese talento? No me lo preguntéis a mí. Preguntadle a la naturaleza, madre perversa.

A todos nos pareció un puntazo aquellas dos estrofas y aplaudimos.
- Listo por hoy, entonces. Ahorita, cántenos algo suyo, Ruth- pidió Isaza.
- ¿Yo? ¿Ahora? Ni hablar. Otro día. Ahora ya me voy a dormir.- me negué con rotundidad.
- No le vamos a incomodar a estas horas- comprendió Villamil- Te acompaño.

Me despedí de todos hasta el día siguiente. Villa me abrió la puerta de la calle, pero me detuvo antes de que pudiera irme.
- ¿Hice tremendo ridículo ayer?
Le estudié con sorpresa. Me resultaba tan tierno.
- ¿No me digas que a estas alturas me vas a venir con vergüenzas?
- No, bueno... No te quise poner en un aprieto.
- Ayer triunfaste. Toda la gente estaba a vuestro alrededor, encantada de teneros cerca, hablando con vosotros...- le quité importancia.
- Debí triunfar, menos contigo. Casi no te vi.

Aquellas palabras me hicieron sonreír, pero no debía hacerme ilusiones. Sabía que Villa era cariñoso con todo el mundo, de manera natural y sin más pretensiones.

- Porque no quisiste. Aunque, gracias que tenemos unos cuantos días ahora, para que no tengas que arrepentirte- bromeé.
- Ya me arrepiento. Me prometí que aprovecharía cada segundo de esta estancia en España.
- Tampoco fue desaprovechar...- no podía mirarle a los ojos y jugueteé con las llaves del coche. Después de un silencio eterno, volví a mirarle. Él mantenía la vista sobre mí- Basta. ¡Deja de mirarme así!
- ¿Así cómo?
Le miré de reojo y sonreí.
- Mejor me voy ya. Hasta mañana, Villa- me giré en dirección a las escaleras, pero me llamó de nuevo.
- ¿Y mi abrazo?
- ¿Qué abrazo?- entorné la mirada.
- Mi abrazo de despedida- añadió abriendo los brazos para que fuera a abrazarle.

Y lo hice. ¿Cómo resistir? Me embriagó una sensación cálida y recordé que los abrazos de Villa tenían ese efecto sobre mí: el anhelo de quedarme a vivir allí, entre esos brazos donde nada más importaba y la paz era total.

Soñé un verano que se hiciera eterno...Where stories live. Discover now